La ingrata soledad del levantador
La halterofilia, deporte básico como entrenamiento de otras muchas modalidades, consiste en lograr un poder absoluto sobre las pesas
No fue la primera vez que Joaquín Valle se incorporó en la cama, en mitad de la noche, dando gritos de "arriba, arriba" y alzando los brazos como si acabara de levantar 200 kilos. Aquella noche tinerfeña, sin embargo, Pedro Mufloz tuvo que detenerle porque se había levantado de la cama y pretendía subirse en el armario. Había estado sofiando que batía el récord del mundo y que le habían llevado a la habitación del hotel un podio de un metro y medio, que le llegaba por las cejas.
Cuando Pedro Muñoz estuvo bien despierto le dolía todo el cuerpo de haber levantado toneladas en sueños. Es la pesadilla habitual del levantador de peso antes de las competiciones. La mecha ingrata que mantiene encendida la halterofilia."Me he traído el calimero.", le dijo Pedro Muñoz cuando consiguió tranquilizarle. Le mostró un pollito negro en miniatura que tenía por sombrero media cáscara de huevo. "Todo va a salir bien, Joaquín, ya lo verás; tiene que salir por donde sea. No podemos desaprovechar estos tres meses de entrenamiento y sufrimiento". Joaquín Valle sintió un escalofrio por todo el cuerpo y presintió la suerte muy cercana.
Cuando salió a la tarima, dispuesto a batir el récord de España de su categoría, Valle llevaba las gafas puestas. Sólo pensaba en levantar los 120 kilos en arrancada. Pensaba en el tirón que hay que pegar y en la velocidad que hay que tener para meterse debajo de los kilos y aguantar ese instante en el que la barra pesa más que nunca. Llevaba su único amuleto, el genio. "Mientras estuve calentándome procuré enfadarme lo más posible, hasta que lo conseguí. Para mí es la única manera de hacer una buena arrancada, que requiere, además de ese automatismo de movimientos, una rápida explosión del cuerpo".
En el momento de la explosión no se ve nada, según él. "Sólo se fija uno en un punto lejano y se concentra en él, sin perderlo de vista. Por eso me pongo las gafas, para ver más claro el punto".
La primera mirada de Valle al subir a la tarima, sin embargo, se le desvió hacia la cara del juez que tenía enfrente. "No voy a decir su nombre, pero cada vez que le veo sé que algo malo va a ocurrir. Le he visto ya en cuatro competiciones, sentado frente a la tarima, y las cuatro veces la competición ha sido un fracaso".
Aun así, Valle intentó el movimiento de arrancada con su peculiar precisión. Agarró la barra, se trabó los pulgares con el resto de los dedos y pegó un tirón increíble de la barra, que ascendió a más de 250 metros por segundo. Aprovechando la inercia de tantos kilos moviéndose hacia arriba, se metió debajo de ella. En eso consiste básicamente el movimiento de arrancada: técnica para dar el mayor tirón con el mínimo esfuerzo y técnica para entrar rápidamente debajo de la barra. Pulso, explosión del cuerpo, inspiración, y arriba de un golpe. Ahí fue donde él falló, en la inspiración. Él mismo reconoce que no la tuvo por pura superstición en la mala suerte que desprendía aquel juez. Lo cierto es que se marchó blanqueado, con los tres intentos nulos.
La madre
El siguiente en el turno era Pedro Muñoz, levantador leonés y buen amigo del vitoriano Valle. Tampoco tuvo suerte. Pedro llevaba un calcetín sudado y el otro nuevo, como hacen muchos levantadores. Se había puesto la ropa del último entrenamiento, "que siempre está como más caliente y se ajusta con más confianza al cuerpo". En la bota izquierda había introducido el calimero, con el que alguna vez había batido todos los récords de España en su categoría; y además su padre no estaba entre el público, porque hacía ya varios años que Pedro le prohibió asistir a las competiciones porque le traía mala suerte.Pedro Muñoz subió a la tarima y en el momento en que estaba en cuclillas, concentrado en el primer tirón para hacer el primer movimiento de un dos tiempos de 150 kilos, vio a su madre. Era la primera vez que iba su madre a verle. La mujer había procurado ponerse de las últimas y esconderse, pero fue descubierta.
Muñoz palpó la barra de acero y la cimbreaba, tensa por el peso, elástica. Él sabía muy bien que aprovechar la elasticidad de la barra podía llegar a suponer el 50% de la velocidad que luego adquiriría la pesa. Eran las condiciones justas. La agarró con fuerza y clavó los ojos en los labios de su madre. Fue un encontronazo fatal. "Leí en su boca, a pesar de la distancia, que decía por lo bajito: 'No puede, no puede'".
Dio un tirón, entró bajo la barra y consiguió colocarla sobre los hombros y las clavículas, rozando la garganta. Hasta ahí, todo bien. El primer movimiento del dos tiempos estaba realizado. La siguiente acción consistía en dar un segundo tirón, al tiempo que abría las piernas en tijera, frenar el impulso de la barra a la altura justa y sostener el peso a pulso ahí arriba, un segundo, hasta que el juez gritara "¡tierra!". Pero estuvo detenido una décima de segundo de más, sin ver nada, y, "no pude hacer ese segundo movimiento. Se me habían quedado clavadas las palabras de mi madre y no fui capaz de dar ese segundo impulso. Quedé blanqueado en los tres intentos, como Joaquín".
Dos miradas diferentes habían acabado de esa forma con tres meses de entrenamientos y un verdadero baúl de talismanes. "Hay mucha superstición en este deporte", comentaba Valle. "En la pasada edición del Campeonato de España por clubes tiré 155 kilos en dos tiempos, y no tiré más porque volví a ver a ese juez de cuyo nombre no quiero acordarme".
"Es que esto es como una droga, cuanto más lo practicas más te gusta", decía Valle. "El único estímulo de este deporte tan ingrato es tirar cada vez más kilos, hacer marca continuamente, no verte defraudado de ver que otros levantan más que tú. Claro que hay algo de chulería y narcisismo en este deporte, pero es que para hacer una buena marca tienes que subir a la tarima sabiendo que eres el mejor". Y es que, como decía Muñoz, "la dedicación que uno mismo pone es la única satisfacción. Además es individual, solitaria, como el deporte en sí, como el entrenamiento, como el sufrimiento".
"Vamos de 'quijotes' por el mundo"
Pero, ¿tiene techo este deporte? "Sí, tiene techo individual", decía Juan González Badillo, director técnico de la selección nacional. "Los atletas tienen límite, como en todos los deportes; pero el deporte en sí parece que no. Se han hecho estudios, especulaciones, pero siempre caen. Una de las razones es, sin duda, el tratamiento a base de anabolizantes y testosterona como parte integrante de la preparación de los atletas". "En Bulgaria", decía Badillo, "hay laboratorios que trabajan exclusivamente en anabolizantes"."Es importante que quede claro", decía el atleta anónimo, "que España está compitiendo a pelo, que vamos de quijotes por el mundo y que en las competiciones internacionales quedamos como los peores, cuando en realidad somos campeones del mundo de los que no toman nada". Claro, el récord español de Muñoz en los pesos medios es de 165 kilos en dos tiempos, mientras que el récord mundial es de 210 kilos. "45 kilos de diferencia es un mundo, otra galaxia".
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