Reconstrucción de una página de pequeña historia
Sí, como debía ocurrir, el "fugaz recuerdo" se esfuma y, tras él, Alfonso Sastre, en la carta publicada, en EL PAÍS del día 22, lejos de intentar rebatir mis afirmaciones, confiesa que el "calvario" del que habló con respecto a la consecución de mi firma del segundo escrito sobre los malos tratos de Asturias fue un decir "un poco enfático": o, lo que es igual, se vuelve atrás de su pequeña y benigna referencia a mí. (Todos le agradeceríamos que prescindiera de semejantes "benignidades".) Y sí, también, como yo había supuesto, confirma implícitamente en su carta que su "mala información" era bergaminesca. Por "si ello tuviera algún interés público", yo, en vez de hacer "benignas;" insinuaciones, voy a relatar, exactamente, cómo sucedieron las cosas. Nunca, hasta ahora, lo había hecho en público, y cuando, el día en que falleció José bergamín, a invitación de EL PAÍS, escribí un artículo sobre él, sólo elogios -mesurados, es verdad, y no de "rendida admiración", que no va con mi modo de ser- pueden leerse en él. Pero si a ello nos ponemos, reconstruyarnos bien, y no con infundios, "aquellas jornadas" de septiembre y octubre de 1963.Como ya dije en mi carta al director del día 15, yo firmé el primer escrito de denuncia de malos tratos a los mineros de Asturias y sus familias, tan pronto como comprobé que algo, cuando menos, había de verdad en ella; y desde luego, lo recuerdo muy bien, cuando todavía el escrito tenía muy pocas firmas, ningunam'uy importante, y cuando ni siquiera estaba puesta en él la de Bergamín. Pero preferí poner mi nombre, no arriba, como se me invitó a hacer, sino hacia la mitad del pliego. Varios días después recibí una atenta llamada telefónica del Ministerio de Información diciéndome que el ministro, a la sazón Manuel Fraga, deseaba tener una entrevista conmigo. Acudí a ella y Fraga me recibió con mucha amabilidad, dándome la sensación de que me había llamado para resolver un problema de censura que yo, por entonces, y como tantos otros escritores, tenía. Me congratulé de su buena disposición y, en el curso de la conversación, como incidentalmente, me dijo que había recibido un escrito sobre supuestos malos tratos en Asturias, plagado de falsedades, escrito en el cual, y entre otras, había visto mi firma, según suponía, sorprendido en mí buena fe. Yo le respondí que, precisamente en ese caso, lejos de haber procedido a la ligera, no había dado mi firma hasta cerciorarme de que algo había de verdad en el escrito; pero si, como él afirmaba, no era así, el escrito le brindaba ocasión para esclarecerlo todo. Tan pronto como le di esta respuesta su actitud cambió radicalmente y en seguida dio por terminada la entrevista. Pocos días después apareció en la Prensa su respuesta, dirigida personalmente a José Bergmín, en la cual se extrañaba de que él, justificador de la persecución de la extrema izquierda no comunista durante la guerra, se hubiera vuelto ahora, sin razón, tan escrupuloso y, junto a un rotundo mentís, expresaba su poca estima por los firmantes, salvo unos pocos -venía a decir, aun cuando no tengo a mano sus palabras textuales- que, en conversación privada con él, habían retirado sus firmas.
Quiero pensar que a la "mala información" de Sastre correspondió entonces, o viceversa, en, Bergamín, una "mala suposición", la de que yo era uno de esos firmantes que, según Fraga, se habían vuelto atrás. Fue una ligereza de su parte y bien podía haberse dirigido a mí para preguntarme sobre lo sucedido. Lejos de ello, se dedicó a propalar como cierto ese infundio, vuelvo a querer pensar que por haber perdido la serenidad y sentirse, en efecto, "acosado". Pero aquí debo interrumpir esta pequeña historia para enhebrarla con otra.
