Artesanos del siglo pasado
Un recorrido por el comercio tradicional que sobrevive de generación en generación ajeno al paso del tiempo
El viejo Madrid conserva poco más de veinte comercios artesanos que se fundaron al abrigo del siglo XIX y que, de una generación a otra, han sobrevivido hasta hoy ajenos al paso del tiempo con sus estructuras ornamentales y laborales intactas. Los establecimientos permanecen todavía en su estado original, una decoración decimonónica caracterizada por gruesos y enormes mostradores de madera, como el de la tienda de esencias, Manuel Riesgo, vitrinas de cristal, mármol y bronce, preciosas las de la pastelería El Pozo, suelos compuestos por mosaicos florales o geométricos y unas fachadas oscuras, y en algunos casos polvorientas, como en la Botería de Julio Rodríguez, que piden una mano de pintura a gritos.Los abuelos y bisabuelos han transmitido el oficio a sus descendientes a base de callos en las manos y muchas horas de taller. El futuro de estos establecimientos es ahora incierto. "La artesanía está muriendo porque no está pagada" dice Julio Rodríguez que confecciona a mano botas de vino. Los sucesores inmediatos quieren mantener el negocio, aunque "ya no quieren ensuciarse las manos", añade. La fabricación en serie es más rápida, más barata y, sobre todo, más rentable. Pero todos coinciden en mantener los talleres porque después de más de 150 años de historia se han convertido en auténticas instituciones del barrio.
- Turrones de Casa Real. Luis Mira llegó a Madrid en 1840 a lomos de un burro cargado con el turrón que él y su familia elaboraban en su casa de Jijona (Alicante). Dos años le costó llegar a la capital porque por el camino le compraban toda su mercancía. Fue en 1842 cuando por fin logró establecerse en Madrid. Hoy, 154 años después, su tataranieto, Carlos Ibáñez atiende Casa Mira, el artesanal negocio en el que, desde su fundación, se venden turrones todo el año. La misma familia los elabora en el obrador madrileño. Son proveedores de la casa Real y entre sus especialidades destacan "los turrones y mazapanes en calidad suprema, sin aditivos ni conservantes, recién hechos y pesados a la vista del cliente". El kilo de turrón cuesta unas 3.600 pesetas el kilo.
Casa Mira. Carrera de San Jerónimo, 30. Metro Sevilla.
- Los flecos de Lola Flores. Luis Guillermo Quecedo Fillola, de 30 años, pertenece ya a la quinta generación, la primera de hombres, que atiende la Cordonería, enclavada en un portal. Su tatarabuela, Alfonsa Martín Mora, la fundó el 17 de junio de 1921. De este insólito comercio han salido los flecos para los trajes de lunares de Lola Flores y algún que otro mantón de manila para Rocío Jurado. El último famoso del mundo de la farándula que pasó por allí fue Rappel para comprar unos alzapaños (cordones para recoger las cortinas). Las madre de Guillermo continúa haciendo a mano estos flecos y cordones en el quinto piso del mismo edificio, donde también vive la familia desde hace 175 años.
Las auténticas redecillas goyescas de seda y terciopelo, los madroños de lana y multicolores cordones para las cofradías de Semana Santa se entremezclan ahora con el sin fin de recuerdos típicamente españoles que desde los años 50 incorporaron "porque ahora es muy difícil sobrevivir de la cordonería artesana", comenta Guillermo.
Cordonería. Calle de la Sal, 1. Metro Sol.
- Los dulces de Pío Baroja. Los habituales bartolillos (pasta frita de harina, manteca y vino rellenos de crema) que cada domingo compraba Pío Baroja, Benito Pérez Galdós o Manolete y los hermanos Bienvenida, siguen siendo los dulces más solicitados de la pastelería el Pozo desde que se fundó en 1830. Los bartolillos cuestan 150 pesetas y se elaboran sólo los sábados y domingos. La tradición manda comerlos aún calientes. Así lo han hecho siempre Manuel Fraga, Fernando Morán y Pío Cabanillas, o los desaparecidos Francisco Fernández Ordoñez y el actor Fernando Rey. Julián Leal está al frente del horno desde hace 66 años en el que 12 artesanos del dulce elaboran unas exclusivas planchas de hojaldre rellenas de crema o cabello de ángel. El precio de una plancha de 12 raciones es de 2.300 pesetas. También elaboran exquisitos pasteles rusos de chocolate, crema y yema tostada a 2.400 pesetas.
Pastelería El Pozo. Calle del Pozo, 8. Metro Sol.
