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El SIDA, entre la verdad y el escarnio

La difusión social -moda o fama (mala)- que adquieren las enfermedades no es igual para todas ellas. Como ocurre en tantas otras cosas, las enfermedades -algunas enfermedades- son utilizadas como valor de cambio y se les otorga un contenido literario o ideológico que les añade una determinada función, una posibilidad de utilización. Es eso lo que tan sutilmente se puede encontrar descrito en el ensayo La enfermedad y sus metáforas, de S. Sontag, o en el análisis histórico y antropológico de M. Foticault en su Historia de la locura.Efectivamente, baste recordar cómo han trascendido, a lo largo de su historia, el ámbito estrictamente científico enfermedades como la lepra, la sífilis, la tuberculosis y más recientemente el cáncer. Las relaciones entre la enfermedad, el mito, la metáfora y la manipulación ideológica se hacen también muy evidentes -probablemente más- en el caso de la locura.

Cuando se producen situaciones de este tipo, la ciencia médica adopta de forma casi sistemática un papel falsamente neutro, afirmando que no tiene nada que ver con todo lo que trascienda a su estricto interés por el objeto-enfermo (si bien no es ésa la expresión al uso, sino la de hombre-enfermo). Al margen de la actividad individual de quien la practica, puede afirmarse -sin descubrir nada nuevo- que no hay ciencia inocente (como mucho, hay ciencias blandas), como tampoco es neutra la neutralidad. No tomar posición es uno de los más clásicos argumentos de derechas.

No suele resultar dificil por ello a los que detentan el poder, es decir, a los que controlan el contenido de la información en los mass media, obtener una visión interesada, manipulada, de determinadas situaciones -en este caso, del conocimiento parcial y atemorizador de algunas enfermedades para conseguir control social de conductas desviadas o peligrosas. Los ejemplos citados previamente son muy ilustrativos.

Los medios de difusión de los países desarrollados de Occidente se vienen ocupando de forma desproporcionada en los últimos tiempos de dos de las últimas plagas (en el sentido más metafórico de la palabra) descritas en el terreno de las enfermedades: el herpes genital y el SIDA. Casualmente, ambas pertenecen al capítulo de la patología infecto-contagiosa, ambas tienen relación directa con determinados hábitos sexuales de quienes las padecen y ambas han sido descritas y difundidas por la literatura médica americana.

El interés está espectacularmente centrado en este momento en el SIDA. Desde que fue reconocido en 1981, pueden estimarse en más de 500 los trabajos publicados solamente en revistas médicas consideradas de primera línea; se ha declarado prioridad número uno en salud pública en Estados Unidos; diferentes miembros de diferentes Administraciones la han calificado de epidemia, y resultaría incontable el número de referencias, fantasías y estupideces que se pueden encontrar mezclados con datos estrictamente técnicos en los diferentes medios de comunicación.

Soporte del puritanismo

Hay razones suficientes como para afirmar que se está utilizando el SIDA como soporte ideológico del puritanismo dominante actualmente en áreas sociales muy poderosas por su influencia política y de control social.

Procede decir, en primer lugar, que dentro del pobre panorama de la mayoría de las publicaciones médicas en nuestro país -pobre en general por colonizado y poco riguroso, cuando no deshonesto- hay algunas que con un autorizado fundamento clínico y epidemiológico han comunicado experiencias y opiniones sobre el tema muy dignas. Son absolutamente minoría, al menos como letra impresa, pero su valor es muy grande.

1. Se presenta a la enfermedad llamada SIDA como un cuerpo de conocimiento cerrado, completo, científicamente sin fisuras. El dato final y definitivo al respecto ha sido el anuncio reciente del aislamiento del virus causante del mal. Han sido casi a la vez dos grupos de trabajo diferentes los que lo han hecho: uno francés (el país de Europa que más casos de SIDA tiene) y otro americano (el país que-más SIDA tiene).

Sin embargo, el tono de las comunicaciones de estos científicos no tiene nada que ver con la ligereza usual con que se habla del tema; ni siquiera es rotundo. Ambos son muy cautos a la hora de hablar de un virus el cual aún no es posible manejarlo en la experimentación animal, pues la enfermedad no ha logrado reproducirse por inoculación. No hay aún modelo animal de SIDA.

Científicamente la cautela es y debe ser extrema. No sería la primera vez que las cosas deben ser rectificadas después de haber sido descritas como hallazgos causales. En neurología existe un ejemplo muy educativo al respecto. Se trata de una enfermedad llamada esclerosis múltiple, descrita ya hace más de un siglo, concretamente por el gran clínico francés J. M. Charcot, en 1874. Hoy es el día que no sabemos su causa, a pesar del gran número de grupos de trabajo que se dedican a investigarla. Su historia está jalonada de comunicaciones sobre el descubrimiento de un determinado agente -virus- causal. Cada vez ha sido preciso rectificar.

