_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El diálogo con ETA

El acuerdo programático del Gobierno de coalición formado por PNV y EA propugna la apertura de 'un proceso de distensión y diálogo' orientado a solucionar 'el problema de la violencia'; durante el discurso pronunciado hace una semana ante el Parlamento de Vitoria en la sesión de su investidura, Juan José Ibarretxe invitó también al diálogo sin exclusiones a los partidos representados en la Cámara vasca, incluído el brazo político de ETA. La brutal respuesta de la organización terrorista al llamamiento del recién elegido lehendakari no se hizo esperar: el mismo día en que Ibarretxe juraba su cargo, José Javier Múgica, concejal de Unión del Pueblo Navarro (UPN) en Leitza, era víctima mortal de un atentado y el ertzaina Mikel Uribe caía acribillado en una emboscada.

Más información
Ibarretxe rechaza aplazar el debate parlamentario sobre el autogobierno

A nadie le podía coger de sorpresa esa sangrienta devolución de tarjeta: los dos portavoces de ETA que se confesaron el pasado 7 de junio al diario Gara -órgano oficioso del nacionalismo radical tras el cierre de Egin- expusieron de manera diáfana sus ideas en torno al diálogo. Los terroristas entrevistados escupieron sobre las tumbas de Juan María Jáuregui y Ernest Lluch -dos socialistas asesinados por ETA pese a sus esfuerzos para buscar una 'salida dialogada'- con hirientes menciones a su memoria. También recibieron su correspondiente rociada de injurias los dirigentes de la organización pacifista Elkarri, promotores de una Conferencia de Paz apadrinada por el Gobierno de Vitoria: 'Parece un montaje. Eso sí, primero han comenzado a recaudar dinero. ¿Para qué? ¿Para seguir haciendo fraude durante otros diez años? La paz es algo demasiado serio para dejarlo en manos de Elkarri'. Finalmente, los portavoces de ETA avisaron ominosamente a los concejales de UPN que ingresarían en el corredor de la muerte -donde ya guardan turno los cargos representativos del PP y del PSOE en el País Vasco- a menos que exigieran al Gobierno el acercamiento a Navarra de los presos condenados por delitos terroristas y mostraran 'una actitud clara y pública' en favor de las tesis del Pacto de Estella.

De las declaraciones publicadas en Gara se desprende que el único diálogo posible con ETA tendría que versar obligadamente sobre una reedición al alza ('habrá que hacer un nuevo intento más firme, más elaborado, más honesto y más maduro') de sus acuerdos con PNV y EA, firmados en secreto durante el verano de 1998, y del Pacto de Estella, suscrito públicamente un mes después por todas las fuerzas nacionalistas: la ruptura con el Estatuto de Gernika, el abandono de las instituciones autonómicas, la creación de un censo electoral reservado a los nacionalistas y la marginación de los vascos constitucionalistas abrirían la marcha hacia una Euskal Herría independiente.

¿Qué sentido tiene, así pues, repetir como un sonsonete mágico la palabra diálogo si sus potenciales destinatarios no sólo rechazan la invitación sino que además asesinan a sus promotores (como ocurrió con Jáuregui y Lluch) o los insultan (caso de los dirigentes de Elkarri)? Ni siquiera se trata de una cláusula de estilo inofensiva; en su monografía Patriotas de la muerte (Taurus, 2001), Fernando Reinares subraya la previsible utilización de esos llamamientos como combustible para la hoguera de la violencia: el nacionalismo radical siempre ha interpretado tales propuestas como un síntoma de la debilidad de sus adversarios y como la confirmación de que la estrategia de terror es altamente rentable. Los actuales jelkides del PNV dicen compartir con los dirigentes de ETA los fines independentistas e irredentistas de la Gran Euskal Herria, aunque discrepen en los medios y condenen los asesinatos perpetrados por sus hermanos separados; tanto los unos como los otros realizan una interpretación histórica gratuitamente fatalista de las instituciones autonómicas, concebidas arbitrariamente como escalón meramente temporal de la ineluctable constitución -por las buenas o por las malas- de un Estado vasco independiente formado por el actual País Vasco, Navarra y los territorios franceses euskaldunes. Conformes sobre los fines, el desacuerdo entre nacionalistas moderados y radicales sobre sus respectivos medios tiene incluso un aliviadero que los hace sincrónicos y complementarios: el PNV nunca condicionó hasta ahora el diálogo con ETA al cese definitivo de la violencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_