- La cocina de la abuela. En la entrada de camerinos del desaparecido teatro Madrid se encuentra ubicado desde hace 100 años El As del aluminio, cuando entonces el teatro costaba 10 céntimos y te regalaban una bolsa de pipas. Todo está conservado igual que entonces, incluso el lienzo de 12 metros que decora el altísimo techo de la estructura. Artesanos de Madrid, Barcelona, Bilbao, Soria y Badajoz son los proveedores de un establecimiento que haría las delicias de las abuelas.
Tazas, platos, fuentes, cazos y miles de utensilios de cocina hechos con cobre, bronce, hierro o porcelana blanca se amontonan por todos los, rincones en un espacio en el que aún abundan los candiles de cobre, los pucheros de barro, los barreños y cubos de cine y las balanzas de hierro. Una artesanía que "hoy no es rentable porque nos comen los lobos del Corte Inglés, aunque no tengan lo que tenemos aquí", comenta Victoriano Ledesma, empleado desde hace 18 años. Es el único establecimiento donde se pueden encontrar varios modelos de molinillos manuales de café, entre 3.000 y 4.500 pesetas, que combinan la madera con el hierro y el bronce y con cajones por los que se desliza el producto ya molido.
El As del Aluminio. Calle de Tetuán, 25. Metro Sol.
- El tapón, de corcho. El tatarabuelo de Fernando de María sacaba el corcho de los árboles de la provincia de Zamora y Toledo 1880 y los convertía en tapones para las botellas de lejía, de gaseosas y para los tarros de los farmaceúticos. Con esta finalidad fundó la Corchera Castellana en 1881. Es la única familia que después de 115 años sigue siendo corchera de profesión. Ahora, además de contar con la mayor variedad de tapones del mercado, también realizan artesanalmente bandejas, cajas para regalos, "pero sobre todo moldes para pelucas y barbas y bolas de encargo", comenta Fernando mostrando unas bien formadas cabezas de corcho. Algún nostálgico le encarga de vez en cuando los salvavidas antiguos hechos con cuerda y tablas de corcho para regalárselo a sus nietos, aunque, aclara Fernando, "se han dejado de hacer porque cuestan unas 3.000 pesetas y por 40 duros tienes uno de plástico".
Corchera Castellana. Calle de la Colegiata, 4. Metro Tirso de Molina.
- Con olor a cera. Leonor Fernández Alonso, de 73 años, y su marido, sostienen este taller de apariencia medieval en el que sólo se elaboran velas y cirios desde 1880.La cera se funde en un gran caldero de cinc. Los cordones se estiran en el noque la herramienta de hierro que todavía se utiliza para este fin, y unos moldes de hierro le dan el grosor necesario. En el mostrador todavía conservan una enorme balanza de "los años en que la cera se vendía por peso", dice Leonor, quien añade cabizbaja: "Ahora no se vende al peso porque los curas han quitado las velas de sus iglesias y las han puesto eléctricas".
Sus mejores clientes son los de etnia gitana "porque si hay algo sagrado para ellos son sus muertos y les colocan velas encendidas todo el día sobre sus tumbas", dice la actual propietaria. Leonor no sabe si sus hijos querrán heredar este oficio. "Mi hija no sabe qué hacer y mi hijo no quiere cerrarla porque es una institución en el barrio de La Latina".Hay velas desde 25 pesetas hasta las 3.000 que cuestan los cirios.
Cerería V. Ortega. Calle de Toledo, 43.. Metro La Latina.
- Esencias sin riesgo. El arsénico, la estricnina y el cianuro son fáciles de encontrar en Madrid, pero no está disponible para particulares y las empresas necesitan un permiso de la Delegación del Gobierno para adquirirlas a 30.000 pesetas el kilo de estricnina, 600 pesetas el de arsénico y 900 el de cianuro. Estos son sólo tres de los más de 20.000 productos que Alberto y Francisco Riesgo, hermanos de 35 y 37 años respectivamente, encierran en este almacén de 500 metros cuadrados lleno de pasillos y recovecos que cambian de olor según se avanza por ellos. Fundado en 1866, en él estableció un taller de esencias el abuelo de Alberto y Francisco, Manuel Riesgo Gallo. El enorme mostrador de madera que separa una pared con 504 cajones simétricos siguen siendo los mismos desde que se fundó. Cada uno de los cajones encierra el producto cuyo nombre consta pegado al frente, entre ellos, bolas milagrosas (carbonato de sosa prensado para quitar las manchas), parafina (para hacer velas y rehabilitar las articulaciones), lacre de colores en polvo (para lacrar cartas de color azul, verde, amarillo o rojo)...