Lo que acabo de contar no es una pueril refutación a algo tan serio como lo descubierto sobre el SIDA. Es sólo el sencillo recuerdo de que las cosas suelen ser más complejas de lo que se dice; y si esto no se tiene en cuenta se pueden cometer las más rastreras demagogias y hacer ridículos históricos. Porque, demagogia por demagogia, díganme a mí qué pasó del enigmático síndrome tóxico y de algún bichito que se le cayó a un fugaz ministro de la mesa.

2. Dicho lo anterior, debe entenderse que el llamado SIDA es un proceso clínico diagnosticado en base a unos síntomas y unos datos de laboratorio que deben complementar esos síntomas previos y no al revés.

Sin embargo, son los factores de riesgo para padecerlo los que se presentan como datos mejor conocidos y lo que más ha trascendido a la opinión pública. Ha sido calificada la enfermedad con una lamentable nemotecnia que hasta el último patán conoce: la enfermedad de las cuatro h: homosexuales, heroinómanos, haitianos y hemofílicos.

Presentar un hábito sexual como factor de riesgo de algo, y muy especialmente si se hace sin preocuparse de ninguna otra característica concomitante en quien lo practica, es algo sumamente confuso y limitado. En ausencia de una suficiente "epidemiología de los hábitos sexuales" de la población general, una afirmación de ese tipo suele resultar falsa.

Otros factores

No es suficiente decir que hay significatívamente más SIDA en pacientes que son homosexuales. ¿Qué hacen los homosexuales que sólo lo hagan ellos? ¿Es que hay otros factores? ¿Son todos los homosexuales así? Incluso en el caso de que hubiese respuesta para estas preguntas, una siguiente sería: ¿por qué es así?. Cuando se está haciendo a alguien responsable de un comportamiento se deben dar respuestas sobre dicho comportamiento y no sobre mecanismos derivados del mismo, o al menos no sólo sobre eso.

En el caso de la mayoría de homosexuales con SIDA, es espectacular el alto número de compañeros sexuales que ha tenido cada uno; junto a ello, la concomitancia con ser además adicto a drogas es también superior al resto de la población.

Los haitianos sencillamente son víctimas inocentes en todo este asunto. A pesar de haber una incidencia de SIDA de cuatro a diez veces mayor en Nueva York o San Francisco que en Haití, en ningún sitio se lee que ser americano sea un factor de riesgo de contraer SIDA. La mayoría de los casos de los homosexuales haitianos con SIDA se trataba de prostitutos frecuentados sobre todo por turistas americanos.

El riesgo de contraer SIDA como consecuencia de una transfusión de sangre existe, pero en una proporción sensiblemente inferior a la derivada de un simple error en el grupo sanguíneo y espectacularmente inferior a la de contraer hepatitis B. La medida recientemente adoptada (y que resulta difícil creer que pueda ser suficientemente controlada) de no permitir la donación sanguínea retribuida o profesional es un viaje necesario pero que no requería estas alforjas.

3. El SIDA existe, es un proceso sumamente grave y hay criterios para diagnosticarlo. Por ello y por más cosas es preciso darle su justo valor. Es una cuestión sanitaria; es una cuestión sanitaria más. Por momentos parece una serpiente de verano.

Una rápida consulta a las estadísticas oficiales sobre mortalidad en nuestro país resalta de inmediato la trascendencia vigente y creciente de los accidentes y otros traumatismos (incluidos los autoinfligidos); las enfermedades vasculares y sus factores de riesgo; el cáncer... Siguen en pie cuestiones como el alcohol, otras toxicomanías, las enfermedades respiratorias, la contaminación de las aguas, las infecciones alimentarias... Entre estos problemas -las drogas, la miseria, la corrupciónencontramos al SIDA en su origen, con más criterios epidemiológicos y más fundamento. No debe hacerse del SIDA una metáfora de lujo.

Todo el mundo oye hablar del SIDA, y aunque muy pocos sepan lo que es, la mayoría comprenden -comprendemos- lo que se nos quiere decir, es decir, lo que no se debe hacer. Así como el herpes genital castigó a los promiscuos, así el SIDA castigará a los desviados. Éste es el mensaje diariamente transmitido; ésta es la verdad mayor del SIDA, por encima de cualquier hecho científico o clínico de los existentes o los inventados.

Pocas veces de una enfermedad se ha escrito más y en menos tiempo. Probablemente nunca. Resulta que el SIDA reúne todas las características tomo para ser el objeto ideal de manipulación ideológica en momentos tan concretos de la historia como el presente, donde la desublimación represiva ha dado paso a la represión sublime.

En el deprimente espectáculo de la infiltración ideológica más oscura, los medios de comunicación cumplen, en general, un papel servil y mediocre, a la altura de los órganos de poder a los que sirven de correa de transmisión, y con frecuencia propagan ideas y conceptos deformes, inexactos y falsos; peor aún: medio ciertos. Porque el SIDA existe, porque es un grave problema dentro de otros problemas aún mayores, es preciso hablar de él con la mayor certeza posible, sin sensacionalismos.

Fernando Sádaba Garay es médico especialista en Neurología y Medicina Interna.

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