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Los hispánicos del 'tío Sam'

Cualquiera podría pensar que América de habla hispana -Iberoamérica o Latinoamérica, para entendernos- empieza y termina en dos límites concretos: el sur de Río Grande y las aguas heladas del Cono Sur. Nada más lejos de la verdad que ese concepto geográfico fijado por el mapa político, por cuanto existen realidades americanas de cuño hispánico más allá de los linderos citados. Así, el exilio latinoamericano desperdigado por Europa y los núcleos hispánicos hacinados en urbes norteamericanas: Los Ángeles, Chicago, Nueva York, Miami y otras poblaciones del estado de Tejas.Bajo el paraguas federal del o Sam -hoy, o Ronald- se dan cobijo más de 14 millones de latinoamericanos, en su mayoría con condiciones de vida difíciles. Esos millones de seres ofrecen la particularidad de sentirse muy apegados a su idioma natal, sus tradiciones y su cultura en un medio hostil a su circunstancia y sus expectativas de futuro. La posición alcanzada, salvo contadas excepciones, es mediana; es decir, con escasa renta, sin cualificación, profesional, con graves interrogantes en la promoción y con nula capiacidad en términos de poder político. El contar con un alcalde- hispánico elegido democráticamente -Cisneros, en la ciudad de San Antonio- no hace más que confirmar la excepción, de una regla general.

Varios son los medios con que los hispánicos que habitan en Estados Unidos reafirman diariamente la defensa de su identidad y concepto de vida: se apiñan en exclusivos barrios o zonas hispanoparlantes; conservan la lengua materna en los hogares; montan estaciones de radio y televisión para escuchar y ver sus programas; editan prensa periódica, escrita con tinta cuyo olor y color es igual al de su sangre; abren bares y restaurantes para comer según sus gustos al calor de una tertulia conocida; acuden a las aulas bilingües para mantener la riqueza idiomática propia y aprender la que se les exige en el puesto de destino. Nada más cierto para los hispánicos del tío Sam que la verdadera patria es la propia lengua... aun cuando los hilos políticos norteamericanos más conservadores se afanen en arrebatársela con el señuelo de la asimilación.

Los hispánicos del tío Sam constituyen, después de los negros, la segunda minoría de la nación. Pero su tasa demográfica es tan elevada que los funcionarios del censo oficial estiman en sus estadísticas que para el año 2000 habrán logrado el rango de la etnia minoritaria más numerosa, desplazando a los negros a la segunda posición. Tal expectativa numérica está creando en la mayoría blanca -de habla inglesa- no sólo una sensación de alarma, sino también, y más importante, un profundo y ancho resentimiento contra el influjo hispánico. Las medidas federales contra el desarrollo de la educación bilingüe son una muestra fehaciente de la corriente antihispánica en la que prima el factor emocional. El que en algunos lugares de Estados Unidos esté puesto el cartel de También se habla inglés supone un insulto a la filosofía calvinista del Destino manifiesto, en olvido de que en toda la extensión del territorio se hablan 110 lenguas, además del inglés y el español. De todos modos, ninguna autoridad norteamericana puede evitar que Estados Unidos sea el quinto país de habla española en el mundo -sólo le preceden México, España, Colombia y Argentina-.

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Tampoco silenciar que la segunda ciudad mexicana del continente sea Los Ángeles, después de México D. F.

Como bien se sabe, antes de la formación de Estados Unidos ya había hispánicos en el territorio. Con el tratado de Adam-Onís, de 1819, finaliza la presencia española de modo oficial. Y con el de Guadalupe Hidalgo, en 1848, se formaliza el trasvase al tío Sam del 50% del territorio mexicano; en los estados de Nuevo México, Colorado, California, Tejas, Nevada y Arizona ondea, desde entonces, la bandera de las barras y las estrellas. Las sucesivas oleadas de mexicanos, puertorriqueños y cubanos, amén de otras aportaciones del Caribe, Centroamérica y Suramérica, han conseguido que la cifra actual supere los 14 millones de hispánicos (6,4% de la población total), a los que se añaden los entrados ¡legalmente, que se calculan en cuatro millones más. Más del 86% de los hispánicos viven en áreas metropolitanas con un nivel medio de renta del orden de los 15.000 dólares al año, es decir, 5.000 menos de la cifra norteamericana. Su situación, como dice el profesor Isidoro Lucas, es un ejemplo de libro de texto de marginación en el contexto social y político.

Para que se opere la ansiada integración o asimilación de los hispánicos a la sociedad norteamericana se deben producir varios hechos. De una parte, que la propia sociedad norteamericana acepte la existencia real de lo hispánico y potencie su desarrollo como factor colectivo de índole cultural, social, económica y política, sin que ello suponga una pérdida de identidad para los hispánicos. Y de otra, que los países de habla española -entre los que incluyo a España- colaboren en mejorar las condiciones actuales de los núcleos de sus respectivos orígenes. Las representaciones diplomáticas, las agencias interestatales, las empresas allí radicadas, los proyectos de cooperación con fundaciones y universidades norteamericanas, los centros culturales y de convivencia, etcétera, pueden y deben ser las puntas de lanza de esos planes en el marco de una acción conjunta y global. Hoy por hoy, los hispánicos del tío Sam se encuentran desamparados de sus progenitores nacionales y, al mismo tiempo, acosados por la dura y discriminatoria realidad norteamericana. Como telón de fondo a esa hiriente realidad encuentran: la grave crisis económica y la inestabilidad política social en sus países de origen, los cañonazos sembrando la muerte en la batalla de América Central y los cubileteos de los votos cara a las elecciones generales norteamericanas de este año. Un poco más lejos, el montaje comercial de la Feria de Chicago con motivo del V Centenario del Descubrimiento de América.

¿Qué puede y va a hacer España con los hispánicos del tío Sam como parte de la política relacionada con las naciones hermanas?

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