Más de 100 esencias perfumadas son utilizadas por clientas desde hace más de 40 años para confeccionar sus cremas de belleza. "No sé si serán útiles, pero después de 40 años parece que se hayan hecho un lifting en la cara", comenta Alberto, quien dice las fórmulas de las cremas de belleza de memoria, y en menos de 20 segundos. Un kilo de estas cremas puede costar 700 pesetas. "Un negocio como éste ahora no lo autorizarían en Madrid porque está prohibido vender productos a granel. Aun así, aquí nunca hemos tenido ningún incidente", dice el nieto del fundador.
Únicamente recuerda que hace 20 años un señor se suicidó en Madrid, muy cerca del comercio, "o lo suicidaron", apunta, y la policía les estuvo haciendo preguntas sobre quiénes habían sido los últimos compradores de arsénico.
Pintores como Antonio López o José Luis Zúñiga se abastecen en Manuel Riesgo, e incluso el cantante José Luis Perales compra aquí los productos para su última afición: la escultura. Un comercio donde para evitar problemas con su apellido, está prohibido fumar.
Manuel Riesgo: Calle del Desengaño, 22. Metro Gran Vía.
- El vino, en bota. El vino debe estar conservado al vacío para que no se avinagre. Y para eso se inventó la bota de vino. Así lo explica Julio Rodríguez, de 41 años, el único botero de Madrid que heredó el oficio de su abuelo Anastasio. El abuelo comenzó a trabajar como aprendiz en la Botería de la calle del Águila a finales del XIX y la compró en 1946. Julio suele invertir una hora en la elaboración de sus botas de vino, unas cuarenta semanales, con una rentabilidad de 1. 000 pesetas la hora, "que sin ser bollante, da para comer", asegura.
"Las botas están confeccionadas con piel de cabra, a la que se le corta el pelo y se le deja un centímetro para que se agarre la pez. La pez es resina de pino trabajada y tiene como misión hacer una capa impermeable dentro de la bota", explica Julio mientras termina una de sus piezas que suelen costar unas 2.000 pesetas. Sus mejores clientes son los aficionados a los toros, al futbol, a la caza y a la pesca. Detrás de las botas de vino que exhibe en su tienda destacan unos coloridos carteles taurinos.
También casi artesanal es la cuartilla en blanco y negro, con plano de situación de su taller e intrucciones de uso para las botas de vino en español y en inglés que Julio Rodríguez ofrece a sus clientes. Entre las recomendaciones: "La bota no admite bebidas químicas (gaseosas, refrescos, etc,), éstas bebidas descomponen la pez".
Botería: Calle del Águila, 12. Metro Puerta de Toledo.
- El rey de los caramelos. Con y sin azúcar. Ésta es la principal innovación de Caramelos Paco, un establecimiento fundado en 1936 por Francisco Moreno Redondo y que ahora regenta su hijo Paco. La línea de caramelos, bombones, chocolates y galletas sin azúcar de fabricación propia ha conseguido duplicar sus ventas en los últimos años. "Los suelen compran las madres para evitar las caries en los niños, y para comerlos ellas sin engordar", comenta Paco. El kilo de caramelos sin azúcar cuesta 1.400; con azúcar 295. Una tienda que parece una casa de muñecas con caramelos de infinitos colores envueltos en celofán. Es la única que hace más de 50 figuritas distintas de azúcar pintadas a mano y con una producción de 1.200 diarias. Entre ellas cisnes azules, elefantes, coquetas ratitas con pelo de ángel y labios rojos, bebés con chupete, flores, marcianos... Dos jóvenes empleadas del comercio dedican todo el día a esta artesana labor. En Caramelos Paco hay enormes piruletas de hasta diez kilos que realizan por encargo.
Caramelos Paco: Calle de Toledo, 55. Metro La Latina.
- Encuadernar en oro. Antonio Frisa, de 40 año s, pertenece a la tercera generación de encuadernadores artesanos de libros que fundó su abuelo a principios de siglo. Paseando por la calle de Madera se puede ver encuadernar a mano al padre y al hijo.
En el interior está instalada la guillotina que el abuelo Frisa compró en 1919 por 5.000 pesetas."La encargaron los jesuitas de Areneros, pero no se la quedaron porque les pareció muy cara", dice Antonio. La prensa de papel, también de la misma fecha, costó 150 pesetas.
La estampación de textos se labra a mano en dorado y oro sobre tapas, de piel. Un armario de madera con más de 100 utensilios metálicos para labrar es una de las mayores reliquias de esta familia que encuaderna tesis doctorales y proyectos de fin de carrera por unas 1.000 pesetas.
Encuadernación Frisa: Calle de la Madera, 31. Metro Noviciado.
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