Sexta legislatura XAVIER BRU DE SALA
Si, finalizado en 1995 el periodo histórico de Pujol como líder indiscutible del catalanismo, la legislatura que concluye fue una prórroga -en el sentido de tiempo político muerto, o sea, sin alteración del resultado-, parece que la sexta va a ser el prólogo o el avantmatch de la siguiente etapa de Cataluña. Por lo que se ve, y tal como apunta, el próximo partido no empezará hasta después de las próximas autonómicas. Así que disponemos de bastante tiempo, en el peor de los casos cuatro años, para ir evaluando las capacidades y estilos de sus previsibles protagonistas en los entrenamientos y el precalentamiento, tiempo para tratar de adivinar por los gestos su futura posición en el campo.Habrá resultado, pues, de agotarse la legislatura, que Pujol habrá sido presidente ocho años más de la cuenta; para empezar, de su propia cuenta, pero sobre todo de la cuenta de Cataluña. Luego dirán que el poder no crea adicción. A veces, los fuera de serie también traen problemas por el hecho de serlo.
A tenor de la composición del Parlament, no cabe duda de que Pujol será investido sobre la base de los favores intercambiados con el PP. Ni de que luego, tanto él como CiU deberán optar entre la comodidad de apoyarse sólo en el PP, lo que acarrearía el sufrimiento del acoso deslegitimador de ERC, o apoyarse sólo en ERC mediante el pago de un alto coste en cuota de poder a cambio del apoyo más o menos inestable del partido de Carod Rovira (y asumiendo entonces un serio riesgo de una hemorragia de votos hacia el PP).
Hay que ser, pues, bastante iluso -y los ilusos abundan en CDC- para presumir de una reedición aproximada de la prórroga anterior, con apoyos selectivos de bajo coste y un buen rendimiento a banda y banda del terreno de juego. Insisto, el nuevo partido no empieza todavía, pero el anterior se acabó.
En esta legislatura-prólogo o de nueva transición, una de las opciones que más podrían dejar en fuera de juego catalanista a Pujol y su equipo consiste en los pasos que puedan darse hacia la construcción de un nuevo consenso nacional, tanto para las cuestiones de la ampliación del autogobierno como para las de orden interno. El paquete de leyes y políticas básicas orientadas al futuro en común que CiU ha preferido no abordar es impresionante, y va de la ordenación territorial a la ley electoral, de la autonomía de la Corporación Catalana de Radio y Televisión a la política cultural.
Peleando así por la pelota de la iniciativa política, la oposición puede tomar ventaja. Los nuevos consensos no van a ser fáciles de elaborar, pero en la medida que empiecen a aflorar, Pujol, que fue el matarife, en provecho propio, del consenso catalanista de la transición, lo tendrá muy difícil para intentar encabezarlos sin ser acusado de cinismo póstumo. También aquí, o cede tres departamentos importantes a ERC -por ejemplo, Cultura, Bienestar Social y Política Territorial-, o acabará tristemente, mal que le pese, como ala catalanista del PP. Las escasas mentes privilegiadas que en CiU así lo entienden no saben qué es peor.
La segunda cuestión importante de esta legislatura prólogo es la sucesión. De entrada, es grande la resistencia del núcleo duro de CDC -masoveros más área de influencia del entorno familiar- a ceder el liderazgo a Duran Lleida. Duran es a Roca lo que Mas a Almunia. Si tuvieran a alguien capaz de competir con Duran a campo abierto, el conflicto estaría servido, pero saben que no lo tienen, que si aceptan lo lógico, colocar a Artur Mas, su candidato, en la línea de salida junto a Duran Lleida, al poco tiempo el público habrá perdido de vista a Mas porque apenas se habría movido del sitio. Decía el sofista que Aquiles nunca atraparía a la tortuga, pero ni haciendo trampas con las premisas puede pretenderse que la tortuga atrape a Aquiles -perdón, a Ulises.
En cualquier caso, es tan grande la ventaja tomada por Duran que puede permitirse el lujo de no presionar en los próximos dos años. Si le dan alguna cancha, y de momento no pueden evitarlo, se erigirá en candidato indiscutible para enfrentarse a Maragall. Si no se la dan, se estarán suicidando en su propia salsa. De todo ello se deduce, o por lo menos se intuye, que los socialistas no deben confiar mucho de la espectacularidad en las luchas por la sucesión porque podrían quedar defraudados, por lo menos a corto plazo.
Mejor sería fiarse de su propio trabajo y proyectar la figura de Maragall como líder con nuevos activos. El vencedor por los votos y perdedor en escaños tiene un guión por escribir y dispone de un envidiable margen, desde luego mucho mayor que los otros jefes de filas de los partidos catalanes. Los Ciutadans pel Canvi están con él. El PSC está con él, ahora más que antes, a pesar de que, de los 18 diputados ganados por Maragall, el partido como tal dispone sólo de uno, puesto que ha pasado de 34 a 35 (los 17 restantes se reparten así: 2 para IC y 15 para Ciutadans pel Canvi). La apuesta era importante y generosa pero salió bien. Así que, a quienes dicen, con razón, que los partidos nacionalistas han bajado cinco escaños puede respondérseles que el partido antinacionalista perdió otros cinco y que las estrategias babelianas han resultado ampliamente desplazadas, porque el cambio pivota tanto sobre los transversales del voto dual como sobre los llamados abstencionistas diferenciales. Pero sobre todo, unos y otros deberían recordar que el Parlament de la sexta legislatura es, por la composición política y la personalidad de sus diputados, bastante más catalanista que los anteriores. Maragall tiene en ello un terreno abonado y favorable. Sólo lo perdería si Almunia tuviera la mala suerte de ganar a Aznar y necesitar el apoyo de Pujol. En este caso, de lo dicho nada. Volveríamos todos a la casilla de salida.
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