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Sacramento

Señalan los antiguos cronistas que esta calle del Sacramento fue una de las primeras vías de Madrid edificada sobre terreno llano, sin los frecuentes desniveles que configuran la escarpada orografía de la villa, sin curvas ni ángulos bruscos; cualidades que sin duda apreciaron los arquitectos de la nobleza que en los siglos XVI y XVII instaló en ella caserones y palacios.La calle del Sacramento conserva, fuera de las horas de ajetreo municipal, su aire antañón: no tiene comercios, ni tráfico, el caserío es antiguo y con muestras de acreditada nobleza; iglesias, conventos y edificios administrativos forman la mayor parte de la vecindad, el tiempo detenido proporciona a este barrio una imagen pretérita; un improbable embozado en cualquiera dé sus esquinas situará al paseante nocturno en el Madrid de los Austrias.

Aquí jugó al escondite el escurridizo Antonio Pérez con los esbirros de su antiguo amo el torvo Felipe II, y la misteriosa princesa del parche en el ojo fraguó en estos contornos su perversa leyenda, quizá para ponerla a juego con su intrigante cata dura. A Pérez le alcanzaron por primera vez los guardias gateando por las alturas de la iglesia de los Santos Justo y Pastor, hoy basílica de San Miguel. El secretario de pérfida memoria y agudo ingenio sufrió prisión también en la vecina casa de Cisneros, donde fue sometido a penoso interrogatorio por los profesionales del Santo Oficio. El consumado fugista lograría esca par vestido con las ropas de-su esposa doña Juana.

Calle discreta, severa y blasonada, la del Sacramento ha sido escenario de conspiraciones, refriegas, amoríos secretos y prodigios edificantes. En uno de estos olvidados caserones un oficial de los Guardias de Corps vio la luz de la fe a través de una espectral historia de amor. El galante capitán, prendado por la sonrisa de una dama a la que vislumbró en su carruaje, la siguió hasta su palacio del Sacramento y, tras haber gozado con tan sublime aparición de una noche de apasionada embriaguez, dejó discretamente sus habitaciones descolgándose por unio de los balcones con ayuda de su tahalí. Absorto aún con el recuerdo de su reciente relación, dejó el guardía colgada su bandolera y su espadín en el balcón, y cuando al día siguiente acudió a recuperarlo, halló tan sólo un palacio abandonado; habían desaparec¡do muebles y cortinajes, pero en el suelo de lo que había sido su fugaz alcoba estaba su espada. Todo, rastro de la dama se había esfumado. Para mayor confusión, unos vecinos informaron al desfalleciente oficial que aquella" casa, deshabitada años atrás, había tenido como última moradora a una mujer tan bella como venal que había acabado sus días en el arrepentimiento tras una vida ahíta de pecados. La lección estaba clara, la aparición enamorada había dejado por una noche los confines de su purgatorio para, pecando una vez más, salvar el ánima del galanteador, cuya fama como se puede apreciar había traspasado los umbrales terrestres para tentar incluso a las mismísimas ánimas.

La calle del Sacramento tiene como su mayor gala la fachada de la casa de Cisneros, impecable filigrana del plateresco, en la que la leyenda situó al orgulloso franciscano que hizo valer sus poderes instala. dos en la boca de los cañones como argumentos de incontrastable contundencia. Los historiadores han echado por tierra la hipótesis al señalar que la casa fue construida por su mayorazgo después de la muerto del regente, que nunca Regó a asomarse a su artístico balcón para soltar su frase.

La vía toma el nombre del convento de. Bernardas situado a su entrada, edificado en el siglo XVI, en sus aledaños abundan los cenobios de monjas y las residencias de frailes. La fachada convexa y curvilínea de la basílica de San Miguel parece haberse constreñido para caber en tan reducido espacio. La calle termina aquí, en una encrucijada fundamental de la villa, la plaza del Cordón, referencia al cíngulo franciscano ennoblecido en la piedra, símbolo de este barrio en el que la humildad corre pareja con la nobleza y MadrÍd parece hidalga y arrumbada ciudadela provincial.

En estos antiguos solares, a espaldas de la Puerta Cerrada, nació la urbe destinada por una. mueca burlona de azar a ser capital de vastos y desarbolados imperios. Hoy sus blasones deberían contar con el símbolo que exhibe en su ventana un edificio de la administración municipal en esta calle, un flamante botijo blanco rampante sobre un moderno acondicionador de aire, tradición y modernidad, gemio y figura.

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