"Mi trabajo es como el silencio, es la herencia de John Cage"
Las prisas son un impedimento para Esther Ferrer. Ella necesita la pausa, el silencio, y el hecho de que todo su trabajo ligado a la performance nos resulte tan remoto, por sereno e individualista, es parte del valor que tiene para el espectador, en una época en que los artistas y los comisarios que dirigen y controlan sus carreras han proclamado la muerte del "individuo idealista" y el triunfo de la realidad. La réplica de Ferrer a toda esa vorágine de imágenes, sonidos y superabundancia de información, que son sustancia de la creación más actual, es un trabajo que declara su hostilidad a las sombras de la manipulación y el paternalismo de los Estados, al proclamar una suerte de "anarquismo" que devuelva al individuo parte del "des-ánimo" perdido.
"Por eso mi exposición es lenta, en ella no hay nada, sólo lo que cada uno quiera proyectar"
El próximo jueves, la artista donostiarra (1937) presentará en el Círculo de Bellas Artes, de Madrid, algunos de sus últimos trabajos en los que muestra toda esa "poética de la serenidad". Ferrer indaga sobre las huellas que el paso del tiempo va dejando en los senderos de la vida, en una serie de autorretratos cortados por la mitad y combinados, o troceados y montados sobre varillas móviles, radiografías de sus manos y un DVD, Al ritmo del tiempo, en el que su rostro primero se intuye y luego va apareciendo poco a poco para finalmente volver a extinguirse. La producción es del Koldo Mitxelena de San Sebastián, y después de su escala en Madrid, la exposición viajará a otras ciudades europeas y de Suramérica con el Instituto Cervantes.
PREGUNTA. A diferencia de otros artistas que utilizan como modelos de sus obras gentes anónimas o individuos marginales, usted siempre ha defendido la idea de trabajar con el propio cuerpo.
RESPUESTA. Siempre he dicho que yo soy mi modelo más barato y el que tengo más a mano. Cuando empecé a trabajar decidí que iba a ser povera, no en el sentido del arte povera, sino porque carecía de medios. Estos autorretratos, que empecé a hacer en 1981, cada cinco años, los hice de forma totalmente manual. Fue un proceso complicado, con muchas pruebas, porque tenía que hacer coincidir en las dos mitades el pelo, la posición de la cara. Ahora, el ordenador me ha facilitado mucho el montaje. Aunque la técnica y yo no somos muy buenas amigas, porque me gusta más tocar la materia, reconozco que ha sido de gran ayuda.
P. Cuando trabaja, usted no quiere representar nada, deja que el espectador se sumerja en su propio proceso de interpretación. Y afirma que su material son las formas básicas de la visión humana, el espacio y el tiempo, y su lema principal, el mismo de su admirado John Cage: "Agrandar las orejas". Parece una gesta heroica, en un mundo que no para de bombardear ruidos e imágenes para su consumo rápido.
R. La idea del tiempo ha cambiado para todo el mundo. Hace poco estuve en el Palais de Tokio (París), y mire, de repente uno se encuentra allí rodeado de estímulos, mensajes, que además afectan a muchos sentidos, tienes que comer, oler, ver, escuchar, si no, parece que no hay obra. En cambio, mi trabajo es como el silencio, es la herencia de John Cage, la gente va a tener todo el tiempo para ver esas imágenes, o rechazarlas.
P. Hablando de Cage, usted le escribió una carta en 1991 en la que hacía un elogio del anarquismo, decía que "no hay más amo que uno mismo". ¿No es un pensamiento un poco naíf, cuando hoy la cultura está en manos de las industrias y el individuo cada vez más desprotegido o a merced de la apisonadora económica de emporios invisibles?
R. Han pasado muchos años pero hoy sigo pensando lo mismo. Vemos que los propios artistas colaboran en ese desánimo, hay muy pocos que piensen libremente, yo misma sé que mi libertad está condicionada, pero haces un esfuerzo. Puede que sea ingenuo seguir creyendo en el anarquismo, pero este pensamiento, adaptado al siglo XXI, es más necesario que nunca. Cage fue fundamental en mi vida afectiva. He aprendido a escuchar los ruidos de este mundo gracias a él.
P. Ahora con el invento del IPod, el individuo parece cada vez más aislado de esos estímulos.
R. Sí, la música es un muro que nos protege o nos encarcela. Y ese aparato representa una manera muy sutil de que la gente no piense ni se comunique. Si la gente está preocupada por algo, con el IPod esa preocupación se aligera. Me recuerda al hilo musical de cuando yo era cría, lo ponían en las estaciones de metro, esa música de meublé, con Satie, ¿recuerda?... esa música que hace su efecto, pero no se escucha.
P. Usted lleva media vida viviendo en París...
R. Sí, llegué al final de la guerra de Argelia, después me fui a Estados Unidos, y volví definitivamente en 1973. París fue un modelo en su época, ahora no, todo eso del Estado laico... es una charlotada. Mire, ahora con la muerte del Papa nos han machacado por la radio, yo no tengo televisión, así que me he ahorrado el espectáculo. Notre Dame parecía un circo. La vuelta de la religión es evidente, somos una sociedad manipulada para darle importancia al pensamiento religioso. Se ha divinizado a un papa, pero la gente olvida que todo su discurso iba contra las mujeres, los enfermos de sida, los homosexuales, los pobres. No nos dan tiempo a pensar, estamos totalmente acelerados. Por eso mi exposición es lenta, en ella no hay nada, sólo lo que cada uno quiera proyectar. Nunca explico mis obras, me parece maravilloso enriquecer mi trabajo con la aportación del visitante.
P. Es un acto de generosidad, casi impropio del arte actual. ¿No le preocupa que alguien pueda pensar por ello que su trabajo es débil?]]>
R. Estoy en contra de esas obras que tienen al lado una cartela de dos folios con la explicación de lo que quería decir el artista, es un dirigismo absurdo. Yo si quisiera podría tener un discurso fuerte, pero considero que la performance es el arte de un personaje sin domicilio fijo, que se puede hacer en todas partes, y cuanto más diversificado y abierto, mejor. Lo contrario es paternalismo, pensar que el otro es incapaz de pensar por sí mismo. El único discurso válido son las obras. Una obra en la que tienes que leer quince páginas para entenderla no es válida.
P. ¿Cómo se lleva con los curators?]]>
R. Para mí un comisario es como aquellos países colonialistas que cogen la materia prima, la compran muy barata, la elaboran y la venden carísima. A mí no me llaman los curators importantes, y mejor, porque ellos acaban haciendo la exposición, sacan el oro de la mina y la presentan como su joya. Es malo que se hable más de ellos que del artista.
P. Usted fue componente del grupo Zaj con Juan Hidalgo y Walter Marchetti. El grupo se disolvió en 1996, después de la retrospectiva que le dedicó el Reina Sofía. ¿Cómo sería hoy un grupo Zaj?
R. Hablo por mí, y no por Juan o Walter. Pues tendría esa idea de trabajar con el vacío, de forma que el espectador pudiera llenarlo a su gusto. El vacío es una ley física, para mí, como la idea de silencio, la del tiempo, me gusta mezclar la idea del tiempo convencional, del reloj, y el tiempo de la performance, el tiempo psicológico. Por supuesto que un Zaj hoy tendría sentido, y no podría decir nunca de este agua no beberé
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