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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La alternativa

EL RECIENTE congreso del Partido Laborista británico constituye la culminación de la política iniciada hace seis años por su secretario general, Neil Kinnock, cuando, en el fragor de las luchas internas entre facciones irreconciliables y apisonado el viejo partido por la realpolitik de Margaret Thatcher, el entonces joven militante galés fue elegido como resultado de un compromiso tan frágil como impredecible. Kinnock heredaba un partido que en los últimos años había sido dirigido por un viejo intelectual de izquierdas, Michael Foot, y que naufragaba aferrado a viejos dogmas que le alejaban cada vez del electorado.Desde entonces, el partido dirigido por Kinnock ha sufrido dos derrotas electorales más. Tres elementos pesaban como losas sobre cualquier intento de reconstruir una oferta electoral que fue hegemónica durante gran parte de la posguerra: su dependencia orgánica de unos sindicatos desacreditados ante la opinión pública tras las huelgas de los últimos años de los setenta; la defensa a ultranza de una política económica anclada en las formas más periclitadas del Welfare State, y la defensa del principio del desarme nuclear unilateral. Al mismo tiempo, los sectores más moderados abandonaban el partido para articular opciones de centro que dividieron al electorado de la oposición. Thatcher o sus sucesores tenían el camino despejado para el futuro.

Con un trabajo poco espectacular pero constante, Kinnock y sus colaboradores han sido capaces de dar la vuelta a la situación, a pesar de jugar en ocasiones en un terreno minado. Lo sorprendente del último congreso no es que haya desechado la última de las barreras que separaban al laborismo de los electores -el desarme nuclear unilateral-, sino que eso se haya producido sin sobresaltos y en una de las reuniones del partido más pacíficas de los últimos tiempos. Y es que el equipo de Kinnock no solamente ha puesto al partido a la altura de los tiempos, sino que ha sido capaz -después de largas y pacientes luchas para controlar los elementos más anacrónicos del laborismo y de los sindicatos- de reconstruir un importante grado de consenso interno. En realidad, la última batalla fue librada en la reunión del órgano ejecutivo del partido, celebrada el pasado mes de mayo. En aquella ocasión se aprobó un programa a largo plazo que introducía importantes rectificaciones en la política económica -con un reconocimiento expreso a los valores del la economía de mercado- y sentaba las bases de una nueva política de defensa.

La prueba de fuego de la renovada política laborista fueron las elecciones al Parlamento Europeo. Y el examen fue superado a plena satisfacción: la formación de Kinnock sacó más de 15 puntos de ventaja a los conservadores y las restantes opciones de oposición desaparecieron prácticamente del mapa político. En la actualidad, los laboristas siguen por delante del Gobierno en las preferencias de la opinión pública, pero el margen se ha estrechado. Aún quedan más de dos años para las próximas elecciones y, tradicionalmente, éste es el momento en el que el partido en el poder sufre sus mayores desgastes. Lo cierto es que el congreso laborista de Brighton ha confirmado un hecho importante: por primera vez en más de una década, los conservadores en el poder se enfrentan a una alternativa seria de gobierno.

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