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Las relaciones entre la India y Pakistán, en su punto más bajo de los últimos años

La relaciones entre la India y Pakistán se encuentran en su punto más bajo de los últimos años, pese a la exquisitez con que se desarrolló el viaje a Nueva Delhi del presidente paquistaní, Zia Ul Haq, con ocasión de los funerales por la asesinada primera ministra, Indira Gandhi. El sucesor de ésta, su hijo Rajiv, dirigió recientemente una advertencia a Zia al señalar la "injerencia de intereses externos" en el fomento de los disturbios interiores indios. El presidente paquistaní ha intentado tranquilizar, sin conseguirlo, a los gobernantes de Nueva Delhi, donde la situación se considera explosiva.

Pakistán, país con el que la India libró una victoriosa guerra en 1971, es hoy la pesadilla del Ministerio de Asuntos Exteriores de Nueva Delhi, aun considerando la retórica que envuelve siempre este tipo de asuntos, de especial sensibilidad para ambos países, a menos de un mes de unas elecciones generales. Lo cierto es que el Gobierno de Rajiv Gandhi tiene la certeza de que el régimen del general Zia entrena, apoya y da refugio a los extremistas sijs que quieren hacer del Pupjab un Estado independiente: Jalistán.Por parte paquistaní, la incertidumbre ha sustituido a la relativa tranquilidad que Indira Gandhi inspiraba al régimen de Islamabad. La estadista asesinada era "una política madura, con un estilo propio y unas reacciones previsibles", afirma un diplomático paquistaní. Y añade: "Rajiv Gandhi es un enigma para nosotros, y políticamente está por estrenarse". El miedo en Islamabad, si lo hay, es que una situación interior complicada haga caer al joven primer ministro en la trampa de una aventura militar fronteriza.

Una buena muestra de la equívoca política de una de cal y otra de arena con que se desarrollan las relaciones Islamabad-Nueva Delhi es el apoyo dado por el presidente Zia, sólo días después del funeral de Indira Gandhi, a extremistas sijs llegados a Pakistán para celebrar el aniversario del fundador de su religión. Zia recibió a una delegación de los secesionistas y permitió que Islamabad se convirtiera durante dos días en un poderoso altavoz contra el Gobierno indio.

El diálogo India-Pakistán sobre este tema era tenso antes del asalto por las tropas indias, el 6 de junio, al Templo Dorado de Amritsar, pero aun después de esta matanza siguió funcionando.

El hecho que lo congeló definitivamente fue la negativa paquistaní a entregar a los secuestradores de un Airbús indio que, desde Srinagar (Cachemira), dirigieron a territorio paquistaní. En julio pasado, y a raíz de este incidente, fueron pospuestas sin fecha determinada una serie de conversaciones bilaterales, en las que Pakistán proponía un pacto de no agresión y Nueva Delhi contraofertaba un tratado de amistad. Indira Gandhi habló entonces de la evidencia de "una mano extranjera" en Punjab, Estado fronterizo con Pakistán y escenario de graves enfrentamientos religiosos y militares.

El rearme de Islamabad

Todo lo anterior, sin embargo, no es más que el chocolate del loro en la escalada de tensión entre las dos naciones. El tema que más inquieta en los despachos del Ministerio indio de Asuntos Exteriores es el volumen de la ayuda militar que Washington está prestando al presidente Zia Ul Haq. Mil seiscientos, de un total de 3.200 millones de dólares (unos 544.000 millones de pesetas), forman el paquete previsto para compras militares hasta finales de 1986. Con ser ésta una cifra astronómica para un país de las dimensiones de Pakistán, lo más importante de ella es el tipo de equipo militar que Washington facilitará al dictador Zia Ul Haq. La clave es un avión de vigilancia y control, el Grumman E-2C, ojo de halcón, que los israelíes utilizaron con devastadora eficacia contra Siria en 1980.El Grumman, cuyo suministro es discutido ahora por norteamericanos y paquistaníes, puede multiplicar por 10 la fuerza operacional de los cazas norteamericanos F-16 que tiene el general Zia Ul Haq. Sus computadoras identifican simultáneamente 300 blancos y proporcionan una alerta extraordinariamente anticipada de los movimientos de los aparatos de la fuerza aérea enemiga. En Nueva Delhi se dice que al Gobierno de Rajiv Gandhi no le quedará otro remedio que entregarse de brazos abierto a los cohetes Sam 5 soviéticos.

La sospecha en Nueva Delhi es que la entrega de los Grumman puede marcar una nueva fase del idilio entre el presidente norteamericano, Ronald Reagan y Zia Ul Haq. El líder paquistaní, sin embargo, sabe hasta qué punto esta ayuda militar está condicionada a la evolución de la situación en Afganistán. Si en este último país se consigue algún tipo de arreglo que rebaje considerablemente la presencia soviética, el régimen de Zia puede dejar de tener interés para Washington. Por eso, los movimientos de la diplomacia paquistaní se encaminan ahora a mantener el apoyo de EE UU no a causa de la situación de Afganistán, sino por los propios intereses del Pentágono en la seguridad paquistaní.

El primer ministro indio, Rajiv Gandhi, con ocasión de los funerales por su madre, trató con el secretario de Estado norteamericano, George Shultz, la cuestión de la carrera armamentista de Pakistán y su programa nuclear. Shultz, sin entrar en detalles, se limitó a garantizar el compromiso norteamericano con una India "fuerte y estable",

El conjunto de datos que se manejan en Nueva Delhi -incluidos los de inteligencia militar- han llevado al Gobierno indio al convencimiento de que los lazos entre Washington e Islamabad son mucho más estrechos de lo que ninguna de las partes está dispuesta a admitir.

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