EE UU ofreció a España tecnología secreta a cambio de enviar un escuadrón de F-18 al Golfo
La Administración norteamericana ofreció al Gobierno español el acceso a tecnología secreta relacionada con el software (programa informático) de los cazas F-18, a cambio de que enviase un escuadrón de dichos aviones al Golfo en vísperas de la ofensiva aliada contra Irak, el 17 de enero pasado, según fuentes gubernamentales. El Ejército del Aire, por su parte, preparó 12 cazas F-18 y entrenó intensamente a 18 pilotos, tripulación y media por aparato, por si se decidía mandarlos a la zona del conflicto. Finalmente, el Gobierno prefirió desestimar la oferta por razones políticas.
MIGUEL GONZÁLEZ La oferta de la Administración norteamericana, era muy tentadora, pues se trataba de tecnología que EE UU oculta celosamente, incluso a sus más fieles aliados. A diferencia de otros aviones, la operatividad del F18 se basa en la veintena de ordenadores que lleva a bordo y que constituyen un sistema de aviónica totalmente integrado. "La diferencia entre un F-18 inútil y otro operacional son los diez minutos de la carga de un programa de software", según un general de Aviación.Esta característica permite mejorar las capacidades del F18 sin modificar sus equipos o estructura, sino sólo incorporando programas cada vez más perfeccionados. Desde que llegó a España el primer F- 18, en 1986, hasta que lo hizo el último, en 1990, se ha cambiado hasta seis veces el programa operativo de vuelo.
El Ejército del Aire ha realizado un considerable esfuerzo para adquirir la capacidad de modificación del software del F-18, por dos razones fundamentales: para poder integrar en el avión bombas de fabricación española y para ganar una autonomía que resultará imprescindible en el futuro, pues los programas desarrollados en EE UU para las nuevas versiones del F-18 no servirán para los aviones españoles, con una configuración más antigua.
La 'caja negra' del radar
El Grupo de Informática de Combate de la Fuerza Aérea ha logrado avances importantes en el control de los programas de los ordenadores de misión y gestión de armamento, pero ha tropezado con la cerrada negativa de Washington a facilitar el acceso a la tecnología relacionada con uno de los componentes esenciales del avión, el radar APG-65 de la casa Hughes, cuyo programa constituye una caja negra para los ingenieros españoles.
Este veto limita seriamente la operatividad de los F-18 en campos tan sensibles como la guerra electrónica o los sistemas de identificación amigo-enemigo. Washington se ha negado a compartir con sus aliados el nuevo sistema de identificación no cooperativa, que permite saber si un avión es o no aliado sin necesidad de que responda a una determinada señal, al contrario que los sistemas convencionales.
La decisión norteamericana de reservarse la tecnología del APG-65 fue, según fuentes españolas, determinante para que los países europeos descartaran finalmente equipar a su futuro avión de combate (EFA) con dicho radar y optaran por desarrollar uno propio.
A pesar del interés de la oferta, que hubiera sido necesario concretar de haberse aceptado, el Gobierno español -en realidad, el gabinete de crisis que integraban el presidente Felipe González, los ministros de Defensa y Exteriores, Serra y Fernández Ordóñez, y la portavoz, Rosa Conde- la desestimó, por considerar que su contribución era ya suficiente y que el envío de cazas al Golfo suponía participar en primera línea en las hostilidades, en vez de apoyar desde la retaguardia.
Si hubiera decidido lo contrario, habría partido hacia la zona el escuadrón, formado por 12 aviones y 18 pilotos, que el Ejército del Aire tenía preparado para hacer frente a cualquier eventualidad y que, a finales del pasado año, estaba ya a punto, tras un intenso entrenamiento, que incluyó el lanzamiento de bombas por guiado laser en el polígono de tiro de las Bardenas (Navarra).
Según algunos expertos, los F-18 españoles, de haber intervenido en el conflicto, habrían debido limitarse a misiones de defensa aérea. Otras fuentes subrayan, sin embargo, que durante los ejercicios celebrados recientemente en Canarias, en los que se hundió el Churruca, los F-18 volaron ininterumpidamente durante seis horas entre la Península y el archipiélago, el doble de lo que duraban las misiones en el Golfo.
En la guerra participaron 100 cazas F-18 de la Navy y 84 de la Infantería de Marina. Los primeros actuaron desde portaviones norteamericanos, mientras los segundos lo hicieron desde bases en Arabia Saudita. Un avión fue derribaron y dos se perdieron en accidente.
El protocolo de los B-52 y otras colaboraciones españolas
Cuando, al filo de la medianoche del 16 al 17 de enero, el presidente de EE UU, George Bush, telefoneó a Felipe González para anunciarle el inicio del ataque contra Irak, el jefe del Gobierno español estaba ya al corriente de los hechos, pues el entonces ministro de Defensa, Narcís Serra, se lo había comunicado algunas horas antes.Madrid y Washington tenían acordado al detalle el apoyo español a la ofensiva y, especialmente, la utilización de Morón de la Frontera (Sevilla) como base operativa de 22 bombarderos B-52, que lanzaron desde allí 294 ataques.
El protocolo hispano-norteamericano indicaba que Bush llamaría a González una hora antes de la ruptura de las hostilidades y que los primeros B-52 aterrizarían en Morón dos horas después de empezado el ataque. Sin embargo, la llamada del presidente norteamericano resultó supérflua, ya que a primera hora de la noche del 16 las autoridades españolas recibieron los planes de vuelo de los B-52, que comenzarían a llegar a Morón hacia las 0.2 horas del día 17, señal inequívoca de que la guerra iba a empezar.
Uno de los aspectos menos conocidos, pero no menos importantes, de la colaboración española fue el suministro de información militar sobre Irak. Una delegación de EE UU visitó en el otoño de 1990 el aeropuerto de Son San Juan (Mallorca). Su objetivo era examinar el bunker con que cuenta allí el Ejército del Aire y que fue construido por la firma española Grecsa, la misma que realizó en Irak alrededor de 150 refugios blindados para aviones. Con los datos obtenidos, EEUU reconstruyó los bunkers iraquíes y estudió la forma más efectiva para destruirlos.
Otro tema que despertó el interés norteamericano fue el proyecto BEAC (Bomba Explosiva Aire-Combustible): un programa secreto del Ministerio de Defensa, encargado a la empresa Expal, para desarrollar una bomba de alto poder destructivo que, según diversas informaciones, podía haber llegado a manos iraquíes. Responsables españoles explicaron a sus homólogos norteamericanos que, aunque se desarrolló un prototipo, que se hizo explotar sobre el mar cerca de la base aérea de San Javier (Murcia), el programa se había abandonado por el alto porcentaje de fallos y por la dificultad que entrañaba el que las bombas no pudieran almacenarse, sino que tuvieran que ser montadas para su utilización.
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