Un territorio feliz
En contadas ocasiones, el fútbol se aleja de su condición azarosa para convertirse en la idea más aproximada de la felicidad. Es lo que ocurre en el Celta, donde todos los factores empujan hacia una sensación de plenitud que no se produce en ningún otro equipo de la Liga. En el Barça se vive el liderato con satisfacción, pero sin excesivas complacencias. Se da por supuesto que entre sus obligaciones figura su candidatura al título. Por historia y por el peso de una nómina sensacional de jugadores. Pero nadie en el Barça tiene a este temporada por gloriosa. La eliminación de la Liga de Campeones y de la Copa quita brillo a la trayectoria del equipo, cuyo entrenador está sometido al ojo crítico de la hinchada. En el Valencia se viven los éxitos recientes con excitación, con un cierto estrépito que se relaciona con el estilo del equipo: eficaz, pero sufriente. Alrededor del equipo se ha generado un clima de ansiedad positiva, pero ansiedad al fin. El Deportivo se adentra de nuevo en el territorio que exploró en los tiempos de Arsenio. Apostado para batallar por el título y clasificado para las semifinales de Copa, podría interpretarse la posición del Deportivo como la mejor de los mundos posibles. Sin embargo, Riazor no se llena y de ninguna manera se ha producido la química de aquellas temporadas inolvidables. Los demás equipos transitan por la Liga entre penurias y leves satisfacciones. Sólo el Celta es un planeta feliz.El Celta ha alcanzado un punto de armonía singular. No se aprecia ninguna interferencia que le incomode. Más que del éxito, se disfruta de la satisfacción que proporciona un equipo tan bien acabado, tan generoso, tan capaz, tan preparado para convertir el fútbol en un juego festivo. En este sentido, el Celta es el ideal que persigue cualquier aficionado. En su estilo hay una vinculación con valores casi olvidados en estos tiempos: el buen gusto, el interés por el detalle, la voluntad de fascinar. Hay en el Celta una especie de regreso a la infancia, al territorio de los sueños adorables. La gente se lo reconoce de forma expresiva. Balaídos es una fiesta. La afición canta y celebra el juego del Celta con la convicción de que asiste a un momento irrepetible de la historia, no tanto por los resultados como por el aire de plenitud que se advierte en el equipo.
Lo mejor es que todos contribuyen a mantener la magia. En un juego tan inclinado a la vanidad como el fútbol, el Celta es un ejemplo de sensatez. El entrenador ha preferido mantener un perfil bajo en estos momentos de gloria. Quizá porque ha venido de aventuras intensas en el Zaragoza y en el Tenerife, Víctor Fernández ha transferido todo el protagonismo a los jugadores, cuya respuesta es ejemplar. Parecen tan complacidos con el fútbol como la hinchada con ellos. Es un mundo feliz que no sólo alcanza a los aficionados del Celta. Por una reacción de máxima simpatía, todo el fútbol español siente como propia la impagable satisfacción que se vive en Vigo.
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