Cosas que pasan
Hay que evitar tres fáciles riesgos: la sensibilidad, la nostalgia a la reacción. Hay que tomar las cosas como cosas que pasan, que nos pasan o nos sobrepasan, y de las que también pasamos. Al final lo importante es lo que queda y lo que nos queda.Para un socialista, sea cual fuere el lugar en que trate de empujar, con mayor o menor acierto, el carro de la historia, formando parte de una ciudadanía comprometida con la sociedad en la que vive, sin el menor desprecio hacia facetas tan viles como el amor, la amistad, el disfrute de cuanto alrededor se nos ofrezca susceptible de encontrar en ello la clave del celo que suele ocurrir es siempre político y tiene que tener alguna explicación política. Quizá una de ellas es la de no haber sabído evolucionar, haberse conformado con lo que se llamaría el vademécum o el cacismo de los principios inmutables, que tiene que conducir a inevitable confrontación con la realidad que según algunos no somos capaces de analizar, interpretar, asumir y, en consecuencia, operar sobre ella.
Un espíritu mínimamente autocrítico tiene que reconocer e algunas cosas crean raíces muy profundas, y es muy difícil dejando por el camino deternadas cuestiones que en su
fueron¡ inatacables certezas.
Frente a una posible actitud de resistencia a todo lo que sea revisión o novedad, por la inseguridad que lo desconocido genera, hay otra actitud no menos criticable, que es la de estar a la moda y asumir con rapidez vertiginosa cualquier cosa que se os sepa presentar con imagen de cientifismo y además nos tranquilice la conciencia.
Si se dice que los no evolunistas se amparan en un criticable cientifismo materialista, es evidente que los hiperevolucionados se colocan ahora bajo nueva capa del cientifismo sociológico o de la tecnocracia realizante. Unos y otros se enzarzan, echándose para ello a la citas de los más variados autores, para redefinir la columna vertebral del pensamiento socialista actual.
La lucha de clases es para algunos una forma anticuada de presentación de un superado fenómeno, y es mucho más técnicamente presentable y menos hiriente en su enunciación lo que se conoce como diferencias socioculturales, y hasta si se quiere, con la expresión de la nueva sociedad dual. En la sociedad de clases y en la sociedad dual hay ricos y pobres, explotadores y explotados, privilegiados y menesterosos. En la lucha de clases se sabía que ésta tiene su origen de desigualdad e injusticia en razón de las estructuras económicas. En la sociedad dual la razón de la división, que no se oculta, está en que esa sociedad dual no funciona lo suficientemente bien corno para lograr que algunos tengan menos y otros no lo pasen tan mal.
La vieja plusvalía, término tradicional, ha muerto. Viva el excedente. Antes la plusvalía era la apropiación del esfuerzo humano convertido en capital, constituidora del lucro y una inocultable apropiación de lo ajeno, basado ello en el simple binomio de la necesidad de comer de los unos y la propiedad por los otros de los medios generadores de riqueza. Hoy el excedente es el becerro de oro al que rendir tributo y ofrecer sacrificios, a veces bien cruentos, porque de su torcido cuerno manarán en cascada nuevas fortunas que generarán nueva riqueza. Con excedente y plusvalía, obtenida bien sea en la sociedad posindustrial y científica avanzada o bien en el colonizado Tercer Mundo, es un hecho cierto que ni se ha distribuido la riqueza ni se ha puesto fin .a la injusticia, la dominación ni el inercadeo de unos seres sobre otros.
Antes la explotación económica, la dominación política y alienación ideológica eran términos en,los que apuntalábamos el compromiso de un quehacer. El compromiso era solidario para luchar por la igualdad. Hoy se habla de una sociedad más igualitaria a través de la solidaridad. Son ¡nocultables las diferencias. El nuevo orden económico y político entiende el paro o como un simple número estadístico o como un elemento corrector del mercado de trabajo y una consecuencia no querida ni deseada-, pero inevitable, del progreso, la secuela casi biológica de la mutación genética del proceso productivo desde la era industrial a la epopeya tecnológica. La explotación económica es ahora la solidaridad en el ofrecimiento de puestos de trabajo; la dominación política mundial y local es la racionafidad de la economía de guerra y de la guerra de la economía; y la alienación ideológica es la integración cultural en el razonable sistema de las democracias delegadas. ¿Y a qué viene todo esto? Sencillamente a tratar de encontrar la clave política que explique la causa y el porqué de las cosas que nos pasan a los socialistas y de la profunda crisis que el pensamiento socialista atraviesa en estos momentos en el mundo occidental y oriental, pues los guiños de este último al sistema económico internacional de reparto de mercados y la aplicación de ciertos modos de producción liberal son también síntoma de esa profunda y generalizada crisis.
Del mito de la destrucción del Estado hemos conseguido llegar a su deificación hasta querer alcanzar la omniestatización de lo político. Lo de lo económico, ni tocarlo. La institucionalización como aparato del Estado, mantenida por el Estado y teniendo en el Estadosu finalidad las actividades ciudadanas, es imparable. Curioso socialismo es aquel en el que en lugar de fortalecer una sociedad dinámica libre, crítica, realmente participativa, autogestionada, se prefiere escoger la senda de la comunidad inerme, postrada a los pies del Estado, reclamante de su ]?onderado gobernar, de su Jusi 'o repartir y de su benéfico tutelar, con olvido absoluto de quien está detrás del invento. Parece ser que detrás del viejo Estado feudal, del aristocrático, del fascista y totalitario y de las dernocracías interpretadas en clave de mezquindad reduccionista siguen estando los grandes poderes económicos internacionales a los que, por llamar por su justo nombre, conocemos como el complejo bélico industrial y financiero.
Los anarquistas pintaban jugando al corro a un general montado en un cañón, a un banquero sentado en la bolsa de monedas, a un patrono recostado en la espalda de un trabajador y a un obispo mitrado adornando la escena. Con una u otra indumentaria, ahí siguen estando todos. No nos engañemos.
Es evidente que con esta forma de pensar no se puede instalar uno en el discurso de la revolución tecnológico-científica y sociológica y se está lógicamente expuesto a recibir como contestación permanente aquello de: no sabes, no entiendes las profundas transformacíones, que el mundo está sufriendo. El apelativo de fósil o de paleolítico tarda muy poco en surgir entre la catarata de invectívas que han de recibirse pacientemente.
Claro que hay cosas que pasan, pasaron y pasarán. Es verdad que lo importante es todo lo que queda, cada vez más enmascarado, mixtificado o edulcorado, pero con idéntica injusticia y miseria por arriba y por abajo, aunque se esté repartiendo ésta en mayores o menores dosis, según qué países.
Porque precisamente queda eso y queda muchísimo por hacer, no hay lugar ni para la sensibilidad ni para la nostalgia, y menos aún para la reacción.
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