La ira del Sur
"No somos racistas...", "somos el culo de Madrid", dicen los vecinos de Villaverde
Las fogatas empezaron a encenderse poco después de que hablara Nicanor Briceño, portavoz de la coordinadora vecinal de Villaverde, anunciando manifestación para el martes. Le aplaudieron los vecinos, embarcados en la primera aventura colectiva de su vida, en la que se funden tantas frustraciones individuales, que se sentían seguros arracimados alrededor de su líder. Era una noche tranquila, la segunda desde la ocupación del vertedero, en el que no quieren gitanos, y a los que acusan de traficar con droga.
Ardían las fogatas y, aparentemente, nada más, pero en el corazón de cada vecino de Villaverde late la ira cada vez menos sorda por el abandono del Sur, por los barrios a los que, como al perro sarnoso, sólo les salen pulgas. "No tenemos institutos, ni piscina, ni polideportivo. Estamos olvidados por completo. Sólo tenemos La Celsa, la M-40, Torregrosa, las vías del tren que nos atraviesan, el Manzanares con sus mosquitos, las depuradoras. Somos el culo de Madrid; eso somos". Con gran calma se expresaba María Ángeles, una adolescente a la que cada mañana le: cuesta una hora llegar al instituto más cercano.Ella y sus amigas Flori y Luisa contemplaban el resplandor que iluminaba la parte alta de la barranca en donde se encuentra el vertedero que tendría que acoger a. las 88 familias gitanas que rechazan. "Mira, esa luz es de la discoteca Universal Sur, la mejor de Madrid", indicaron, soñadoras.En el agujero polvoriento, los vecinos habían instalado sus tiendas y, tras los aplausos con que acogieron el discurso de Nicanor, se dispusieron a organizarse para los turnos de la noche. El carismático conserje de colegio, convertido en líder del movimiento, habló moderadamente y trató de calmar los ánimos de quienes se exaltaban contra los medios de comunicación que les habían tachado de racistas.
Un vecino le pasó una poesía, que Nica -así le llaman sus incondicionales- leyó pegado al megáfono: "No queremos drogadictos / ni camellos ni heroína; / si a Felipe le interesa, / que pruebe la medicina". Y también: "Felípe con sus ministros, / Manzano y sus concejales, / justifícanos tus sueldos / en Villaverde y Perales".
Grupos de amigos sentados ante las tiendas, algunos jugando a las cartas, la mayoría charlando. "No somos racistas", insisten al paso de los informadores. Una mujer mayor: "Pero donde están los gitanos está la droga. No quieren trabajar, no han trabajado nunca, porque se lo dan todo gratis. Con pico y pala los pondría yo a trabajar". La ira del Sur apenas se dibujaba en los perfiles iluminados por las fogatas, por las bombillas que se balanceaban en el aire, como en una verbena.
Llegaban jóvenes con sacos de dormir, vestidos con chándal. Saludos, sonrisas, palmadas en la espalda. Un viejo preguntaba: "¿En dónde hay que apuntarse? Para lo que sea". Pedían voluntarios para el servicio de orden.
Trabajadores, obreros, amas de casa, jóvenes que estudian y trabajan, alguna que otra madre de yonqui muerto.
Gente de bien y de paz, dispuesta a dormir al raso para impedir que otra gente, a la que no conoce, obtenga un techo miserable con el que guarecerse en un vertedero de mierda.
Así estaban las cosas al sur de Madrid, en una noche que parecía tranquila.
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