_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una letra en la calle

Juan Cruz

Ésta es una modesta proposición a la acumulación inevitable de chistes urbanos que van a circular dentro de los próximos días con relación a la pretensión europea de que la eñe pierda su raíz española.La eñe es una letra del asfalto. En Madrid, por ejemplo, siempre se ha arrastrado esa consonante: ha existido como un sonido muy leve, casi argentino. Los argentinos unen la ene y la i -la i, no la y- para decir eñe. En Madrid lo arrastran todo: es una ciudad en la que las letras conviven como acostadas: durmiendo, en medio de una larga siesta que siempre se parece al despertar del alfabeto.

Qué desastre. Estaba tan alegre el patio del abecedario, tenían las calles de las letras tan definido su porvenir, y viene de pronto, como una agresión cualquiera, Europa entera, la propia Europa, a decir que de todo lo que teníamos nos sobraba la tilde.

Tienen razón. Lo que pasa es que no la tienen. La ambivalencia brusca de la virtualidad de la eñe le molesta a Madrid más que a nadie: es un tiempo duro el que vive esta letra callejera. En Madrid la eñe vive en madroño y vive también en roñoso, y es en todas las partes de Madrid o de cualquier sitio un signo que sirve para un roto o para un descosido. Si a esta columna se le permite una confesión personal y escatológica, diría unos versos que aprendió hace años en el asfalto cruel de la infancia: todo lo que decían esos versos tenía que ver con los tacos y sus eñes. Era la versificación impura de la esencia del hablar de la calle: "El coño es una maceta / donde se planta el carajo / y si no retoña el gajo / dale parte a la puñeta".

La vida urbana está hecha de eñes, y Madrid, especie de capital católica del reino de las eñes, las atesora como si las hubiera inventado. La moda de Madrid, que fue en los primitivos años ochenta una forma de decir la eñe, porque aquella era una edad de la arruga, y la eñe es la arruga por antonomasia, no podrá ceñir los vestidos, porque ceñir viene de eñe. Y los camareros, por ejemplo, no podrán decir señor, ni nada, porque tampoco pueden decir, cuando acaba el año y sirven la primera, o la penúltima copa, buen año nuevo, señor. Todo quedará entre paréntesis sin eñes, y no habrá una palabra sola que deje de sufrir las consecuencias de estar sin ese lugar común que antes había como una mano veloz sobre la ene.

La eñe urbana

La eñe es un correlato urbano, aquella parte de la letra que se le ha colocado al madroño como una tilde. Está tan llena de eñes la ciudad que sería hoy más fácil hacer que Madrid circule por la izquierda que circule sin eñes por el almanaque de las palabras.

No resisto la tentación: en España -España, ¿te acuerdas de que tu quinta letra tenía un sombrero?- algunas palabras sirvieron como emblema de la eñe y terminaron siendo la metáfora del país. Ahora habrá manifestaciones madrileñas y ajenas para reivindicar ese espacio menor del teclado en el que tenemos ese sonido mayor de la vida y que suena poniendo la lengua plana sobre el cielo de la boca -el 75% de la lengua: ése es el porcentaje de la eñe, porque la ene sólo suena cuando decimos algo con el 37% del filo final de la lengua-, pero a nadie se le ocurrrirá mirar al teclado propiamente dicho: tenemos que adivinar en esa ristra conocida de letras como chorizos una que nadie sabe que se ha roto: la eñe de las máquinas está en el punto y coma, que es algo que no se usa sino para decir que no recordamos qué hay después de lo que queda dicho.

Es muy difícil explicar que todos estamos con la eñe. Tamaña letra tan significativa sólo sirve para decir que estamos vivos: viña, piña, madroño. Es un emblema urbano de Madrid, y como se complica tanto en la conversación cotidiana, es imposible no tenerla en cuenta como si fuera el factor humano que tienen dentro todas las letras. Durante siglos, además, sirvió en España -España, que ahora dirán en Madrid, también como los catalanes: Espanya, España, aparta de mi la eñe- para decir casi todo lo imprescindible: ahora, si los europeos nos quitan la eñe urbana con la que hemos convivido, no podremos ni siquiera decir que el próximo será el año 92.

La vida urbana siempre fue un chiste lleno de eñes. Los quieren quitar para allanar el ceño de España. El ceño de España resistirá el embate. Y el madroño será el emblema urbano de la eñe. Eso le queda a la ciudad de Madrid.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_