Roberto García Carbonell
Las contrariedades y los alumnos forjan al profesor
Hay un pez al que llaman tararira que, si le dan a morder algo fuera del agua, muere y se seca al sol sin soltarlo. Es para los pescadores argentinos el más crudo ejemplo de la tenacidad. A Roberto García Carbonell, 56 años, nacido en Salta (Argentina), le gusta compararse con los tarariras. Porque se ha convertido en reconocido especialista de oratoria, encargado de la formación de directivos de empresas, a fuerza de contrariedades, sugerencias de sus alumnos y fe en sí mismo.
Cuenta la historia de su vida casi mes por mes. Quizá radique ahí el secreto de su autodidactismo. En el aprovechamiento de todo lo que le ha sucedido y en el regusto por estrujar cada situación y cada persona conocidas. Comienza con sus padres, valencianos que hicieron las Américas y se convirtieron en nuevos ricos.Estudia ciencias económicas en Rosario y trabaja como asesor de empresas y contador fiscal del Tribunal de Cuentas en Salta. Se convierte en una de las personas más respetadas de la ciudad cuando pasa a ser administrador del diario Norte en 1967. En 1968 cierra el periódico y se queda sin trabajo y con seis hijos que mantener. Viene a España con una beca para estudiar desarrollo económico-social. "Madrid fue un vuelco, un amor a primera vista".
Aquí le proponen trabajar como director adjunto de una empresa constructora y no duda en marcharse de Argentina. "Lo vendimos todo. Sólo me traje los cubiertos en un paquetito que hizo mi mujer". No a gusto del todo con su trabajo, recuerda un curso que había hecho en su país sobre lectura rápida y se lanza a enseñar esta técnica en la Casa del Brasil, en Madrid. Carbonell tiene entonces 38 años, el curso es un éxito. Deja su puesto fijo en la empresa y lo apuesta todo por los cursos. Más tarde se percata de sus limitaciones. "No se puede imaginar la de métodos y libros que leí para que los alumnos no me pillaran".
"Un día un alumno me dijo: profesor, ¿por qué no enseña a hablar en público?... Me sugirieron después impartir técnicas de estudio. Me exigían tanto que no tenía más remedio que prepararme a fondo y tener éxito". Siempre impulsado por los alumnos, lleva sus cursos a las universidades Autónoma y Politécnica.
"Un alumno me propuso imprimir mis propios libros. Convertí mi casa en una imprenta en la que trabajaba toda la familia". Otro alumno le propone crear su propio instituto, que termina fracasando. "Hubo épocas malas. Diseñé unos atriles con sujetapáginas que yo mismo vendía en las papelerías. Me conocían como el señor de los atriles". Un verano vende quesos. Otra temporada, seguros de vida. "Pero notaba que así decepcionaba a mis alumnos. Hasta que un día uno me dijo: profesor, vaya a las empresas con sus cursos en vez de con seguros".
En 1979, una importante editorial comienza a publicar los libros de Carbonell convirtiéndole en uno de los pocos especialistas en lengua castellana sobre métodos rápidos de aprendizaje. Hace un año, entra a formar parte de una empresa dedicada a la formación de altos directivos. El señor de los atriles, con más de 35 cursos en la maleta -desde cómo escribir de forma afectiva y efectiva hasta cómo dirigir una reunión-, saborea ahora orgulloso su triunfo.
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