Clásicos, náufragos y supervivientes
Un clásico es, antes que nada, un superviviente. Lejos de los honores y la comodidad que se les supone, para llegar hasta nosotros, Gil Vicente y san Juan de la Cruz, Góngora y Quevedo han tenido que atravesar el tiempo, la memoria, el olvido, la censura, la cárcel, las modas, las amortizaciones y desamortizaciones, los cánones y, en fin, las listas negras. Y las bibliografías. Un escritor que ha salido indemne de los programas de lectura obligatoria y de los planes de estudio es un superviviente. Y un superviviente siempre tiene algo que contar. Por eso Manrique y Garcilaso son modernos de 500 años de edad: porque siguen diciendo, tercamente, aquello que vinieron a decir. Y porque ahora, sobre todo, nos lo dicen a nosotros. De ahí que convenga leerlos como a contemporáneos. Si a un poeta de hoy le conviene medirse con fray Luis para calibrar su altura o su bajura. A fray Luis le conviene medirse con la gente de hoy. Y medirse con ellos en el metro, en la publicidad, entre los crímenes de los telediarios, en el descreimiento, en la agitada vida de los que no han podido huir del ruido mundanal. También ellos ahí darán su medida. Y la dan. Sobre todo cuando se ponen escépticos ellos mismos.
Así, como una particular nave de locos dados al escepticismo, cabría leer la antología de la Poesía satírica y burlesca de los Siglos de Oro que Ignacio Arellano y Victoriano Roncero han preparado para la colección Austral (Espasa). Están todos: desde los anónimos -especialmente rijosos- hasta el lánguido, impagable Garcilaso -quién lo diría-. Y están los grandes éxitos, claro: el Cervantes del fanfarrón sevillano y el Quevedo de la nariz o del dinero, tan clarividente que hace en 80 versos el mejor análisis de la ideología más difícil de desactivar: 'Son sus padres principales, / es de nobles descendiente, / porque en las venas de oriente / todas las sangres son reales; / y pues es quien hace iguales / al duque y al ganadero, / poderoso caballero / es don Dinero'. Pura lucha de clases. Marx no lo habría dicho mejor.
A colecciones como Austral o como las de Cátedra, Castalia, Biblioteca Nueva o Crítica se suman ahora, por la vía divulgativa, Acento y, sobre todo, Debolsillo. Esta última desembarca, además, con un puñado de títulos en los que cada autor es editado por un experto: Cristóbal Cuevas, Giovanni Caravaggi, Ana Suárez Miramón o el propio Arellano. Abriendo estos volúmenes comprobaremos que la retranca humorística y la zozobra metafísica de Quevedo siguen siendo las nuestras; como lo es el dolor de Jorge Manrique por la muerte de su padre o la opinión del Lope más sentimental: 'Olvidar el provecho, amar el daño; / creer que un cielo en un infierno cabe, / dar la vida y el alma a un desengaño: / esto es amor; quien lo probó lo sabe'. La gran virtud de los libros no es que ardan, sino que flotan. Los clásicos llevan siglos flotando. Y, ya dijimos, un náufrago siempre tiene mucho que contar.
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