La clonación, a debate
El anuncio de la primera clonación de un embrión humano con fines terapéuticos, llevada a cabo por la empresa de investigación genética estadounidense Advanced Cell Technology, ha causado en los científicos y en la opinión pública en general un impacto incluso superior al que provocó el nacimiento por similar técnica de la oveja Dolly en 1997. Podría haber sido ésta u otra empresa, en este momento o en otro, pero era previsible que sucediera, dada la confusión legal en la materia. La clonación con fines terapéuticos es legal en el Reino Unido; en España, ni siquiera hay un criterio consensuado sobre su legalidad, y en Estados Unidos está prohibido el uso de fondos públicos para obtener células madre embrionarias, pero no la experimentación con ellas.
El debate se ha abierto de inmediato por la vía del hecho consumado. Los sectores más conservadores y más ligados a concepciones religiosas tienden a oponerse a todo tipo de clonación, cualquiera que sea su finalidad, mientras que una parte importante de la opinión pública y la mayoría de los científicos no ven razones éticas de peso para descartar los potenciales beneficios para la salud que pudieran obtenerse de la clonación con fines terapéuticos.
Con el nacimiento de la oveja Dolly, la clonación dejó de ser un término de uso exclusivamente científico y se convirtió en objeto de atención pública. A partir de entonces se inició un debate público de fuertes connotaciones éticas, puesto que la misma técnica, llamada de transferencia nuclear, podría aplicarse al ser humano. La clonación de un humano no sería la copia exacta de un ser vivo ya existente, como se presupone en muchas fantasías apocalípticas, sino un individuo distinto de su progenitor-hermano. Casi idéntico físicamente y en muchas de sus propensiones y tendencias, como son los gemelos univitelinos, pero con sus propias vivencias y pensamientos, lo que garantizaría su irrepetible individualidad.
Pero la clonación reproductiva tiene graves inconvenientes que es preciso considerar. Por una parte, es un procedimiento que requiere, en el estado actual de nuestros conocimientos, probar con cientos de embriones para que uno de ellos sea viable; lo más probable es que se malogren muchos de ellos y otros culminen la gestación con graves deformidades y carencias. Tampoco se sabe a ciencia cierta si una célula ya diferenciada, con parte de su carga genética inhibida, puede reprogramarse de forma completa y el individuo así nacido tendrá un desarrollo sin contratiempos. Pero, además, es que, frente a éstos y otros inconvenientes, no se ve una sola razón válida para utilizar esta técnica con fines reproductivos. De ahí que la clonación reproductiva haya sido prohibida en todos los países que han legislado sobre métodos de fecundación asistida y no parece haber razones para cambiar este criterio.
La clonación con fines terapéuticos tiene una significación muy distinta. En 1998, investigadores de la Universidad de Wisconsin consiguieron extraer células madre de embriones de unos pocos días, sólo viables si hubieran sido implantados en el útero de una mujer. Estas células podían convertirse, con un tratamiento adecuado, en tejidos de diverso tipo: piel, sangre, neuronas, corazón, páncreas, etcétera. Se abría así una expectativa de curación de enfermedades hoy por hoy irreversibles o de reparación de órganos gravemente dañados. Pero para que las células madre implantadas no causen rechazo es preciso, en muchos casos, que sean genéticamente idénticas a las del receptor. La clonación a partir de una célula cualquiera de un individuo adulto podría producir un embrión del que extraer las células madre capaces de curar sin rechazo. Ésta es la llamada clonación terapéutica, defendida por la mayoría de la comunidad científica como un nuevo y poderoso instrumento de curación, aun cuando todavía estemos en un estadio preliminar. Justamente la necesidad de disponer de células madre para la investigación es el motivo de que los científicos soliciten el uso de los embriones congelados (40.000 sólo en España) sobrantes de los tratamientos de fecundación asistida, muchos de ellos no viables y cuyo único destino verosímil es la destrucción.
Algunas cosas deben quedar claras en la lógica controversia que suscita la clonación: la sociedad tiene derecho a decidir qué cosas se pueden hacer y qué cosas deben prohibirse; la decisión a tomar exige un debate informado y racional y no sólo emocional ni determinado por la visión del mundo de las iglesias; finalmente, es urgente avanzar en este campo porque las realidades científicas y sanitarias evolucionan con rapidez y necesitamos pautas de comportamiento consensuadas.
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