Votos y secuencias: la papeleta de CiU XAVIER BRU DE SALA
La primera obligación de todo analista es dar con las tendencias de fondo. Nada mejor entonces que acudir a las sumas comparadas de votos que constituyen la trastienda de los resultados. Los escaños, en efecto, son lo que a la postre cuenta. La política se hace a partir de ellos, pero los votos obtenidos por cada formación explican mucho mejor los resultados. Atendiendo pues al número de votos, resulta que, a pesar de la aplastante victoria, el techo del PP sigue siendo bajo. Estaba un poco por debajo de los 10 millones y ahora está un poco por encima. Aznar ha conseguido el pleno de los suyos y un poquito más. La clave de una diferencia tan abultada debe buscarse más bien en un explícito voto de castigo del electorado de izquierdas, traducido en una abstención y un voto en blanco de parecido mensaje: "Por ahí no vamos bien". La pérdida de tres millones de votos entre PSOE e IU después de los acuerdos es apabullante. La sonora victoria del PP es, ante todo, un reflejo de esta explícita desautorización, dicho sea sin pretender quitarle un ápice del mérito. No trato de echar agua al vino del PP. Sólo señalo la cantidad de agua con la que la izquierda ha visto rebajada su graduación. La tendencia es todavía más clara si observamos que el censo electoral ha aumentado en un millón y medio respeto a 1996, sin contar que dos millones de jóvenes estaban convocados a votar por primera vez en unas elecciones generales.Con la misma pauta deben evaluarse los resultados en Cataluña. Aquí, entre CiU y PSC, han perdido cerca de 600.000 votos. El PP ha avanzado en 60.000. Algo de trasvase habrá habido, pero es mínimo en comparación con la tendencia. Mientras unos pierden votos a chorro, el vencedor mantiene los suyos y un poquito más. ERC ha incrementado sus papeletas en la mitad, casi 30.000, pero se ha quedado con un solitario diputado mientras el PP da un vistoso salto de cuatro escaños. Así son las cosas. Al final, insisto, prevalecen los escaños, pero los votos explican con exactitud el comportamiento del electorado.
De los 400.000 votos extraviados por el PSC, deben descontarse 250.000, ya que fueron el regalo recibido en 1996, con motivo del miedo al PP. Mientras el PSOE perdía en toda España, en Cataluña copió el formidable resultado de 1982, superando por segunda vez el millón y medio de votos. Dejando aparte estas puntas, su resultado de crucero ronda el millón y cuarto. Pues bien, todavía le faltan unos 150.000 sufragios. Éste es el castigo real, aun así importante, por más que los diputados perdidos sean sólo dos. CiU, por su parte, inició en 1996 un ligero declive, que no ha parado desde entonces de manifestarse en cada convocatoria a las urnas, del tipo que fuera. Se trata de una lenta pero hasta el momento inexorable erosión, que no basta para provocar cataclismos, pero aparece de hondo y duradero alcance. El dieciseisavo diputado que estuvo a punto de no perder enmascara los casi 200.000 votos menos, pero el recuento es claro. Pero primera vez desde la operación Roca, CiU baja del millón de votos en unas generales. A juzgar por el panorama descrito, no es de recibo señalar la bipolarización como principal responsable de un goteo que ya pasa de castaño clarito.
Las consecuencias para los partidos en el conjunto de España están bastante más a la vista que en Cataluña. El PP a gobernar, si puede con la anunciada prudencia, y el PSOE a ver si aprueba la asignatura pendiente de la renovación. En Cataluña, IC a lo suyo, ERC a esperar si hay suerte y se produce la llamada de Pujol, el PP a disolver el club vidalquadrista y acomodarse a la nueva carta de ciudadanía normalizada que le ha proporcionado el efecto Piqué. ¿Y el PSC? Se encuentra en el límite. Poco descalabro para iniciar reformas, o sea pasar a Serra por la quilla a riesgo de perder a Maragall. Demasiado castigo para quedarse como está. Esa tesitura no es nada comparada con el problemazo de CiU. ¿Qué va a hacer CiU?
Quienes vieron la tertulia de la noche electoral en TV-3 y se creyeron el mensaje lanzado al unísono por los nacionalistas presentes, estarán convencidos de que en pocos días vamos a tener Govern de coalición CiU-ERC. Quienes vieron la de BTV tendrán algunas dudas. Supongamos que Aznar cumple su palabra y ofrece un marco de acuerdo y colaboración preferente o estable a Coalición Canaria y a CiU con el telón de fondo de la nueva financiación y algún que otro caramelito. Ello le permitiría conjurar el diablo de la prepotencia sin ser, esta vez, tachado de vendepatrias. Si CiU aceptara, se ganaría la estabilidad en Cataluña, que no es poco, tal vez un escaso dinerillo -no menos que en la última legislatura, que ya fue poco- y una pérdida menor en su querida capacidad de actuar como lobby al servicio de los intereses económicos de la burguesía. Portarse bien es lo seguro, lo sensato, máxime cuando el PP no exigiría a cambio más que el sacrificio en la picota de la Declaración de Barcelona y otros afrodisiacos para nacionalistas. Trias, Duran y la mayoría de consejeros estarían por la labor. Sería lo seguro, no lo previsible.
CDC lo tiene muy difícil para aceptar lo que ve como un deshonroso trágala. Los masoveros llevan tanto tiempo recetando afrodisiacos a su electorado -sin preguntarse si este electorado no prefería el bromuro- que, llegada la hora de ir de juerga a Madrid, se encuentran sin un triste agujero disponible donde meter sus propuestas. La tentación de consolarse con ERC es grande, si evaluamos la fiebre varonil acumulada. ¿Quién mandó acumular tanta excitación? Si no consuman algún tipo de relación, los masoveros y sus ayudantes talibanes van a tener complejo de eunuco, como los visires de Estambul. El aparato tiene urgencias que al cuerpo entero no convienen.
Si sube la temperatura de CDC, va ha haber fuegos artificiales en el cielo de Cataluña. Tal vez incluso lesionados, nuevos vástagos, imprevistos. Si triunfara un improvisado bromuro, el rebaño catalán entero pastaría en el mismo campo, bajo la atenta y complacida mirada de Madrid. Sólo algún que otro buey brandaria lànguidament la llarga cua.
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