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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los intentos de bipartidismo en México

EL RÉGIMEN establecido en México por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) desde el comienzo de los años treinta contribuyó a la configuración de una peculiar democracia de partido único, flanqueado de formaciones menores sin oportunidades reales de poder, que se sucede a sí mismo, y que establece en su seno un cierto pluralismo de grupos de fuerza sociales, económicos y políticos. Probablemente la capacidad para un cierto juego democrático dentro del propio PRI, que en el país prefiere llamarse consenso, es una de las explicaciones de tan longeva permanencia en el poder. Al mismo tiempo, las elecciones se han visto sujetas a un férreo control, que permitiera siempre el resultado previsto: el clientelismo político, la manipulación de las urnas, el recurso a los votantes con certificado de defunción y una vasta panoplia de intimidaciones garantizan que no se ponga en peligro la hegemonía absoluta del partido. Hegemonía que, por lo demás, en un contexto de mayor pureza electoral también se habría mantenido probablemente, puesto que el PRI goza de sólido apoyo en las masas mexicanas y tiene el prestigio histórico de haber estabilizado el país tras el porfiriato y las conmociones revolucionarias de principios de siglo.En los últimos años, una parte de lo que un día pudo ser la intelectualidad orgánica del propio PRI ha pedido una progresiva democratización del sistema. Otras fuerzas especialmente interesadas en el proceso político mexicano como el gigante del Norte apenas han ocultado su interés por el establecimiento de algún tipo de bipartidismo incipiente entre el PRI y la principal fuerza opositora, el Partido de Acción Nacional (PAN), que Washington equipararía a su propio partido republicano en contraposición a los demócratas del PRI -un partido este que combina en su seno gran cantidad de contradicciones el respeto por el marxismo intelectual, la corrupción del poder y una cierta esquizofrenia entre su basamento ideológico, al que corresponde una política exterior activa y progresista, y su praxis política-. Por la izquierda, una diáspora de partidos marxistas se desagrupan en lugar de unirse en torno al Partido Socialista Unificado Mexicano. El insignificante acopio de votos que cabe atribuir a estos partidos ha de tranquilizar a EE UU a la hora de pensar que con América Central convertida en una tentación revolucionaria, no corre riesgo alguno, sino al contrario, en estimular la verdad del voto al sur de Río Grande.

La eventual consolidación de una alternativa de voto por la derecha, que es pronto aún para certificar como consecuencia de las recientes elecciones legislativas mexicanas, ha de encontrar en este panorama dificultades muy grandes. Aun dando por sentada cierta voluntad del presidente De la Madrid y de una parte de la cúpula dominante del PRI por autentificar su régimen, será preciso primero una moralización a fondo de la política nacional, una campaña para erradicar no ya política sino socialmente el clientelismo cunero en que se basa la tradición provincial mexicana, antes de que cualquier alternativa pueda afianzarse en las urnas. Al mismo tiempo, todo avance del PAN no hará sino reforzar la línea izquierdista del propio PRI, que puede buscar su salud en un endurecimiento de su populismo social y de su política exterior.

En los presentes comicios, cuyos resultados no se conocerán oficialmente hasta dentro de varios días, no hay que esperar que se conmueva el control institucional histórico del PRI, pero puede darse un amago de reconciliación con la realidad en aquellas provincias (en especial las norteñas) en las que el bipartidismo social es ya una realidad que se da de bruces con el monolitismo político.

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