Devoción mariana
Una gala de danza, cuando sale bien, es una fiesta. Y eso es justamente lo que pasó en el escenario de las ruinas romanas de Itálica, donde hubo calor artístico y emotividad, a pesar del filoso viento del Norte que azotó escenario cava y gradas.El homenaje a Matía de Avila (Barcelona, 1920) iba siendo ya un a falta grave. Reconocida internacionalmente como una verdadera maga del trabajo formador de bailarines, inspiradora de varias generaciones de buenos artistas de ballet, la maestra subió al escenario al final de la mano de uno de sus más famosos discípulos, Víctor Ullate.
Entera, sobria, despertando una admiración espontánea, María hizo una profunda reverencia primero a sus chicos, y después, al público. Era el colofón de un racimo de buenos fragmentos de danza en varios estilos que demostraban la, pluralidad natural del ballet, y, de paso, la filosofía que anima al evento de dar de todo un poco.
Gala homenaje a María de Ávila
Tchaicovsky pas de deux: Balanchine / Chaikovski; Romeo y Julieta: Choo Sanz Goh / Prokófiev; Giselle (fragmento del primer acto): Adam / Ek; Giselle (Pas de deux del segundo acto): Perrot, Petipa y Lacotte / Adam; El cisne negro: Petipa / Chaikovski; Esmeralda: Petipa / Pugni y Drigo; Carmen: Bizet Ek. Con: Patrick Armand, Julio Arozarena, Yvan Auzely, Antonio Castilla, Ana Laguna, Elizabeth Loscavio, Trinidad Sevillano y Ruth Vaquerizo. Itálica, Sevilla. 20 de junio.
Abrieron cartel Elizabeth Loscavio y Antonio Castilla, ambos bailarines principales del Ballet de San Francisco, con la pequeña joya de Balanchine. Ella es tan norteamericana en sus fórmulas de ataque que recuerda a Gregory, verdadero paradigma del estilo de la costa Este que hoy ya lo es de toda Norteamérica. Segura y virtuosa, también hizo un cisne negro caracterizado en su instinto de malignidad y, bailado con amplias líneas. Castilla la acompañó con nobleza.
El equilibrado programa brindó un guiño a la historia con dos fragmentos de Giselle, uno moderno y otro romántico. Sobre Ana Laguna es difícil encontrar adjetivos que no suenen a poco. Ella, en Giselle, es el baile más auténtico y humano que pueda verse hoy. La parte clásica del mismo argumento la desempeñaron Ruth Vaquerizo, que se enfrentó por primera vez al papel con serenidad y demostrando calidad formativa con futuro, y el cubano Julio Arozarena, actualmente primer bailarín del Real Ballet de Amberes (Bélgica), que une a su portentoso físico un salto elegante e inspirado, siempre dentro del estilo y brindando el atento apoyo de pareja que exige la pieza.
Trinidad Sevillano y el francés Patrick Armand, del Ballet de Boston, hicieron primero el Romeo y Julieta en la versión acrobática de Sanz Goli, que poco aporta y se disfruta sólo por la altísima calidad de los intérpretes. Trinidad reservó para el final una demostración de bravura y arte. En Esmeralda, ella corrobora que en el ballet clásico, cuando se baila con sentido, interiorizando los movimientos, se consigue verdadera poesía. Sevillano tiene la rara condición hoy día de hacer vida del baile que toca, de transmitir una voluntad expresiva. El difícil papel de la gitana seductora y voluntariosa tiene mucha miga dentro.
Libertad interior
No son sólo pasos complicados, vueltas y saltos, que Trinidad hace sin sonrojarse; es darle a todo ello el desenfado, la libertad interior y sufrida de una mujer intensa. Su talento y la semilla que sembró en ella María, su maestra, lo han hecho posible.
Al terminar la velada, un espectador entusiasta dijo: "¿Te imaginas una compañía de ballet con toda esta gente junta? ¡Vaya sueño!". El ballet español, aunque hoy de capa caída, existe en parte gracias al tesón de personas como María y sus bailarines. Si se cree en la danza, tambien hay que creer que vendrán tiempos mejores, y es hermoso soñar con esa compañía ideal. Los sueños, sueños serán, hasta que alguien se empeñe en lo contrario.
Babelia
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