Drogorreacción
La noticia de que el Gobierno italiano acaba de aprobar recientemente un proyecto de ley contra la droga para tratar de combatirla con la mayor eficacia posible ha hecho que el diario que usted dirige inserte un editorial bajo el despectivo epígrafe de La caza del drogadicto (véase EL PAÍS del 12 de diciembre de 1988), y que una semana después (19 de diciembre de 1988), en esta epistolaria -y muy leída- sección aparezca una misiva titulada Si yo fuera italiano.Bien, pues en dicho proyecto de ley se contempla la penalización del consumo de cualquier clase de droga, desde el porro (hachís) hasta el caballo (heroína), con una rigurosidad inusitada y que tiene por objeto acabar con esa necia tolerancia y esa nefasta permisividad que han hecho que en el país transalpino, y en los 10 primeros meses del año, haya habido 613 muertos por causa de la droga o, lo que es lo mismo, dos víctimas diarias. "Cuando las barbas de tu vecino veas...", dice el refranero. Pero aquí como si nada. Es más -y los toledanos somos testigos de excepción-, cuando un alcalde, el nuestro, tiene la sensata idea de publicar un bando contra la droga con el fin de rechazar su consumo en las vías y lugares públicos de Toledo se le ponen una infinidad de trabas jurídico-burocráticas, se le demora su entrada en vigor y al final se transige como a regañadientes, e incluso con posterioridad se le pretende descalificar y acabar con él desde el trasnochado radicalismo comunista en esta materia.
Reconozco que sólo con represión no se podrá jamás acabar con el problema de la droga ni con el comercio de la muerte y de la degradación humana; pero, asimismo, no es menos cierto que condenar a cadena perpetua a un traficante y penalizar con unos cuantos años de prisión a un camello será mucho más positivo en la lucha contra la droga que leyes blandengues para con los traficantes y permisividad ambiental para con los consumidores. La más pura lógica nos indica que se logra mucho más poniendo obstáculos que dando facilidades; es obvio. Como obvio es que, como he dicho más arriba con sólo represión no basta, que ésta debe ir acompañada, en lugar preeminente y preferente, de una política de prevención lo más completa posible que abarque desde los ámbitos pedagógicos, centros de enseñanza, puntos vitales, hasta la calle, donde el problema debe calar en la conciencia de todos los ciudadanos.
Hace unos días me encontré con un amigo de la juventud al que hacía un buen número de años que no veía; se me acercó y me dijo: "Sentí mucho lo de tu hijo. A mí, el 25 de septiembre, se me murió uno con 22 años, también por la droga. Y tengo otro de 21 que está muy mal, muy mal, le tiene deshecho la maldita droga. Y de verdad, Ángel, aunque parezca mentira, estoy deseando que se muera". Vi cómo se le saltaban las lágrimas y se me hizo un nudo en la garganta, sintiéndome desgarrada el alma. Me sobrepuse. Le consolé. Y yo también lloré por dentro desconsoladamente. Más que de dolor, fueron lágrimas de rabia y de impotencia. Lo que yo llamo drogorreacciones.-
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