¿Por qué doblan las películas?
La sombra del actor.
Director: Peter Yates. Guión: Ronald Harwood. Música: James Horner. Intérpretes: Albert Finney, Tom Courternay, Edward Fox, Zena Walker, Eireen Atkins, Michael Gough, Cathryn Harrison. Tragicomedia. Reino Unido 1984.
Local de estreno: Carlos III.
Está tan arraigada en España la costumbre de doblar las películas que aún permanece viva la polémica sobre si es preferible alterar la banda sonora, aunque ello perjudique a los actores, o la propia imagen, que con los subtítulos queda manchada en su parte inferior. Como en nuestro país es frecuente que los subtítulos se elijan con ahorro picaresco, escamoteándolos o, a veces, reproduciéndolos con notables faltas ortográficas o palabrejas incomprensibles, esa polémica adquiere dimensiones más confusas.Sin embargo, no hay tantas opciones como parece, una vez que, sobre todo, los filmes se vienen doblando con precipitación y general desconocimiento del sentido último de la película. Hay frecuentes ocasiones en TV para comprobar cómo aquel mítico buen doblaje español está dando paso a un mecánico ajuste de sílabas sin rigor interpretativo alguno. Por si no fuera suficiente lo sufrido hasta ahora, nos llega en versión doblada La sombra del actor, simbólico título para definir el lenguaje, donde la primitiva expresión de los protagonistas se ha sustituido por una epidérmica y lamentable reinterpretación que dificilmente hubiera concedido a Albert Finney el premio que por este trabajo obtuvo en el pasado festival de Berlín, ni le hubiera seleccionado como candidato al Oscar junto a su compañero en el reparto, Courtenay. El matizado trabajo de ambos actores, aun cuando se mueve en el terreno del histrionismo "por necesidades del guión", es la clave de la película. En España seguimos ignorándola.
A pesar de ello, permanecen en la pantalla muchos de los aciertos laterales del filme. La extraña amistad entre los dos protagonistas -uno, vieja gran figura del teatro, arruinado en su edad y en su moral, desvencijado pero aún vanidoso, y el otro, paciente y lúcido, servicial y trapisondista, coqueto y ambicioso- compone la parte fundamental de la tragicomedia. Es un espejo del mundo del teatro, del teatro inglés especialmente, donde aún cabe la tradición de la compañía estable, de su figura estelar, de sus envidias y ruinas.
Peter Yates se ríe y se emociona con las debilidades de los dos hombres. Con ironía y ternura les contempla en su cotidianidad, aunque en momentos del filme roce lo inverosímil. Si ello no ocurre de forma irremediable es por el talento de Finney y Courtenay, cuyas voces aportan los elementos de la fascinación. Oír a Finney en sus giros, en sus matices, tanto cuando interpreta sobre el escenario como cuando explica sus tormentos, o admirar a Courtenay por esa dificil medida sonora de su ambigüedad sexual son las raíces del éxito que La sombra del actor ha tenido en festivales y en versión original.
Babelia
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