"Estoy en un momento de ocaso"
El poeta Francisco Brines (Oliva, Valencia, 1932) sufrió un infarto a principios de año. Este reventón en el pecho ha intensificado el enorme amor a la vida del autor de El otoño de las rosas. Desde entonces tiene la sensación de estar ante un crepúsculo como los que consagra en sus profundos y sedantes poemas. Estos días, el académico y premio Nacional da rectilíneos paseos por el camino de su heredad en Elca, una partida de Oliva que, más que un escenario, es un personaje central en su obra, como si no descartara fundirse con el crepúsculo.
Pregunta. ¿No puede hacer esfuerzos?
Respuesta. No debo. Tengo un 40% necrosado y las células madre todavía no pueden actuar ahí. Mi generación ya no sé si llega a tiempo de beneficiarse de los avances, que son increíbles, pero los verdaderos milagros los hacen en el Vaticano. Tengo la coronaria muy mal.
"Un buen lector nunca se debe escandalizar. Además, los que se escandalizan siempre lo hacen para sentirse superiores"
P. ¿Esto le sobrevino o usted ya padecía del corazón?
R. No, soy un poco anómalo. Físicamente he sufrido poco. Lo habitual en mí es no tener dolor. El dolor es un síntoma de algo, y yo no percibí nada. Me preocupé cuando me fui a quitar una bolsa que llevaba en el hombro y vi que no podía mover ni el brazo ni los dedos. Entonces dieron por supuesto que yo era diabético, porque los diabéticos no tienen dolor. Pero yo lo que soy es anómalo.
P. ¿El infarto le ha cambiado la vida?
R. Lo que me ha ocasionado es un mayor amor a la vida, al presente, al momento. No esperar que el día sea más bello de lo que es porque yo tenga la exigencia, sino que todo ello es un don que se me da gratuito y que tiene un valor positivo. No sé... Como si fuera un crepúsculo, ¿no? Los crepúsculos, uno lo que pide es que sean bellos y que no se alteren.
P. Usted es un apasionado del crepúsculo.
R. Para mí, las horas del crepúsculo siempre han sido las más bellas del día. Cuando has percibido que puedes dejar de vivir y eso va a ocurrir, inexorablemente, entonces estás viviendo como un crepúsculo. Eres consciente de que estás en un momento de ocaso, y entonces gustas especialmente de ello. Cuando uno muere es como si no hubiera nacido porque desaparece la conciencia. Es inexistencia absoluta.
P. Uno de sus versos dice: "He dejado de ser mortal mas no soy inmortal".
R. Cuando uno muere deja de ser mortal, porque ya ha sucedido. Es muerte, es nada. La muerte es volverse a la nada. Una nada manchada por la vida. Esa mancha la percibes cuando existes, pero después es todo igual. Te transformas en una materia sin conciencia. ¡Creo! Si es lo contrario, encantado.
P. ¿Perdió la fe?
R. La fe es gratuita, en el buen sentido de la palabra. Yo he tenido fe cuando era pequeño. Estaba muy bien instalado en ella. Ahora también estoy muy instalado en lo otro, porque a mí no me desespera eso, sino que lo acepto. No es que la vida sea un fracaso metafísico: el fracaso es tener conciencia porque percibes muchas imposibilidades y hay deseos insatisfechos. Pero no porque uno no sea feliz aborrece la vida. Hemos venido desde un punto azaroso y nos vamos de la misma manera. Lo que pasa es que la salida es peor que la entrada.
P. ¿Ha sido feliz?
R. A ratos. No me he aburrido. Yo no tengo tiempos muertos, siempre hago algo, aunque no sé hacer nada, que me llena. Sólo sobra el tiempo en el que uno está enfermo y con dolor. Por esa razón soy partidario de la eutanasia. Es innoble vivir instalado en el dolor sin posibilidad de recuperación.
P. Usted ha hablado de su poesía como su fortaleza.
R. No he definido la poesía nunca porque si todos los hombres fuésemos poetas, y maravillosos poetas, no podríamos abarcar la poesía. Cada época, cada lugar, cada persona individualiza lo que llamamos poesía. Otra cosa es la pobreza de expresión que podamos tener para que esto se comunique a los demás por medio de palabras. Pero poesía es todo aquello que tiene espíritu, y también carne. Y, por ejemplo, hay pocos momentos tan extraordinarios como el acto acordado y armónico del amor físico. Eso es carne, y sin embargo es gran poesía. Si uno pudiera elegir no elegiría nada más que eso.
P. En su poesía hay más sexo que amor.
R. Es que me he enamorado poco. Pero el sexo lo he vivido muy positivamente. He tenido algunos momentos malos, pero en el centro visionario de donde surge mi poesía, que es una mirada más metafísica de desastre, de pérdida, el amor ha estado más impregnado de esa visión de pérdida. Eso me molestaba porque no era lo que había vivido. Si yo hiciera de notario de mi vida no hubiera escrito esos poemas, pero los poemas surgen desde dentro y hay una fatalidad en eso que la da el centro visionario desde el que escribes.
