El "niño ahorcado" y la hipocresía colectiva
Antes que nada, he de confesarlo: soy un absoluto inculto. No entiendo el arte contemporáneo y, en la mayoría de las ocasiones, tampoco el clásico. En cualquier caso, si una de las características definitorias de la expresión artística fuese la de provocar nuestras emociones, es posible que el "niño ahorcado" de Maurizio Cattelan, que actualmente se exhibe la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla, esté próximo al concepto de obra de arte. Porque emociones, y muy fuertes, provoca. De momento, la Consejería para la Igualdad y el Bienestar Social de la Junta de Andalucía ha solicitado la retirada de la escultura. Y es que esta obra genera malestar y polémica donde quiera que se exponga.
Hace unos meses, en Milán, Franco Di Benedetto, ante el "shock" que le produjo la escultura, se pertrechó de un hacha, decidido a descolgarla, aunque no pudo ejecutar su "noble" acción al caer de la escalera. Poco después fueron los bomberos los que descolgaron hasta el último de los tres "niños ahorcados".
¡Está bien! Ya que ante la escultura de Cattelan se nos revuelven las entrañas y somos incapaces de "mirar para otro lado", dirijámonos todos, políticos y ciudadanos, al Monasterio de la Cartuja a "desfacer" tamaña injusticia. Pero después de descolgar al "niño ahorcado" no soltemos el "hacha". Continuemos la tarea y no miremos hacia otro lado ante la visión de los millones de niños que son "colgados" todos los años por el hambre, la sed y la miseria que, cual cizaña, siembran el FMI o el Banco Mundial, o por el genocida Sharon en Israel, o por Putin en Chechenia, o en Basora, o por los que se lucran con el coltán del Congo, o los que perecen en una patera por nuestra insolidaridad y soberbia, o en cualquier guetto en Nueva York o Madrid, o...
Entonces puede que estemos haciendo justicia; incluso puede que Cattelan encabezara la espontánea manifestación "justiciera". Pero si nos quedáramos nada más que en la retirada del "cuerpo inerte" del "niño colgado" en la Cartuja, sólo estaríamos haciendo un ejercicio de monstruosa hipocresía, un mal lavado de nuestras sucias conciencias y, tal vez también, estaríamos perpetrando un "atentado" contra la libertad de expresión artística. Pero bueno... a mí eso me da igual, como ya he dicho no comprendo el arte contemporáneo. Y, además, soy de los que prefiere permanecer contemplando el "árbol" ante las dificultades a las que tendría que enfrentarme para adentrarme en la inmensidad del bosque. Soy un asqueroso hipócrita acomodado.
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