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Cádiz novelado

J. M. CABALLERO BONALD

Se han publicado recientemente dos novelas ambientadas en Cádiz. Sin duda Cádiz es capaz de ambientar con singular provecho lo que sea, pero en el campo de la narrativa no había merecido mayores atenciones. O sólo las había suscitado a través de algunas aisladas y precarias tentativas. Abundan desde luego las referencias a la vida y milagros de la ciudad, a su esplendor histórico y a las venturas y adversidades de su actual vida cotidiana. Pero, que yo sepa, y a partir de las calas costumbristas de Fernando Quiñones, Cádiz no había servido de estímulo a ninguna incursión novelística mínimamente estimable. Tampoco es que eso sea raro; lo apunto simplemente como una constatación anecdótica.

Las dos novelas a que me refiero son La ciudad de los sueños, de Manuel Ramos Ortega, y Miracielos, de Ramón Mayrata. La primera es obra de un profesor gaditano y, la segunda, de un escritor madrileño. Ramos Ortega ha trazado un itinerario melancólico -interiorizado- de Cádiz, a través del cual la experiencia amorosa se intercala en ciertos escenarios históricos de la ciudad y en la caracterización sensible de sus habitantes. Se trata de una especie de compendio sociológico donde la vida íntima de unos personajes de ficción remite de algún modo a la suntuosa realidad del pasado gaditano y, en especial, a esa decadencia última que tan de veras erosiona a la que fuera antaño ilustre metrópoli atlántica.

La novela de Mayrata es muy distinta. Viene a ser la historia de un triunfo modesto: el de la libertad personal frente a las mordazas de la dictadura. Con una prosa muy eficaz, el novelista narra la sintomática aventura de un guitarrista gaditano, un adolescente arrastrado por los vendavales represivos de la posguerra y enfrentado con las armas de su arte a ese tiempo hostil. El telón de fondo de la ciudad otorga al texto una verosimilitud emocionante, con lo que el trayecto vital del guitarrista ejemplifica una situación perfectamente equiparable a cualquier otra experiencia relativa a las luchas privadas frente a las insidias generales del franquismo.

Un novelista debutante y otro ya curtido coinciden pues en la anatomía de un idéntico organismo social. Aunque las pesquisas en el cuerpo y el alma de Cádiz sean diferentes, resulta llamativa esa similitud de escenarios, ya sea a través de una reflexión en las inclemencias de la memoria o de un trayecto artístico-moral por los vericuetos de la inmediata posguerra. Nada de eso me habría producido, sin embargo, un interés ajeno al del propio texto, si no fuese porque ambas novelas abordan una complementaria indagación en el modo de ser de una ciudad y en la manera de vivir de unos ciudadanos.

Por supuesto que a Cádiz no le hace falta para recuperarse ninguna teórica atención literaria. Lo que necesita y pronto son remedios prácticos. Su menoscabo económico, su declive físico, así parecen exigirlo. Pero precisamente por eso resulta aleccionador que dos novelas, cada una a su aire, funcionen también como alegatos inequívocos de una geografía y una historia en tiempos difíciles.

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