Doce años que revolucionaron la banca española
La adopción de la moneda única europea ha hecho más urgente la necesidad de aumentar el tamaño
Todo comenzó en enero de 1988. Tras el estrepitoso fracaso de la oferta pública de adquisición (OPA) lanzada sobre Banesto dos meses antes, el Banco de Bilbao se había acercado al Banco de Vizcaya, su vecino de calle (sus domicilios estaban en aceras distintas de la misma Gran Vía bilbaína) y, tras unas negociaciones relámpago, las dos entidades vascas plasmaron la primera gran fusión de la banca española. Los dos bancos, rivales enconados durante años, con representación de las más tradicionales familias industriales vascas entre sus miembros, alumbraban el Banco Bilbao Vizcaya (BBV), copresidido por José Ángel Sánchez Asiaín (Bilbao) y Pedro Toledo (Vizcaya).Las distintas culturas de las dos entidades chocaron de frente y la fusión estuvo a punto de descarrilar. Y tal vez fue la muerte de Pedro Toledo la que propició la solución a los enfrentamientos cainitas que se estaban produciendo en el seno del nuevo banco. Asiaín se retiró y tuvo que haber muchas deliberaciones para que se aceptara la presidencia de Emilio Ybarra como hombre de consenso y el predominio de los hombres del antiguo Bilbao sobre los del Vizcaya, que con el tiempo irían saliendo de la entidad.
Había empezado el baile entre los grandes y todo se precipitó. A todos, con el Gobierno socialista al frente, les parecía claro que había que modernizar una banca trasnochada. Con consejos de administración envejecidos y poco participativos. Y, a pesar de las desavenencias, aquella fusión, junto a la OPA lanzada sobre Banesto, fue el punto de partida para el cambio.
Para entonces, entre los siete grandes (Banesto, Central, Hispano, Vizcaya, Bilbao, Santander y Popular), se había logrado colar el estatal Banco Exterior. Y, precisamente, fue la banca pública la que dio el siguiente paso con su integración en la Corporación Bancaria de España, lo que sería Argentaria, con excepción del Instituto de Crédito Oficial (ICO).
Los intentos continuaron. El siguiente fue el protagonizado por la persona que, desde la presidencia de Banesto, había rechazado la OPA del Bilbao. Se trataba de Mario Conde, quien había alcanzado tal alto estado entrando en el consejo de la veterana entidad tras dar un pelotazo de 60.000 millones con la venta de la empresa Antibióticos junto a Juan Abelló. Conde llamó a la puerta del Banco Central, su gran rival de toda la vida, y fue recibido con abrazos por Alfonso Escámez, quien parecía que lo tenía todo controlado. Pero aparecieron los primos Alberto Cortina y Alberto Alcocer y el grupo KIO de la mano de Javier de la Rosa. Fue un fiasco. Hoy Conde y De la Rosa están inmersos en procesos penales que han dado con sus huesos en la cárcel. El primero como consecuencia de su gestión en Banesto, que hubo de ser intervenida por el Banco de España y subastado al mejor postor, que resultó ser el Santander de Emilio Botín.
Los derroteros del Central se encaminaron hacia el Hispano. Y esta vez salió bien. Se creó el Banco Central Hispano (BCH), copresidido por Escámez y José María Amusátegui. Fue un matrimonio de conveniencia. Los dos bancos, aunque trataban de disimular como podían, arrastraban una extrema debilidad. Tanto que obligó a no repartir dividendo durante varios ejercicios. También colocó como primer ejecutivo a Ángel Corcóstegui, uno de los cachorros de Toledo. La gran banca iba así reduciendo sus unidades y, con la llegada del euro, la necesidad de aumentar la dimensión volvió a urgir. Primero fue el Santander el que absorbió el BCH, formando el BSCH (cuatro de los grandes en uno), el pasado 15 de enero. Diez meses después, responde el BBV con la absorción de Argentaria en el BBVA (tres en uno). Junto a ellos, a gran diatancia, pero fiel a su tamaño, sigue el Popular de los Valls. De los ocho, sólo quedan tres.
También en las cajas se ha vivido la urgencia. Además de las fusiones entre ellas, la compra del 3% del Deutsche por parte de La Caixa marca un nuevo compás.
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