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Columna
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¿Cambio o relevo?

Josep Ramoneda

¿Por qué van a las manifestaciones si no escuchan? ¿Sólo para hacerse la foto? ¿No saben que la gente no quiere fotos, quiere otra manera de hacer las cosas? La primera en la frente. Se ha dicho y repetido que la ciudadanía estaba pidiendo en la calle mayor proximidad, mayor humildad, mayor transparencia en la acción política. Allí vimos a la plana mayor de CiU y del PSC. En la primera ocasión que han tenido de demostrar que ellos sí están cerca de la gente y entienden sus mensajes se ponen de acuerdo para hacer un monumento a la peor politiquería: la componenda a puerta cerrada y en secreto que ha puesto fin a la comisión de investigación sobre las encuestas manipuladas por el Gobierno catalán. Por si fuera poco, Jordi Pujol va y dice a continuación que las acusaciones de corrupción son espectáculo mediático y que en el fondo hay acuerdo para que no llegue la sangre al río. Todo ello con ruido de acompañamiento. El cinismo del PP, que ahora clama escándalo cuando se han pasado dos legislaturas cubriéndose las vergüenzas mutuamente con CiU, aquí como en Madrid, y bloqueando comisiones de investigación. El oportunismo de ERC, a la que los dos grandes partidos parecen decididos a hacerle la campaña electoral gratis. Carod afirma a menudo que CiU y PSC son lo mismo y que el cambio está en otra parte. Sus dos contrincantes parecen decididos a darle la razón.

Se dirá que era un problema menor, que se había engordado mediáticamente y que es absurdo darle una importancia desmesurada. Menor o no, es sintomático. Sintomático de que los partidos cuanto más grandes son generan una piel más gruesa que les hace impermeables a las voces que llegan de la calle. Sintomático de que los socialistas piensan más en términos de relevo de personas que de cambio profundo en las orientaciones políticas y en la manera de hacer las cosas. Recuerdo que antes de las elecciones de 1999 acabé un artículo interpelando a Maragall con esta pregunta: gobernar, ¿para qué? Han pasado cuatro años y vuelvo a formulársela porque para hacer lo mismo que Convergència no sé si merece la pena. Las elecciones de 1999 -siendo las primeras realmente competitivas desde la primera mayoría absoluta de CiU- tuvieron la participación más baja de la historia democrática. ¿Se va camino de volver a batir este triste récord? Quien tiene que motivar a los electores son los candidatos, en especial los aspirantes, y más todavía el que tiene la bolsa de abstencionistas más grande. Para motivarlos hay que convencerles de que se aspira a algo más que un cambio de guardia en la élite dirigente.

Es curioso el comportamiento electoral de la España de las autonomías. Es mucho más difícil la alternancia en las comunidades autónomas que en el Gobierno central. De Extremadura a Cataluña, de Andalucía a Galicia, de Castilla-La Mancha al País Vasco, siempre gobiernan los mismos. Y los aspirantes se mueven a tientas como si tuvieran miedo a ofender desafiando al poder establecido. La gente no está para grandes cambios, dicen. En cierto modo, el viejo caciquismo español ha emergido en el Estado autonómico en forma de clientelismo democrático. Y todos tienen miedo a que el edificio les caiga encima si se atreven a tocar estas estructuras.

Pienso que hay muchas razones que hacen deseable un cambio en Cataluña, más allá del siempre higiénico relevo de equipos después de un larguísimo periodo de gobierno monocolor. Creo que Cataluña debería aspirar a un cambio en positivo, no a un cambio por simple desgaste o fatiga de las piezas de la Administración actual, y que este cambio debe empezar por la transparencia y la veracidad en la relación con la ciudadanía. ¿Podemos creer que lo llevará a cabo quien acaba de aceptar un cambalache de trastienda por un asunto menor? ¿Qué hubiese pasado si llega a ser un problema mayor? ¿Se puede creer que quien actúa así estando en la oposición facilitará las comisiones de investigación cuando gobierne, convertirá el Parlament en verdadero centro de la vida política y acercará la Administración a la ciudadanía? Hace una semana que la gente gritaba en la calle contra este modo de hacer las cosas. Ni caso. Es bastante desolador.

Sin embargo, Cataluña necesita salir del ensimismamiento en que le ha metido una política montada sobre una peculiar mezcla de retórica nacionalista y pragmatismo que frena al nacionalismo por una visión victimista de las relaciones de fuerza y limita al pragmatismo en nombre de los fantasmas familiares del núcleo gobernante. Cataluña necesita saber qué quiere decir a España y qué papel quiere ejercer en ella, más allá de un mercadeo casi siempre a la baja. Cataluña necesita situarse en el mapa europeo, capitalizando todo lo que tiene -del poder económico al savoir faire cultural, es mucho y podría ser mucho más-, independientemente de las trabas que pongan en Madrid. Cataluña debe aprovechar su posición estratégica para ir tejiendo tramas de relación económica, política y cultural, partiendo del valor que hoy tiene en el mundo la marca Barcelona. Cataluña debe definir (y potenciar) sus opciones estratégicas -sus especializaciones- en la economía global y debe saber actuar como polo de atracción de capital humano, incluido el de más alta calificación, si quiere parecerse más a California que a Florida. ¿Hemos de atender algunos mensajes, más indiciarios que precisos, que Maragall ha lanzado en esta dirección o tenemos que guiarnos por la irrefrenable tendencia a la transversalidad (como expresión del miedo a ser demasiado diferentes) que tantas veces ha acabado poniendo a los socialistas catalanes en manos de los nacionalistas?

Desde que el PP gobierna en España ha aumentado en un 13% el número de catalanes que quieren más autogobierno, hasta llegar al 42% (el 27% se da por satisfecho con la situación actual, el 17% defiende el derecho a la independencia, el 7% desearía un Estado centralizado). Bien está que, en consecuencia, se propongan reformas del Estatuto y del marco constitucional. Pero Cataluña, sobre todo, debe aprovechar el impulso de su ciudadanía, que le ha convertido en referencia del resurgir político de la opinión pública durante los últimos meses, para afrontar la necesaria democratización de los partidos políticos y de las instituciones y concretar el tan cacareado retorno de la política. Anécdotas como la de la comisión de investigación sobre las encuestas dan pocos motivos para la esperanza. La politiquería parece estar muy instalada. Las cacerolas deberán seguir doblando.

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