El fin del "nosotros" JOSEP RAMONEDA
Las elecciones han marcado un cambio tan evidente en la política catalana que lógicamente se deberían producir sustanciales novedades incluso en cuestiones de estilo y en clichés de lenguaje. En un escenario de una compleja pluralidad como el actual no se puede hablar de la misma manera ni operar con la misma suficiencia que en un una situación de hegemonía de una sola fuerza política. El que no sepa adaptarse a esta nueva realidad lo pagará, sin duda. Jordi Pujol es el primero que deberá entender que ya no puede arrogarse el "nosotros" enfático al que es tan aficionado, como si su palabra fuera la de Cataluña entera. Ahora, antes de utilizar el nombre de Cataluña en vano, deberá tener, por lo menos, el consentimiento de las demás fuerzas políticas. De tal modo que quede claro qué son los intereses nacionales compartidos y qué son intereses partidarios camuflados como intereses colectivos a través del juego de la confusión entre pujolismo y catalanismo. "Si perdemos nosotros, se pierde Cataluña", dijo un dirigente de Convergència poco antes de las elecciones. Efectivamente, durante muchos años los nacionalistas han nadado en un cultivo en el que bebían este tipo de alimento espiritual. Y, sin embargo, ahora parece una broma de mal gusto. La política usa y abusa del paso del yo al nosotros. El político al sentirse representante tiende a arrogarse la opinión de los representados. Y, sin embargo, cada vez que alguien hace el paso del yo al nosotros está cometiendo un abuso. Se carga de razones apelando a la autoridad que le da hablar en nombre de la ciudadanía. Una legitimidad que no está verificada. Hasta ahora este malabarismo colaba, entre otras cosas porque la oposición estaba rendida de antemano. Pero a partir de ahora cada palo tendrá que aguantar su vela. Ningún político tendrá derecho a dar carácter de verdad nacional a sus ideas. El mecanismo de formulación de los intereses nacionales será el pluralismo y no la autoproclamación por parte de una mayoría minoritaria. Sin duda, a estas alturas de la vida será difícil que Pujol cambie su lenguaje. Pero la oposición no puede dejar pasar las atribuciones de voz colectiva a las que tanto nos tiene acostumbrados. Es tarea de la oposición que quede claro cuándo una posición del Gobierno de Cataluña tiene el respaldo del consenso y cuándo no concierne a nadie más que a la mayoría parlamentaria que gobierne. Las negociaciones con Madrid carecerán de fuerza si no tienen un respaldo amplio. Porque, sin el acuerdo de los demás, Pujol, a lo sumo, puede hablar en nombre de los suyos.
La nueva composición del Parlament hará que Cataluña pase del pluralismo pasivo al pluralismo activo. El Parlament ya no podrá ser la cámara dormida que ha sido durante los años de la hegemonía pujolista. El propio presidente tendrá que cambiar su relación con la cámara, empezando por hacerse mucho más presente en el hemiciclo. De un voto dependerán muchas cosas. Cambia el lenguaje y cambian las prácticas: Pujol ya no podrá actuar dando por supuesto que el Parlament es una simple cámara de ratificación y de trámite, con lo cual se verá obligado a bregar en política parlamentaria, de la que este país tiene poca costumbre. Si Maragall necesita reciclarse para ejercer el papel de opositor que no ha practicado nunca, Pujol necesitará acostumbrarse a bajar a la arena política. No es lo mismo lidiar con la oposición un par de veces al año que tener que fajarse en el debate parlamentario casi todos los días.
Cabe esperar que este cambio repercuta en los medios de comunicación y, a través de ellos, en un reinterés de la ciudadanía por la vida política. Es una oportunidad de invertir la tendencia a convertir las democracias en democracias pasivas, en las que el control es más importante que la participación. Los modos tienen que cambiar muy especialmente en los medios de comunicación públicos. No se entendería que frente a una realidad política multicolor la televisión y la radio públicas siguieran teniendo un acento monocolor.
El político que se equivoque en el estilo lo pagará: la prepotencia de maneras y de lenguaje castigará al que la ejerza. Tampoco sería entendida una oposición que no tenga siempre el acompañamiento de las propuestas concretas. El hecho de que la oposición esté, en las relaciones de fuerzas, a la par con el Gobierno le carga de responsabilidad. Hay muchas cosas necesarias para el país que dependerán de la oposición en el que se hagan o no. Y la mejor manera es empezar a hacer propuestas desde ya.
Estas elecciones han sido las de desencanto -en el sentido de desmitificación- del mundo catalán. De poco valdrá refugiarse en los tópicos de siempre, repetir los lugares comunes del discurso de la identidad. La cultura política debe dejar de ser restrictiva. Al margen del "nosotros" convergente hay más de tres cuartas partes de país. De modo que el lenguaje políticamente correcto del nacionalismo ha dejado definitivamente de regir. Cabe esperar que la oportunidad sirva para despojarnos de cualquier corrección política. Que detrás del "nosotros" reaparezca el "yo", es decir, el pluralismo real y efectivo del que no toma el nombre de los demás en vano. Este cambio es casi una revolución cultural en un país tan amanerado en el lenguaje político.
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