Schönberg, autor de moda y gran éxito
. Formada hace 15 años por impulso de un grupo de jóvenes instrumentistas, la Orquesta de Cámara Orpheus, Orpheus realiza el ideal soñado por Manuel de Falla cuando impulsó la Orquesta Bética, de Sevilla. Lo que para los sevillanos pudo quedar en mero sueño es asombrosa realidad en el caso de los neoyorquinos. Trabajan como un cuarteto y ni siquiera cuando interviene la totalidad del grupo, unos 40 profesores, ponen un director a su frente.
La versión de la Sinfonía en sol menor número 83, de Haydn, estúpidamente titulada por los editores La gallina, alertó al público, que colmaba la sala de cámara del nuevo Auditorio. Estábamos ante la perfección, ante el bien hace música como hábito y no frente a una especie de retórica perfeccionista practicada frecuentemente. Incluso los asistentes sentíamos la impresión de que toda la vida escuchábamos la música como en aquel momento.
Ciclo de cámara y polifonía
Orquesta de Cámara Orpheus, de Nueva York. Obras de Haydn, Schönberg, Stravinski y Mozart. Auditorio Nacional. Madrid, 17 de enero.
La noche transfigurada, de Schönberg, está de moda, y utilizo este concepto un poco frívolo porque no creo demasiado en el súbito entusiasmo del gran público para este poema posromántico y filoexpresionista sobre versos de Richard Dehmel y extraído de su libro Mujer y mundo (1896). Tampoco debe considerarse La noche transfigurada como una obra meramente juvenil de su autor, pues sí es cierto que data de 1899 su primera y acaso más bella redacción para sexteto, Schönberg la orquesta en 1917 y todavía la revisa en 1943, cuando ha compuesto sus célebres Variaciones opus 31. Debía entonces considerar el creador del dodecafonismo esta obra temprana como algo sustancial y perdurable dentro de su producción, y así lo es en verdad. Se percibe con claridad cuando nos llega el misterio de estos pentagramas tan explicado, tan perfectamente poetizado como en el caso de la Orquesta Orpheus.
Claro que podría decirse lo mismo de la realización espectacular del Concierto Dumbartom Oaks, de Stravinski (1938), o de la infrecuente Serenata para ins trumentos de viento, violonchelo y contrabajo, de Dvorak (1878), y de las fascinantes propinas, última de las cuales fue La oración del torero, de Turina, fraseada con estupenda gracia y entendida en su más honda consistencia. En resumen, fue un concierto literalmente inolvidable.
Babelia
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