P. En ese sentido se le tiene por un poeta elegiaco.
R. Todos los poetas son elegiacos. Yo lo soy. Eso no quiere decir que yo no haya tenido mucha alegría y momentos hímnicos, pero no para escribir. Del mismo modo que el hímnico tiene momentos negativos.
P. ¿Por qué eligió la poesía como medio de expresión?
R. Quizá porque no sirvo para otras cosas. Tenemos cualidades y limitaciones, y yo sé cuáles son algunas de mis limitaciones. Con la poesía me pasaba que escribía cosas que me pertenecían porque salían de mí, pero que yo no podía saber antes. Esto tenía algo de mágico y maravilloso. Aquello sí que me interesó. Era un acto muy secreto que luego se iba comunicando y acababa siendo una necesidad. Lo maravilloso de la poesía es que sitúa ante el hombre. Ha cambiado el mundo, ha cambiado la técnica, pero el hombre sigue siendo el mismo ser maravilloso y desvalido que ha sido siempre. Lees a un poeta griego y te emociona profundamente. Estás tocando a un hombre que ya no existe y ni siquiera es un fantasma, pero que está ahí y te enseña. Es un cuerpo de épocas, geografías y lenguas. Es un mundo maravilloso porque su escritura es siempre callada. Es un strip-tease ante un espejo del dormitorio con la puerta cerrada, y el que lo lee lo hace como tú lo has escrito, por tanto un buen lector nunca se debe escandalizar. Además, los que se escandalizan siempre lo hacen para sentirse superiores.
P. ¿El poeta es un ser en paz consigo mismo?
R. Es un ser como cualquier otro. Humanamente, como todos: mejor que unos, peor que otros en según qué cosas. La diferencia con el resto es que, como hace un futbolista o un pintor, te emociona. Emplea las palabras de un modo que las hacemos nuestras y además nos representan. Nos acompañan en nuestra vida. En ese sentido es una función social importante. La poesía no está hecha para una plaza, sino para el individuo, y el individuo la rehace con su experiencia y su mirada plástica.
P. ¿No es un contrasentido que a un poeta tan sensible como usted le gusten las corridas de toros?
R. No. Ahora están muy mal porque no hay toros, pero son un espectáculo extraordinario. Es un sacrificio en el que está la racionalidad, la sensibilidad y el arte contra una fuerza bruta, noble e inocente, pero que, a diferencia con el ballet, no se ha hecho ningún ensayo. Tiene una grandeza extraordinaria, pero ahora no hay toros. ¿Que es una fiesta cruenta? Sí, ¡pero tanto es cruento! ¿Es que la vida del hombre es mejor que la del toro? Todos los que defienden la vida del toro, desde un punto de vista ecologista, están deseando la muerte del toro. El toro hubiese desaparecido sin la fiesta. Para carne, lo otro va mejor, cabe más y tiene menos gastos. En segundo lugar, el toro lleva una vida mejor que los bueyes que araban y estaban condenados a la esclavitud del trabajo. Son libres y tienen 15 minutos de tortura, quizá menos. Lo pasan peor los que se hacen la cirugía estética. La espada bien puesta es sencillamente un infarto. Es lo que yo deseo: una estocada y caer. Y me gusta el fútbol también.
P. ¿Ser del Valencia es una penitencia?
R. Nooo. El otro día ganamos la Liga. Ser del Valencia es porque uno es fiel a la niñez. Ya sé que el mejor equipo ahora es el Madrid, como antes lo fue el Barcelona, ¿pero por eso me voy a hacer yo del Madrid? ¡Por Dios, eso es de patanes! Pero el fútbol, a diferencia de los toros, no es arte. El hombre apasionado pierde la ecuanimidad. El mismo público en los toros y en el fútbol no se comporta igual. Los partidarios de un torero ovacionan a otro si lo hace bien. Eso es arte. En el fútbol, el aficionado quiere que gane su equipo, con la ayuda del árbitro, con un penalti injusto, como sea. Eso anula el arte.
LA MIRADA
La poesía de Francisco Brines fue en un tiempo más narrativa que lo es ahora, aunque esa realidad no responde a una intención deliberada por su parte. "A mí me viene todo por la mirada", justifica. Sus metáforas tienen siempre un origen plástico y se siente, como poeta, más cerca de la pintura que de la música. "Lo que hace maravilloso un verso no es el ritmo: hay endecasílabos maravillosos y horrorosos", demuestra. Brines confiesa que no escribe en ordenador porque es de otro siglo. Del mismo modo que a los cadáveres les sigue creciendo la uña, él se considera una excrecencia en el siglo XXI y se basta con la mano para consignar sus impulsos creativos urgidos por su mirada. Ha llegado a escribir mientras conducía entre Valencia y Madrid, lo que sin duda entraña más peligro que hablar por un teléfono móvil. Incluso ha escrito algún poema en el coche mientras esperaba a que los semáforos se pusieran en verde. La poesía le pilla donde le pilla.
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