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Tribuna
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Elecciones europeas: tres miradas

Los que hemos tenido la suerte de participar activamente en todas las campañas electorales que se han celebrado en España desde 1977, hemos sido capaces de desarrollar un cierto instinto, imperceptible en quienes no han pasado por esa experiencia, e inexplicable para los que sí la hemos disfrutado. No se sabe por qué, pero un mitin es el mejor centro de investigación electoral que se conoce. No pasa nada, no ocurre nada que te permita adivinar el sentimiento de los que escuchan. Pero cuando te bajas de la tribuna y te montas en el coche, estás en condiciones de decirle al compañero que conduce: Aquí perdemos. Aquí ganamos. Y es raro que te confundas. No sabes las causas. El mitin ha ido bien, ninguno de los que te acompañan ha notado nada anormal. Pero tú sabes que va a pasar lo que tu subconsciente ha percibido. Tal vez las manos que aprietan las tuyas no desprenden el mismo calor en un sitio que en otro. Probablemente haya sido la mirada, los ojos de los que escuchaban. No lo sé, pero se sabe.

Y ésa es la razón de por qué algunos sabíamos que en estas elecciones europeas el nivel de participación iba a ser reducido. ¿La culpa? Como siempre, a la denostada clase política. ¿Los ciudadanos? Los ciudadanos no, los ciudadanos siempre son inocentes, aunque su conducta electoral no tenga nada que ver con la inocencia. Veamos:

Primera mirada: En esta ocasión sí es cierto que ha habido un cansancio electoral de los españoles. Ya habíamos votado el 14 de marzo pasado y decidido qué partido político sería el responsable de gobernar España. Y lo decidimos con una participación masiva y con un empuje e ilusión como pocas veces lo habíamos hecho en los 27 años de democracia. Sorprendentemente, los grandes partidos volvieron a convocar tres meses después para votar otra vez lo que ya se había votado 90 días antes. El PP, pretendiendo demostrar que todo había sido producto de un error. El PSOE, pretendiendo reafirmar su victoria. IU, pretendiendo que le devolvieran el rosario de su madre en forma de "votos prestados" (¿hay algún voto que no sea prestado?). Europa no estaba dentro de las preocupaciones de esas tres formaciones políticas (menos aún del conglomerado nacionalista histórico y prehistórico).

Los españoles, sin grandes esfuerzos, se dieron cuenta de la jugada, y decidieron que mientras se repetía el partido, ellos podían emplear el tiempo para tomarse una cerveza, tostarse al sol o descansar haciendo algo de provecho. En definitiva, se negaban a repetir la representación de marzo. Ellos ya habían votado y no estaban dispuestos a hacer el juego a los partidos participando otra vez en unas elecciones para decidir lo que ya habían decidido el 14-M. No se trató sólo de un no a Europa. Se trató de un no a los que no aceptaron el 14-M, a los que no habían terminado de creerse los resultados que les situaban en el Gobierno, a los que siguen sin entender que su tiempo se ha acabado y a los que trataban de convencernos de lo importante que sería para nosotros tener selecciones nacionales de parchís.

Segunda mirada: "La abstención ganó las elecciones", dicen los comentaristas políticos. Salvo que EE UU se llame abstención, no puedo estar más en contra de esa afirmación. EE UU ha sido de verdad el ganador de estas elecciones europeas. El sueño de hacer una Constitución, antesala de un Estado Federal Europeo, se ha ido por el sumidero. El mundo sigue siendo unipolar. Europa no tiene poder, primero, porque no es capaz de parar la guerra de Irak; segundo, porque no tiene fuerza para terminar con el conflicto judío-palestino. Quien no tiene fuerza para parar eso no tiene poder. Y quienes no tienen poder emplean un lenguaje hiperbólico cuando anunciaban que en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno europeos se discutiría una fórmula de reparto de poder en Europa. Nadie puede repartirse lo que no existe, salvo que los mandatarios europeos se entusiasmen con el hecho de poder decidir sobre el fenotipo del cerdo ibérico, sobre los miligramos de grasa saturada de los donuts o sobre el número de kilómetros cuadrados exentos que debe haber alrededor de un nido de cigüeñas. EE UU ha ganado porque nadie en Europa podrá contrapesar su poder (ése sí, y real) en el mundo. Paradoja número 1: la abstención tan alta no ha servido para castigar gobiernos, sino para debilitarlos y para fortalecer al señor Bush.

Tercera mirada: ¿Qué es eso de que los ciudadanos no saben lo que es Europa? Tanto más o mejor que los que los tachan de indocumentados. Precisamente por eso no han querido participar en unas elecciones donde se pasaban facturas pendientes internas, y donde se vislumbraba una construcción europea que no gusta.

Muchos ciudadanos cifraban hace años su futuro en ser como los europeos. Ya lo somos. El problema añadido es que los europeos no saben qué quieren ser. Y nadie dice en qué consiste el futuro. Somos europeos, pero no sabemos qué queremos ser. Segunda paradoja: Quiero ser como tú, pero tú no sabes qué y cómo quieres ser. Tremendo dilema para los que llegamos a Europa hace unos años y para los que acaban de entrar hace unas cuantas semanas.

Una primera aproximación sería que los europeos queremos ser como los americanos del Norte. Eso es más o menos lo que ha dicho don Alfredo Sáez cuando ha pedido que en Europa desaparezca el Estado del bienestar. Y algunos se han puesto manos a la obra al grito de ¡fuera rigideces! Los que le oyen, fundamentalmente los equipos económicos de los gobiernos, han mirado a su alrededor y han descubierto los corsés que "nos impiden avanzar para ser más competitivos y para ser europeos como los norteamericanos". Como no podía ser de otra forma, por ser la más fácil, han decidido empezar a flexibilizar sobre la espalda de los más débiles, los trabajadores. No se han querido enterar de que lo que atenaza a nuestro sistema competitivo no es la sanidad o la educación pública, ni las pensiones, ni la negociación colectiva. Es la rigidez que impide que cualquiera de nuestros jóvenes pueda unir formación, conocimientos, osadía e imaginación para ganar el futuro. Futuro que la mayoría de los líderes europeos siguen viéndolo con los ojos de la sociedad industrial.

No podemos esperar a ver ese futuro para creerlo. Al contrario, hay que creerlo para verlo. Y para verlo hay que imaginarlo. Como no lo imaginan, ni lo ven, ni lo creen. Por eso los jóvenes dan la espalda a esa Europa de ayer, y por eso los europeos de ayer recelan de esa Europa que, en lugar de esperanza, ofrece temor.

Juan Carlos Rodríguez Ibarra es presidente de la Junta de Extremadura.

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