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Las ciudades y las mujeres

El crecimiento de las ciudades ha sido continuo. En el último siglo, la población ha pasado masivamente del medio rural a vivir en la ciudad y, en la actualidad, casi la mitad de las personas del mundo viven en núcleos urbanos. Las ciudades son lugares complejos y dinámicos, que ofrecen oportunidades para enriquecer la vida de sus habitantes, pero también amenazas para su bienestar y para el medio ambiente. Los modelos que se han aplicado para su desarrollo se han basado en criterios económicos y no han pensado en las personas ni en el ecosistema. Las demandas de agua, energía y otros recursos que tienen las ciudades, afectan al medio ambiente y consecuentemente a la salud de las personas que viven en ellas. Una ciudad europea de un millón de habitantes utiliza una media de 320.000 toneladas de agua, 11.500 de petróleo y 2.000 de comida cada día, y produce 300.000 toneladas de agua sucias, 25.000 de dióxido de carbón y 1.600 de basuras sólidas. La actividad humana en las ciudades y pueblos industrializadas contribuye en gran medida al daño global medioambiental amenazando el bienestar humano. Vivir en las ciudades produce estrés, porque no están pensadas por y para las personas que las habitan, disfrutan y padecen. La planificación urbanística y los sistemas de transportes, tal como son en la actualidad en nuestras ciudades, en Valencia por ejemplo, provocan aislamiento físico y social de los suburbios, la muerte de los barrios tradicionales y la marginación de las personas que necesitan moverse por ella y no tienen vehículo propio. La preocupación por la repercusiones negativas del desarrollo de las ciudades en el medio ambiente y en las personas ha movilizado a grupos e instituciones internacionales. La Organización Mundial de la Salud inició en 1987 su programa Ciudades Sanas y la Unión Europea está promoviendo desde 1994 la Campaña Europea de Ciudades y Pueblos Sostenibles. En ambas, las propuestas son que la planificación de las ciudades sea respetuosa con las personas y con el medio ambiente, que se tengan en cuenta las necesidades diferentes de todos los que viven en ellas, y que participen activamente en el diseño de la ciudad que quieren, que necesitan. Esto supone que las decisiones sobre la ciudad se deberán tomar de manera compartida, y que los criterios para la toma de decisiones serán no solo económicos, sino también sociales, culturales y de salud. El desarrollo sostenible supone que la ciudad conserve sus propios recursos naturales, limitando la actividad humana; que exista libertad de expresión, una organización social democrática y equidad entre la población y con las generaciones futuras; que se combata la exclusión; y se integren la economía y el medio ambiente, incluyendo en las decisiones económicas la valoración de las repercusiones medioambientales. El desarrollo sostenible local es un proceso que requiere la implicación de los agentes sociales que construyen la ciudad, de todas las personas y grupos que caracterizan su forma, cultura, economía y estilos de vida. Así, están las mujeres, niños y niñas, jóvenes y personas mayores, que tienen necesidades específicas en la ciudad y que habitualmente son poco escuchados: las organizaciones no gubernamentales (ONG) ecologistas, de consumidores, de vecinos y otras porque tienen un papel central en el diseño de las acciones, la educación de la comunidad y la cohesión social; los gobiernos locales, por la competencia fundamental en temas de desarrollo y medioambientales de la ciudad; los sindicatos, por la implicación que pueden tener en la reorientación de políticas de desarrollo, la promoción de una producción más limpia, las prácticas seguras en el trabajo y el empleo; la industria y el comercio, por las oportunidades que tienen para la promoción de un empresariado responsable con el medio ambiente; la agricultura, por su importancia en la vida económica y cultural y por su papel como gestores y cuidadores de los recursos naturales; la ciencia y la tecnología, que puede orientar la investigación para apoyar el desarrollo sostenible y mejorar la comunicación con la población y las políticas. En los últimos años se han creado multitud de nuevos grupos de mujeres, tanto locales como redes internacionales, que están actuando de catalizadores e iniciadores del activismo medioambiental. La sensibilidad de las mujeres a estos temas viene determinada porque, en todo el mundo, son ellas las más afectadas y porque, a pesar de las posibilidades de actuación que tienen en distintos ámbitos (consumo, agricultura, educación), son sistemáticamente ignoradas a la hora de la toma de decisiones en políticas económicas y sociales que determinan el modelo de desarrollo de las ciudades. ¿Han observado alguna vez a las personas que utilizan los autobuses urbanos? Son en su mayoría mujeres y personas mayores. Si se detienen un rato en una parada cualquiera, podrán comprobarlo. Y verán también las dificultades que tienen para subir y bajar, con sus rodillas cansadas, el cochecito del bebé o el carrito de la compra, esos escalones altos y angostos. La participación de las mujeres en las decisiones sobre el desarrollo permitiría que se abordaran sus necesidades -que representan las de la mayor parte de la población ya que hablan también en nombre de los niños y niñas y en gran medida de las personas mayores, por estar habitualmente a su cuidado-, pero también que se aportara otra forma de ver las situaciones, otro tipo de soluciones y otras maneras de aplicar las medidas. Como decía Jordi Borja en EL PAÍS del 11 de agosto de 1995, refiriéndose a su participación en una mesa redonda y debate con mujeres en un curso de verano en Santander: "Cuando planteaban propuestas, desde la posición de las mujeres, sobre accesibilidad, habitabilidad, autonomía de las personas y sociabilidad, la vida palpitaba y la ciudad vivible parecía posible. ¿Por qué? Porque su punto de partida era la singularidad de las personas y la realidad integral de los entornos. Precisamente este reconocimiento de lo concreto y de los inmediato, de los vivido y de lo diferente, de los interrelacionado que está todo lo cotidiano, hacía creíble sus propuestas de ciudad para todos". Las mujeres queremos recuperar pactos cálidos, casi todos mil veces vividos, quizá alguno nuevo, derivado de los nuevos hábitos, de la vida moderna. Queremos recuperar las tiendas de barrio, la charla con el tendero, los olores a embutido, a droguería, a cuero y cola de Vicente el zapatero. Las mujeres estamos siempre atareadas recorriendo la ciudad; de casa a la guardería, de ahí al trabajo, a comprar, a pasar por la farmacia a por las gotas del abuelo. Y lo hacemos andando o en transporte público, porque, según las estadísticas, la mayoría de las familias tienen un único coche, y lo utiliza el varón para ir a trabajar, y solo un porcentaje pequeño de mujeres tiene vehículo propio. Es decir, los coches los usan principalmente los varones, los mismos que han diseñado las ciudades hasta ahora, los que han diseñado nuestras ciudades para los coches, no para las personas. Por eso, porque vivimos las ciudades, las mujeres podemos hablar de ellas. Y porque las miramos con ojos distintos, debemos ser escuchadas.

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