Los "barones" liberales se juramentan para lograr el domingo la victoria de Serpa
El Partido Liberal colombiano dibujó ayer una maniobra de reagrupamiento, de comunión oratoria en su sagrario electoral, el Salón Rojo del hotel Tequendama de Bogotá, donde miles de seguidores, poniendo a prueba la impenetrabilidad de los cuerpos, querían oír a sus líderes unidos en una confianza vociferante en la victoria en las presidenciales de pasado mañana sobre la alianza conservadora de Andrés Pastrana.
Era la mayor concentración posible de ex presidentes, el gran patriarca liberal Alfonso López y Julio César Turbay, y de presidenciables, no sólo el candidato Horacio Serpa y su compañera para la vicepresidencia, María Emma Mejía, sino el obvio aspirante de aquí a cuatro u ocho años, Álvaro Uribe, ex gobernador de Antioquia. Estaban el ayer y el mañana, pero faltaba el hoy, el presidente Ernesto Samper -que no puede hacer campaña por su cargo- para el que hubo afectuosos recuerdos, pero cuya imagen de trotón desfondado no conviene a la hora de proyectar el futuro. Era el momento de contrarrestar la aparente preferencia del movimiento guerrillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) por Pastrana ante la prueba electoral, expresada anteayer en un comunicado.El público, que recorría toda la extensa gama del color nacional colombiano, testimoniaba que el liberalismo, oligárquico y de ideología tan secreta como la fórmula de la cola, encarnaba un verdadero pluralismo interclasista desde la princesa altiva a la que pesca en ruin barca. Ese público, de hipnótico berrear: «Dale, rojo, dale», en alusión al color del partido y del salón talismán, pero no carente de ideas propias abucheaba a los teloneros que desbarraban en el ditirambo y pedía que llegaran los pesos pesados. El modesto, pero estruendoso orador que abrió fuego no cayó, quizá, en la ironía de sus palabras cuando agradeció a una larga lista de próceres «que hayan hecho Colombia como es hoy día».
Sólo la aparición de Álvaro Uribe, 45 años, pudo represar la marea. El ex gobernador, en nada afecto a Serpa, llegaba a la ceremonia de la reconciliación directamente de Oxford, un baño académico muy útil en un país en el que toda personalidad recibe el título de doctor. Uribe, a la derecha de casi todo el partido y gran defensor de los paramilitares que devastan tanto o más que la guerrilla en defensa del latifundio y el caciquismo, atacó por donde todos esperaban. La colusión guerrilla- Pastrana, con la incongruencia de ver al líder más políticamente correcto de Colombia asumiendo las propuestas de la guerrilla de despejar cinco municipios donde negociar la paz.
Se alzó, al fin, el viejo quelonio, López Michelsen, coqueto con sus más de 80 años, «éste puede ser uno de mis últimos actos electorales», y líder nada en la sombra de toda la grey liberal. Con impagable serenidad reconoció que lo había tenido todo: medios, linaje, estudios, y lo que no dijo, astucia de florentino socarrón. López desmintió con cara de confirmarlo que hubiera votado a Noemí Sanín en la primera vuelta, la candidata que aspiraba a acabar con la corrupción liberal, para restar votos a Pastrana y que así el líder conservador no quedara en cabeza, con la sobretasa de entusiasmo que eso genera. Sí que votó a Sanín, porque le había parecido oportuno, dijo imperturbable, y el público, aullaba de gusto. Finalmente Serpa, avanzó hacia el pupitre de los discursos. Colombia puede ser el único país del mundo en el que uno se puede echar fama de orador aunque lea de un papel, sostenido a la altura de los ojos de forma que las primeras filas difícilmente le vean la cara, como es el caso de Serpa. Pero, el candidato estuvo bien. Para buen efecto dijo que él «no quería ser el candidato de la guerrilla» sino del pueblo. Y lo cierto es que Serpa ha hecho ya mucho en esta campaña. Se ha apañado una imagen que no es la de Samper-2, y, desde ella, reconoció hábilmente errores del pasado, reclamó una paz colombiana y desdeñó el apoyo de la guerrilla.
Pero, ayer, en todos los noticieros de televisión la primera noticia era la expulsión de Tino Asprilla de la selección en el Mundial de Fútbol, por insubordinación, como si fuera un militar de sueños autoritarios. El domingo no parece que vayan a sobrar los votantes. Por eso, la ceremonia del Salón Rojo fue la ofrenda votiva de que no quedarán partidarios por rebañar para que haya cuatro años más de liberalismo en Colombia.
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