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Tribuna:
Tribuna
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Carta a Benedicto XVI

Hermano Benedicto:

Hemos lamentado muchas veces que cuando los Papas viajan sea sólo para ser vistos y escuchados o para dar un realce espectacular a algún evento, pero no para ver y conocer de cerca a las diversas iglesias locales. Tememos que, de este modo, puedan desvirtuarse los viajes del sucesor de Pedro, que significaron un gran paso adelante cuando los inició Pablo VI.

Desde una decidida fe en Jesús y desde la libertad que esa fe engendra, quisiéramos expresar algunos problemas del entorno al que vienes y que nos preocupan profundamente. Las relaciones entre nuestra sociedad y la Iglesia institucional están en nuestro país claramente deterioradas. Sin pretender agotarlos, aludiremos a algunos puntos de fricción.

1. Nuestra Iglesia se presenta como defensora acérrima de la vida. En principio, una propuesta así no puede suscitar más que aplauso. Pero, si no queremos restarle credibilidad, esa defensa nos obliga a una coherencia radical. Por eso nos duele dar con frecuencia la impresión de que defendemos sólo la vida en germen y no tanto la vida ya desarrollada, especialmente la de los empobrecidos del mundo. Las voces oficiales de nuestra Iglesia no condenan con suficiente rotundidad la pena de muerte (pese a que el Catecismo de la Iglesia haya suavizado su primera aceptación de la pena capital). Hoy la vida está seriamente amenazada por el comercio de armas, deuda externa, violencia contra las mujeres, y una miseria que lleva a muchos jóvenes a arriesgar la vida en pateras. El hambre y la desigualdad internacional son un auténtico atentado contra la vida.

2. A la enseñanza moral de la Iglesia pertenece el derecho a un trabajo estable, a un salario justo y a una vivienda digna. Tales derechos se ven hoy vulnerados entre nosotros por especulaciones financieras y beneficios tan clamorosos como injustos para unos pocos. La organización capitalista de la empresa y la falta de democracia económica constituyen una de las causas principales de la desestructuración de la familia. En España los niveles de precariedad laboral y siniestralidad son muy elevados. Abundan parejas jóvenes que no pueden tener hijos por los ritmos laborales y por los contratos precarios, mientas aumentan los beneficios de los grandes empresarios y los bancos. Es difícil conciliar vida laboral y vida familiar en un sistema cuyo centro sagrado es la obtención de plusvalía. En la Iglesia española apenas se levantan voces oficiales proféticas que condenen esas abusivas faltas de respeto a la dignidad de los hijos de Dios. Y, aunque en un sistema de injusticia estructurada, la Iglesia no tenga las soluciones técnicas que deberíamos ir buscando entre todos, sí creemos que pertenece a su misión el levantar la voz con libertad evangélica, para decir claramente que una organización económica que favorece la acumulación de beneficios por las grandes empresas y los bancos, que deteriora la vida de millones de familias y frustra el futuro de numerosas parejas jóvenes, no es camino de progreso humano.

3. Entre nosotros hay una porción de familias cristianas en situación canónicamente irregular. Su primer matrimonio tuvo lugar en una etapa de pérdida de la fe o abandono de la práctica religiosa y en circunstancias tales que impedían visibilizar el amor de Dios a la humanidad. Muchas personas aprendieron en la dura experiencia del fracaso y, más tarde, han dado estabilidad a sus vidas en una segunda unión civil que, en bastantes casos, ha ido acompañada de un retorno a la fe. Enesta situación, tienen vedado el acceso a la eucaristía. La actitud disciplinar de la Iglesia en este campo nos parece de un rigor inmisericorde, y no es la única alternativa posible. La Iglesia católica nunca quiso condenar la llamada "disciplina de misericordia" que, desde hace siglos, han mantenido las Iglesias orientales en este terreno. La Iglesia debe evitar un tuciorismo moral que su magisterio condenó enseñando que no hay que atenerse siempre a la opinión más segura y que basta con que una opinión sea sólidamente probable para poder seguirla (DH 2303).

4. El tema de enseñanza e Iglesia sigue generando tensiones y conflictos. Deseamos transmitirte que millones de familias católicas tienen a sus hijos en escuelas públicas, y que la mejora del sistema público de educación es un deseo ferviente de muchos católicos. Los retos de los centros escolares católicos tienen más que ver con su nivel de coherencia con el Evangelio que con la libertad de enseñanza. Deseamos que en todos los centros escolares haya una enseñanza con calidad de la religión y las religiones, pues creemos que así se favorecerá la necesaria alianza de civilizaciones y el diálogo y la tolerancia entre culturas diversas. Pensamos, no obstante, que los desafíos que plantean la secularización y la descristianización creciente de nuestros jóvenes no se resuelven logrando un determinado estatuto confesional de la enseñanza de la religión.

5. En un encuentro cristiano de familias no es posible olvidar que, vista desde el Evangelio, la familia no es un mero refugio de tranquilidad, cerrado egoístamente sobre sí mismo, sino un germen de apertura a la fraternidad y al amor universal: "Mi madre y mis hermanos son todos éstos", decía Jesús señalando a su entorno. La concepción burguesa y conservadora de la familia tiene poco que ver con el Evangelio. Nuestro país está recibiendo una avalancha de inmigrantes utilizados como mano de obra barata, y que sufren el desgarro de la lejanía de sus familias. Ante este hecho es importante que las familias cristianas sean fermento de integración social de los inmigrantes y se opongan a la xenofobia y racismo, crecientes en algunos sectores.

Hermano Benedicto: nuestra voz es sólo una más, que cree representar a muchos cristianos. Un tipo de voz que es difícil que llegue hasta los oídos de un Papa rodeado por tantos guardaespaldas de la palabra. Ojalá puedas escucharla.

Rafael Díaz-Salazar es profesor de sociología en la Complutense; José Ignacio González Faus y Javier Vitoria son profesores de teología y miembros de Cristianismo y Justicia.

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