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ATLETISMO | Comienzan los Campeonatos del Mundo

El lanzador menguante

Manolo Martínez ha perdido 20 kilos por una enfermedad

Carlos Arribas

Un lanzador de peso es fuerza, velocidad, masa, aceleración, inercia, y Manolo Martínez, 1,85 metros, 145 kilos en sus días buenos, podía perfectamente ser considerado un arquetipo del oficio. Con esas condiciones y un riguroso y sacrificado trabajo, el lanzador leonés había ganado medallas en varias competiciones de renombre y había llegado a lanzar 21,47 metros, una distancia más que respetable. Se había convertido en Manolón, un símbolo del atletismo español. Esta temporada se le estaba haciendo dura, pero todo el mundo achacaba su falta de grandes marcas a la depresión postolímpica, que todos los deportistas experimentan el año siguiente al de unos Juegos. Pero no era eso. La causa es otra, más dolorosa e intratable.

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"He perdido 20 kilos en los últimos meses", explicó ayer el leonés. "Peso ahora 125 kilos, y eso que he podido recuperar algo en las últimas semanas bebiendo batidos de proteínas. Y con ese peso, aunque conservo la fuerza y la velocidad, se me ha ido buena parte de la inercia y los centímetros. Este año no he pasado de 20,32 metros. Si hago el lanzamiento perfecto, puedo llegar a 20,50 metros. La medalla es casi imposible". La causa de la pérdida de peso de Manolo Martínez, a razón de un kilo cada dos semanas, hay que buscarla en el síndrome de Behçet o mal de la Ruta de la Seda. Es una enfermedad del sistema autoinmune, que cuando comprueba que el organismo sufre una agresión lo defiende de manera equivocada, por medio de úlceras bucales y genitales. "En septiembre pasado sufrí una gastroenteritis y me empezaron a salir llagas", dice Martínez. "Se infectaron y me puse con cuarenta de fiebre. Estuve ingresado diez días en el hospital. Las pasé canutas". El síndrome no tiene cura, pero para evitar que se reprodujera, Martínez debió variar su dieta y privarse casi de los dulces, la glucosa, parte básica de su equilibrio metabólico. "Y ahí se agudizó el problema", añade. "Comencé el año con la idea de trabajar para ganar una medalla en Helsinki", dice el lanzador, de 31 años. "Necesitaba ya una medalla al aire libre. Estaba convencido de que podía luchar por el oro. Y por eso aumenté el volumen y la intensidad de mis entrenamientos. Me he entrenado más y mejor que nunca, pero enseguida me di cuenta de que sin dulces, con lo que ingería diariamente, y me meto unas 5.500 calorías al día, no podía reponer todo lo que perdía en los entrenamientos. Y empecé a adelgazar. Y no veo una solución al problema".

Martínez parecerá hoy mucho más pequeño al lado del favorito norteamericano Christian Cantwell (1,95 metros, 147 kilos). Ha perdido la inercia, las posibilidades de medalla y, lo que es peor, ya no podrá gozar de unos buenos bombones.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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