La 'revolución de terciopelo'
Nadie a mediados de noviembre hubiera pensado en la posibilidad de que sólo unos días después Checoslovaquia fuera a retomar el hilo de su historia prácticamente en el mismo punto en que quedó paralizada a raíz de la entrada de los tanques soviéticos en Praga en agosto en 1968.Unos días antes, el sábado 21 de octubre, en el curso de una cena que ofrecí para poner en contacto a algunos miembros destacados de la disidencia -entre ellos el propio Havel- con el alcalde de Madrid, el actual presidente de la República dijo dos cosas que tengo grabadas en la memoria: que, en la medida en que las cosas no cambiasen, su país "estaba polucionando" al resto de Europa, con lo cual implicaba que su revolución y su lucha era también la de todos los defensores de la libertad y la democracia; y que cualquier incidente sería aprovechado para dar un giro a la situación de su país.
Ese incidente se produjo el 17 de noviembre, en el curso de una manifestación. autorizada en memoria de los estudiantes muertos por la represión nazi. El Gobierno hizo un cálculo erróneo de su poder y consistencia, dejándose llevar por la inercia de 20 años de normalización, es decir, de totalitarismo y represión. Seguro de que el pueblo se mantendría sumiso y acataría las órdenes.
Garrafal error, porque la dura represión fue respondida con una actitud valiente de los estudiantes, a los que de inmediato se sumaron artistas e intelectuales, y finalmente el pueblo entero. Enmudecieron los coros, los teatros, las espléndidas orquestas sinfónicas, y el pueblo salió a la calle, en una ola que llegó a sumar más de medio millón de personas, para expresar su descontento e irritación.
Ese movimiento de masas hubiera podido diluirse al poco tiempo si no hubiese surgido de inmediato, para catalizarlo y liderarlo, el Foro Cívico, y muy especialmente la figura de Havel, intelectual de intachable trayectoria al que pronto vinieron a sumarse hombres como Dubcek, el cardenal Tomasek y otros muchos. En un principio se dijo que Foro Cívico lo constituía un grupo de aficionados sin experiencia, sin ideología coherente ni infraestructura a nivel nacional, y que el propio Havel era un utópico dramaturgo muy alejado de las esencias de un político. Estos "aficionados" y este romántico líder, apoyados por el pueblo en el país entero, consiguieron en pocas semanas, sin derramamiento de sangre, con un civismo ejemplar que ha asombrado al mundo, pasar de un sistema totalitario a un régimen de libertades, en transición hacia una auténtica democracia pluripartidista.
Minoría comunista
Los logros de la revolución de terciopelo están al alcance de la vista de cualquiera y es difícil presentar otro ejemplo comparable en el mundo hasta ahora llamado socialista: el presidente de la República es hoy Vaclav Havel, hace tan pocos meses aún encarcelado; el Gobierno, de 21 carteras, sólo tiene siete en manos del Partido Comunista de Checoslovaquia (PCCH), habiendo abandonado el partido comunista el actual primer ministro y dos viceprimeros ministros. El presidente de la Asamblea Federal es Alexander Dubcek, cuyo nombre no podía ni mencionarse hace sólo algunas semanas. La cúpula del PCCH ha sido desalojada de sus sillas. y algunos altos cargos puestos entre rejas y pendientes de procesos por corrupción o abuso de poder. Se respetan las libertades de expresión, culto, manifestación y asociación. Han surgido ya 36 partidos políticos, en trámite de inscripción. Se han restablecido relaciones diplomáticas con la Santa Sede, Israel, Corea del Sur. Se está discutiendo en el Parlamento (cuya representación comunista es ya minoritaria) todo un paquete de leyes que constituyen el armazón de cualquier Estado democrático. Checoslovaquia ha pasado a ser un Estado respetable y respetado. La reforma económica está en marcha aunque exista clara conciencia de las dificultades que habrá que superar y del tiempo que habrá esperar para remontar lustros de mixtificación y estancamiento.
Havel, el Foro Cívico y el pueblo checoslovaco, "inexpertos", "apolíticos" y "desorganizados", han sabido abrir una nueva era para su país, que el mundo observa con esperanza. Se trata ahora de reconstruir una sociedad civil que se encontraba al borde del escepticismo y del abandono y que ha recuperado su iniciativa creativa, superando el aherrojamiento de un Estado paralizado. Sin revanchismo, pero con decisión de justicia, los jóvenes inexpertos siguen dando una lección de coraje y entusiasmo.
Denuncia y lucha
Hasta aquí los hechos. Pero ha Historia tiene una lógica y las revoluciones no se producen por casualidad. En el fondo del hilo dialéctico que ha conducido a esta revolución de terciopelo está el profundo sentimiento de este pueblo de haber sido víctima de un engaño nacional.
El sistema postotalitario anterior estaba montado sobre la represión y el engaño (o mejor, el autoengaño), dos constantes objetos de denuncia y lucha del actual presidente, empecinado defensor de la verdad y de la historia en movimiento frente al fraude y el inmovilismo. A la falsedad y represión políticas ha venido a sumarse el fracaso del sistema económico, que ha colocado en una situación de esclerosis a un país que llegó a tener antes de la II Guerra Mundial uno de los más altos niveles económicos de Europa entera. A la represión política y el desastre económico se suman otros dos factores que explican el actual proceso hacia la democracia: la luz roja encendida a perpetuidad desde que en 1968 los tanques soviéticos entraron en la capital checoslovaca para poner fin a la primavera de Praga y al intento de instaurar un socialismo con rostro humano y el proceso abierto por la perestroika de Gorbachov en la URSS, que daba, en cambio, luz verde a los de países vecinos como Hungría y Polonia. La gota que desbordó el vaso fue la caída de Honecker y el derribo del muro.
Con estos ingredientes en la mano se produce pacífica, civilizadamente -porque también hay que anotar la tradición cultural y democrática que arropa a este pueblo-, un proceso de transición que se desea rápido y tranquilo pero que posiblemente requiera un período de tiempo suficiente como para que vayan madurando todas las transformaciones en marcha: de una economía centralizada y fosilizada a una economía libre y competitiva; de un sistema de predominio y real monopolio de un partido a un régimen pluripartidista; de una situación de dependencia y sumisión a los dictados político-económicos de Moscú, a una auténtica independencia nacional, interna e internacional; de un enclaustramiento en la Europa gris del socialismo totalitario a una integración en la Europa abierta y desarrollada, a esta nueva Europa que se abre hoy como una gran incógnita ante los ojos de todos nosotros.
En Checoslovaquia el poder político ciego y prepotente, incapaz de dialogar y componer, ha sido derrotado por la cultura, por la fuerza y el entusiasmo de la juventud estudiantil, por el ejemplo de unos líderes desinteresados e íntegros. El futuro se abre por el irresistible embate de la verdad como una espléndida compuerta, plagado de incógnitas por supuesto (nada más contradictorio que un futuro planificado y diseñado a priori y en el que no quepa la sorpresa), pero también de esperanzas e ilusiones.
La Europa de las libertades necesita a esta Checoslovaquia, ilusionada, creativa, joven, un poco apolítica y un poco ingenua, plantada en el corazón de una Mitteleurepa que renace a la historia y al futuro.
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