Entre tanto iba a tener lugar, en Madríd y en los bajos del hotel Suecia, un congreso internacional de escritores, dirigido por mí, sobre la novela contemporánea y, más precisamente, sobre el nouveau roman, por entonces comenzando a estar en boga, y la novela de realismo social, que en España se cultivaba. Los ponentes eran varios, Nathalie Sarraute, Mary MacCarthy, Jean Starobinsky, Luis Martín Santos y José Bergamín entre ellos. Pocos días antes de la inauguración del congreso, nuestro coorganizador de París, Jelensky, me planteó la complicación que suponía la carta del ministro, que iba a acarrear, temía, la prohibición de las sesioijes. A ello le respondí que había una posibilidad de protegernos: la de que, cambhando las órdenes del día, trasladásemos su ponencia a la sesión, menos pública, que de antemano se había previsto que tuviera lugar en mi seminario de la universidad, que quedaba fuera de la. competencia de los ministros del Interior y de Información y, por tanto, relativamente ampairada. Así lo decidimos, y muy pronto llegó a mis manos el texto, más bien inocuo desde el punto de vista político, de la ponencia de Bergamín.
Pero muy de mañana del día mismo en que el congreso había de comenzar, dos personas, una de ellas precisamente José María Castellet, a quien otravez desafortunadamente para su causa pone por testigo Sastre, y la otra, extranjera, que también felizmente vive, me buscaron por separado para preivenirme, como amigos, de la afirmación que Bergamín había estado propalando la noche anterior, de que yo era uno de los firmantes que, según Fraga, habían retirado su firma y que, consiguientemente, poco se podía esperar de un con-
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greso por mí dirigido. Naturalmente, yo no podía tolerar tal imputación, y en el cóctel que, como primer acto social, se celebró en el Instituto Francés -lugar que habíamos elegido para protegernos de las autoridades españolas- apenas vi a Bergamín, el cual, por cierto, se me acercó a mí sonriente; le exigí no precisamente que retirase nada, sino que, al comienzo de la primera sesion, pidiera la palabra para decir lo que quisiera, pero con una palabra de amistad o amabilidad para mí. No lo hizo así, ni mantuvo ante mí lo que había propalado, y tras nuestra breve discusión se ausentó. Luego, en el curso de aquella sesión, Pere Quart tomó la palabra para comunicar al congreso que yo había vetado a Bergamín. Le respondí que, en efecto, agraviado por él, yo le había exigido como condición previa a su participación unas palabras de implícita retirada de su agravio, a lo que él no había accedido. Por lo cual, claro está, había quedado excluida su intervención oral, aunque se mantuviera la ponencia escrita; y que si Pere Quart y los que quisieran seguirle no estaban conformes con aquella mi decisión, eran muy libres de retirarse del congreso. Nadie se movió y sólo después, en un descanso, Pero Quart y no sé si alguien más, cuya ausencia, en cualquier caso, pasó totalmente inadvertida, desapareció sin decir palabra. Un par de días después, en la sesión que tuvo lugar en mi seminario de la facultad de Filosofia y Letras, fue leída la ponencia de Bergamín. Y de la sesión de clausura del congreso salió el segundo escrito a Fraga, encabezado por mí, como ya dije, y, con muchas más firmas, especialmente catalanas, que el anterior, aunque también es verdad, con la ausencia de algunas que habían sido estampadas en el primero.
Tras la lectura de este relato, ¿puede decirse que haya más verdad en este segundo y nuevamente lamentable escrito de Sastre de la que hubo en el primero? ¿Y es tolerable la afirmación de que yo "colaboré en el acoso" a Bergamín, que abocó en su segundo exilio? Fue una en él no insólita ligereza lo que le privó de verse arropado -lo que no sé hasta qué punto le habría valido- por un congreso internacional. Optó por entrar en una embajada latinoamericana y desde allí exiliarse.
Ha habido a lo largo de nuestra historia demasiados inquisidores. Pero ha habido y hay también los pequeños inquisidores de ultraizquierda, los cazadores de brujas, a los que se ha referido aquí mismo Ricardo de Zulueta. Y es que, a veces, los extremos se tocan.
Todos, también Bergamín, tenemos cosas buenas, cosas malas y cosas regulares. Deseo sinceramente, que las de Sastre no sean, en adelante, tan malas como éstas que acaba de tener.
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