Robert Frank contra Robert Frank
EN 1955 Robert Frank, un joven fotógrafo suizo, recorrió Estados Unidos para redescubrir América. El resultado fue un conjunto de 83 instantáneas reunidas en The Americans, un trabajo capital dentro de la joven historia de la fotografía y demoledor en la biografía de un artista al que nunca se le permitió alzarse por encima de su obra maestra. Y sin embargo la sangre derramada por Frank dentro de la cultura del siglo XX no se agota en ese hermosísimo esfuerzo. De su encuentro con Jack Kerouac y la Beat Generation nació el controvertido documento, Pull my daisy, un semidocumental que se creyó improvisado pero que fue minuciosamente calculado por sus creadores, Ginsberg, Corso y sobre todo Kerouac, que a pesar de su máxima, "la primera idea es la mejor idea", creía demasiado en la posteridad como para dejarse pillar por sorpresa. Después Frank desmanteló y ensalzó al tiempo a los Rolling Stones en CockSuker Blues, como más tarde hiciera Godard en One plus One, en los tiempos en los que el rock era una fe que pagaba su propia nobleza, y el tamaño de su oscura leyenda, en dólares, igual que había hecho la Iglesia católica a lo largo de la historia con diferentes monedas pero con idéntica ambición. Más tarde la desgracia personal golpeó a Robert Frank con tal fuerza que su obra, que había sido el espejo a lo largo del camino sin dejar de ser su propio espejo, se volvió más hermética, más errática pero igualmente apasionante. De sus trabajos posteriores en cine, vídeo, también en fotografías que abandonaron el reportaje de lo ajeno para centrarse en el reportaje de lo propio, se extrae una de las obras más complejas y al tiempo más sencillas que nadie haya realizado jamás contra su propia gloria. Robert Frank será siempre y para siempre un paradigma de las tirantes relaciones que un artista está obligado a mantener con su entorno, con su tiempo, con la historia del arte y por descontado consigo mismo. La bandera que tapa el rostro de una mujer en la ventana, en una de las más celebres fotos de The Americans, nos permite intuir el valor de un hombre que se resiste con uñas y dientes -como prueba la deshilachada convulsión de sus últimas fotografías garabateadas con mensajes personales e intransferibles- a perder su identidad entre el mundo de los demás. Ahora que la nación creada precisamente a imagen y semejanza del sueño de sus individuos lucha sangrientamente por convertirse en una bandera más dentro del registro cruel de la historia, no es posible concebir a un héroe que haya luchado más duro por desenterrar, descubrir y articular, el verdadero sueño americano.
Influenciado en sus comienzos por el gran Walker Evans, su amigo y mentor, Frank derribó finalmente el momento fotográfico para dibujar el tiempo. Convirtiendo el reportaje e incluso el testimonio en el eslabón perdido entre pasado y futuro. Si en Evans el tiempo se marchita gloriosamente, en Frank uno percibe la importancia de un segundo en el orden infinito de todos los segundos de la historia. Evans se merece el paraíso por regalarnos lo que se ha perdido, Robert Frank no merece menos por darnos lo que aún no ha sido.
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