Entre el suelo de Eva y el techo de cristal
El miércoles 30 de abril por la tarde asistí a uno de los (afortunadamente) numerosos actos culturales que la Universitat de València programa. Si tuviera que señalar el elemento diferenciador de este acto destacaría la modestia de su planteamiento: un grupo de becarias exponían sus trabajos en una mesa redonda. Nada que ver con esos otros eventos de gran impacto mediático y con los que tanto disfrutamos la mayoría. Ese mismo día se había presentado en el campus de Burjassot un libro de la justamente admirada Lynn Margulis y, hace apenas tres semanas, un acto similar nos convocaba en torno al historiador John Elliot. Cualquier recuento que hagamos de las actividades culturales que se organizan desde las diversas instancias de nuestra institución nos permite tomar conciencia del dinamismo y del nivel científico de la Universitat de València.
Las reflexiones de un grupo de becarias africanas y sudamericanas nos permiten, además, tomar conciencia de otros aspectos del quehacer universitario, aspectos sin los cuales esta institución perdería gran parte de su razón de ser.
La mesa redonda estaba integrada por dos mujeres egipcias, una marroquí, una argelina y una argentina. Todas ellas se encuentran al inicio de su vida profesional y de su vida adulta, sin embargo, su discurso versaba sobre algunos de los problemas más terribles que padecen las mujeres en sus países (y en otros muchos, incluido el nuestro). Nos hablaban de la dificultad de participación y representación política de las mujeres en unas sociedades en las que la consolidación (implantación) de la democracia se ve dificultada por contradicciones ideológicas que trascienden las discrepancias partidistas.
No se trata sólo, aunque también, del fundamentalismo religioso, sino de actitudes como el occidentalismo mal entendido, percibido por gran parte de la población como un vestigio del colonialismo que sólo puede anular la propia identidad y tradición cultural. Introducir tan sólo el debate sobre la situación y los derechos de las mujeres en ese contexto, cuando además la mayor parte de la población femenina es analfabeta, es tarea de algunas mujeres grandes, que ellas supieron recordarnos, y de muchas mujeres fuertes, lúcidas, inteligentes y sensibles como ellas.
Temas como el de la ablación del clítoris aparecían entretejidos con reflexiones en torno a la naturalidad con la que los mismos hombres que excluyen a las mujeres del ámbito de lo público y de la toma de decisiones, no sólo aceptan, sino que exigen que sus mujeres carguen, en infinidad de casos, con todas las responsabilidades en lo que a mantenimiento de la familia (que en esos países suele ser extensa) se refiere.
Una de las mujeres egipcias comentaba cómo en su país es relativamente frecuente que un hombre abandone (repudie, o lo que sea) a su esposa, dejándola a cargo no solamente de los hijos que han tenido en común, sino de los que él ha tenido con una esposa anterior y de sus padres (los del marido, aunque convendrán conmigo que tampoco es inconcebible, en este contexto, que los padres de la abandonada, algún pariente discapacitado, etcétera, formen parte del grupo familiar).
Desde otro ámbito cultural, aunque tratándose de mujeres las coincidencias interculturales son la norma, la argentina Luciana Soledad Basso nos hablaba de la valentía de esas mujeres que, habiendo perdido un hijo, ya no tienen nada que perder, de la fuerza y legitimidad que extraen de algo tan básico como ser ellas las que tienen que decirle a su familia que no pueden darle lo que necesita, de la consiguiente espontaneidad de sus reivindicaciones y protestas que tanto incomodan a los gobernantes.
Todos estos temas, dolorosamente familiares, se incluyen en las investigaciones que este grupo de mujeres ha llevado a cabo en el Institut d'Estudis de la Dona gracias al programa Mujer y Desarrollo de la Universitat de València. El análisis de todas ellas se ajustaba perfectamente a los cánones propios de la Academia: rigor intelectual, capacidad crítica, etcétera. Su actitud reflejaba una lucidez, una madurez y un sentido de la responsabilidad que, más que sorprender resultan sobrecogedores en mujeres que cuentan con poco más de veinte años de edad.
Las becarias del programa Mujer y Desarrollo proyectaban el tremendo esfuerzo intelectual y personal que supone intentar dotar de sentido la sinrazón que sustenta la opresión de las mujeres de sus respectivos países.No nos queda tan lejos el tiempo en que también aquí, tanto a hombres como a mujeres, nos tocó madurar aceleradamente para poder encarar con dignidad nuestro futuro, y nos alegramos justificadamente de que las nuevas generaciones lo tengan más fácil que quienes les precedemos. Nos alegramos de que puedan elegir causas cercanas y concretas por las que luchar y hacia las cuales dirigir sus sentimientos solidarios y su compromiso cívico. De que puedan, si así lo desean, dedicarse estrictamente a sus asuntos privados eludiendo o posponiendo cualquier compromiso.
Esta última actitud es la que más contrasta con la exhibida por el grupo de mujeres que nos ocupa. Poco espacio para la prolongación de la adolescencia queda cuando la realidad social es tan absurdamente injusta, cuando las que carecen del más mínimo reconocimiento como adultas, posiblemente hayan carecido de una infancia que pueda considerarse digna de recibir ese nombre, y muchas de aquellas que sí la hayan tenido salen de ella con la necesidad de comprender tanta irracionalidad como único medio de ayudarse y de ayudar a sus semejantes.
Al escucharlas, una no podía dejar de admirar su valentía ni de pensar en cuánta suerte necesitarán para salir adelante, además de trabajo e inteligencia. Pero esto último, que depende exclusivamente de ellas, quedó sobradamente demostrado.
Todos estos problemas iban componiendo el mosaico sobre el que caminan todas las mujeres (y todos los hombres) del planeta: el suelo de Eva. El techo de cristal simboliza el límite con el que tropiezan las mujeres en el desarrollo de su vida profesional y que en la universidad española vendría expresado por un indicador tan significativo como la estadística según la cual más del cincuenta por ciento de los estudiantes son mujeres y, en cambio, las catedráticas mujeres apenas sobrepasan el diez por ciento.
Los colores y las figuras del suelo de Eva se reflejan en el cristal de nuestro techo. De ahí surge la necesidad de un programa como el de Mujer y Desarrollo: es necesaria la fuerza de todas las mujeres para romper ese cristal que, al menos hasta ahora, parece estar blindado.
Dora Sánchez García es profesora del departamento de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universitat de València
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