_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mucho mas actriz que bailarina

El equívoco que rodea a la legendaria rubia del, Hollywood clásico Ginger Rogers es uno de los más extraños y paradójicos de la historia del cine.Alcanzó en los años treinta las cúpulas del estrellato de Hollywood no por lo que realmente era, una actriz extraordinariamente dotada tanto para la comedia -donde hizo maravillas, como Me siento rejuvenecer, dirigida por Howard Hawks en 1952- como para el melodrama -Espejismo de amor, dirigida por Sam Wood, le proporcionó un merecido Oscar en 1940-, sino por algo que, sin apenas dotes ni preparación técnica para ello, se vio forzada a ser a causa de las leyes del star system: la graciosa pero deficiente bailarina acompañante -en realidad muleta- de un genio de la danza, Fred Astaire, con el que actuó en una serie de películas que dieron la vuelta al mundo, entre ellas La alegre divorciada (1934); Sombrero de copa y Roberta (1935), y Amanda (1938), que les convirtieron en imagen universal del mutuo entendimiento.

Más información
Muere a los 83 años Ginger Rogers, uno de los grandes mitos del cine musical

Química

Todos los cronistas de aquel tiempo coinciden en que el dúo Astaire-Rogers entró en las crónicas de la mitología del estrellato como un caso sorprendente de buena química rítmica entre un mediano actor (pero superdotado bailarín) y una gran actriz (pero deficiente bailarina). En parte a causa de este equívoco de fondo, las relaciones entre ambos fueron conflictivas y e n algunas ocasiones incluso tormentosas, lo que redondea la paradoja: Astaire y Rogers, dueños de un milagro de armonía física recíproca, eran en realidad dos personas dispares, que no se soportaban y que ocultaban detrás de su imagen de inseparables una ruda desarmonía.

Ginger Rogers se encumbró fingiendo bailar con un hombre que en realidad se limitaba a ordenarla, y no con buenos modales, que se limitara a seguir sus pasos. Y fue en 1940, tras Espejismo de amor, cuando Ginger -que había comenzado en las pantallas en 1930 con pequeños papeles en filmes musicales donde aprendió su oficio: Jóvenes de Nueva York, Honor entre amantes, La novia del gánster, La chica del guardarropas, Así es Broadway, La calle 42 y Vampiresas- logró salir de la tutela artística de Astaire y comenzó -a ser dueña de una exquisita trayectoria profesional como comediante, que ya se intuyó en Damas del teatro (Gregory La Cava, 1937) y Ardid femenino (George Stevens, 1938).

Después de su triunfo personal en 1940, llegaron sus trabajos en Seis destinos, El mayor y la menor y Roxie Hart, en 1942; Compañero de mi vida, en 1943; Una mujer en la penumbra, en 1944, y La primera dama, en 1946. Fue dirigida por maestros de la talla de Julien Duvivier, William Wellman, Billy Wilder, Mitchel Leisen y Frank Borzage, que abrieron la puerta del mundo a la gran Ginger, que así escapó del mito y entró en la historia como lo que era: una gran y hermosa intérprete de personajes a veces complejos, casi siempre solventes y siempre vivos.

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
Recíbelo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_