Un asunto estrictamente entre caballeros
En Uruguay, los duelos de honor no sólo están permitidos, sino que los regula el Código Penal
El 2 de abril de 1920, Washington Beltrán, fundador, propietario y director de El País de Montevideo, abandonó su casa dos horas antes del amanecer. Dirigente del Partido Blanco, había publicado días antes en su periódico un artículo envenenado contra José Batlle, mítico líder del Partido Colorado: "¡Qué tupé, el rey del fraude acusa al Partido Nacional!". El mismo Viernes Santo, Batlle mandó sus padrinos a Beltrán, que aceptó el duelo. Ambos eran ateos, e incluso Beltrán prohibía que la palabra Dios se publicara en su diario con mayúscula.La mañana de su muerte, en las postrimerías del verano en el Río de la Plata, Washington Beltrán se vistió con una camisa inmaculadamente blanca y ropas claras y, armado de una raqueta de tenis para no alarmar a su soñolienta esposa, justificó el madrugón aduciendo que iba a practicar un deporte por el que jamás se le había visto interesarse.
En la entonces cancha de fútbol del Nacional, en el parque Central de Montevideo, esperaba Batlle enlutado de pies a cabeza. Los padrinos repartieron pistolas de duelo y fijaron el lance a 40 pasos y dos cargas. De perfil y apuntando a su ofendido, Washington Beltrán debió comprender antes de morir que aquel no era su mejor día en esta tierra. El Río de la Plata escupía densas vaharadas de niebla sobre la ciudad dormida, y mientras Batlle era sólo un dudoso contorno entre la bruma fluvial, él, de blanco, parecía un fanal encendido. A la palmada de un padrino, ambos abrieron fuego, sin acertarse; tras la segunda palmada, recargadas las armas, el director de El País regresó a su casa muerto.
José Batlle, artífice de la modernización uruguaya, podía ser considerado reo de homicidio con atenuantes, según el Código Penal de 1889. Para evitar la condena del prócer, el 6 de agosto de 1920 se promulgó la Ley 7.253, reformando varios artículos del Código y reglamentando el duelo, con efectos retroactivos. Desde entonces y hasta hoy, los lances de honor no sólo están permitidos en la República Oriental del Uruguay, sino que la ley, los ampara y los regula.
Producida la supuesta ofensa, los padrinos de ambas partes deben conseguir una solución amistosa evitando el duelo. Si fracasan en su mediación, deben formar un tribunal de honor, integrado por tres miembros: uno por cada padrinato y un tercero pactado entre los dos primeros. Este tribunal de honor es el que debe dictaminar si existió o no realmente la ofensa y autorizar o prohibir el lance. Para integrar el tribunal debe haberse superado la edad de 40 años y ser uruguayo o extranjero con más de 10 años de residencia. No pueden ser miembros del tribunal el amigo íntimo o enemigo de cualquiera de las partes ni los parientes de éstas dentro del cuarto grado de consanguinidad o segundo de afinidad.
Si el duelo fuera inevitable, debe celebrarse a sable o espada -a filo y a punta o a ambos golpes-, o a pistolas y a dos cargas, siempre que no sean de precisión o repetición. El lance sólo puede hacerse a primera sangre, pero si de ella se infiriese la muerte de uno de los duelistas, el sobreviviente queda exento de persecución penal.
Sugestivamente decimonónico
Uruguay es un país sugestivamente decimonónico, en el que la política y el periodismo siempre fueron actividades simultáneas y confundidas entre sí, y el duelo entre caballeros siempre ha estado presente en las redacciones y en los parlamentos. En 1968, Jorge Batlle, director de Acción y líder colorado, descendiente de don José Batlle, fue seriamente ofendido por el senador de su mismo partido Flores Mora, que le acusó de haberse beneficiado económicamente por su previo conocimiento de una devaluación del peso uruguayo. Batlle estaba fuera del país, y Julio María Sanguinetti, entonces subdirector de Acción y ahora precandidato presidencial para las elecciones de noviembre, desafió al ofensor en nombre de su director ausente. Se batieron a sable, a filo y a punta, y a los 30 minutos de mandobles y estocadas, Sanguínetti hirió de un profundo tajo en la mano a su adversario.Jorge Batlle regresó al país y mandó a su vez sus padrinos al propio Flores Mora. Fue necesario esperar cuatro meses a que sanara la mano del ofensor para celebrar el nuevo lance. A los tres asaltos, también a sablazos, ambos se habían hecho una considerable carnicería antes de que los padrinos pudieran separar a los duelistas tras la primera sangre. El tribunal de honor dictaminó un empate.
El ultraderechista general Ribas, ministro de Defensa, retó a su presidente, Luis Batlle, y, siendo un excelente tirador de sable, decidió que la primera sangre de su adversario sería la última, dándole una estocada en el pecho que le tuvo a las puertas de la muerte. Ribas protagonizó junto a su camarada el general Líber Seregni, líder de la coalición de izquierdas Frente Amplio y liberado por la dictadura uruguaya el pasado lunes, el último lance conocido en Montevideo. Ribas le tildó de traidor a la patria por amparar a las izquierdas, y Seregni le mandó los padrinos. Esta vez, afortunadamente para Seregni, el duelo fue a pistola.
En 1971, al amanecer y en un regimiento montevideano, ambos se tirotearon por dos veces sin alcanzarse. Estos últimos y espaciados duelos de que se tiene noticia se celebraron al alba en el patio de algún cuartel (siempre había un militar entre los padrinos) o en los melan cólicos alrededores boscosos del aeropuerto interriacional de Carrasco. Pero la costumbre del reto siempre permaneció viva en el país mientras existió vida política. Wilson Ferreira, ahora candidato presidencial del Partido Blanco, proscrito y en el exilio, orador de lengua viperina y terror parlamentario de los Gobiernos colorados, recibía padrinos, hasta el golpe militar de 1973, prácticamente cada vez que hablaba. Nunca se batió, aduciendo su condición de católico, pero después argumentaba que tampoco podía aceptar el lance al no ser unos caballeros sus presuntos ofendidos; con lo que le llegaban renovadas remesas de padrinos por la nueva ofensa y recomenzaba el ciclo volviéndoles a recordar su fe.
A finales el pasado año, el intendente -alcalde - de Montevideo, Juan Carlos Paysse, y el ultraconservador Pablo García Pintos, ambos de la fracción ultraderechista del Partido Blanco, se retaron en el últilio intercambio de padrinos de que se tiene noticia. El tribunal de honor optó por no autorizar el duelo, y la primera y única sangre fue la de una revista secuestrada por relatar el desafío entre los dos prohombres colaboracionistas con la dictadura militar uruguaya.
Dado el carácter esencialmente político del desafio en el Uruguay -pueblo civilizado donde los haya, no se baten por mujeres-, mueve a sorpresa que aún ningún ciudadano le haya mandado los padrinos al general Goyo Álvarez, que todavía aspira a perpetuarse como presidente de esta decrépita dictadura. "Sería imposible", te comentan: "el duelo es un asunto estrictamente entre caballeros.
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