"La palabra 'heroísmo' ha perdido su sentido épico"
El general Luis Alejandre Sintes se ha involucrado en la guerra más extraña de su vida. Una guerra en el Extremo Oriente, en un reino insalubre, contra un pueblo belicoso equipado con elefantes artillados. Una guerra librada hace 150 años en la que participó decisivamente un arrojado contingente español y que sin embargo es casi desconocida en nuestro país -y eso pese a que se libró en los mismos escenarios que la guerra de Vietnam-. Rescatar del olvido a esos soldados españoles, con el empeño que pondría en salvar a sus propias tropas, es lo que ha llevado al general a meterse a historiador y escribir La guerra de la Cochinchina (Edhasa), un libro atípico -aunque hay otro título reciente sobre el conjunto de las intervenciones militares españolas en el extranjero, Martínez se va a la guerra (Inédita, 2005), del oficial de Caballería Francisco A. Marín-, bajo cuyas líneas late la emoción de una aventura extraordinaria. La entrevista con Alejandre Sintes (1945), en cuya brillante carrera figuran el haber sido capitán general de la Región Pirenaica y jefe del Estado Mayor de la Defensa, tiene lugar en su Mahón natal, en su casa, donde conserva algunos recuerdos de su profesión: un viejo máuser, un cargador de AK 47 entregado por la guerrilla colombiana (Alejandre ha mediado entre el Gobierno de Colombia y el ELN) y una foto de un joven y guapo paracaidista en El Aiún (él mismo en 1965), con un aire de personaje de Jean Lartéguy. Campechano y simpático (ríe cuando tras indicar en su casa "derecha", uno apuntilla con sorna "¡ar!"), con el aplomo que da ser general de cuatro estrellas, Alejandre habla de la expedición a Cochinchina, de los sinsabores del servicio, de heroísmo y cobardía. "Todos tenemos flancos buenos, y flancos descubiertos", afirma. "He conocido cobardes, y no entre la tropa precisamente".
"Todos tenemos flancos buenos y flancos descubiertos. He conocido cobardes en mi vida, y no entre la tropa precisamente"
"¡Lo que habrían hecho los británicos con una aventura como la del coronel Palanca! Pero los españoles somos incapaces de valorar nuestra historia"
Pregunta. Cochinchina está muy lejos. ¿Cómo se metió España en ese embrollo?
Respuesta. Por los misioneros. Hubo una persecución que culminó en 1857 con la decapitación del obispo español Díaz Sanjurjo, vicario de la misión del Tonkín central. Se decidió una expedición de castigo en colaboración con los franceses. Nosotros fuimos con espíritu de cruzada, y ellos, con la voluntad mucho más práctica de conquistar un enclave colonial.
P. Tuvo muchos detractores.
R. No hubo un verdadero respaldo, ni coherencia. Lo de siempre, nadie se moja. No se vio bien en la capitanía de Filipinas, desde donde se envió a las tropas, porque allí ya había 6.000 islas que defender de los piratas. La metrópoli estaba distante y el Gobierno actuó con desgana, sin perspectiva. España debía estar en esas iniciativas internacionales, pero faltaba voluntad y capacidad de esfuerzo. Las guerras carlistas la habían menguado tremendamente.
P. Los españoles entran por Touranne (Danang, el mismo sitio donde desembarcarían los marines de EE UU en 1964) en agosto de 1858, y las tropas regresan a Manila, firmada la paz con Tu Duc, el emperador de Annam (Vietnam), en abril de 1863. Entre esas dos fechas, hechos asombrosos, dignos de filmes como 55 días en Pekín, El Yang-Tsé en llamas o La colina de la hamburguesa...
R. La toma de los fuertes de Vung Tau, que protegían Saigón; la defensa de la pagoda de Clochetons, atacada en masa por los annamitas; la lucha por la ciudadela de Go-Cong (¡precisamente donde sirvió de 1966 a 1971 un contingente médico español durante la guerra del Vietnam!); el asalto a las fortificaciones de Ki-Hoa, entre pozos de lobo y empalizadas, donde los españoles tomamos muchos cañones. Algunos se exhiben en el Museo del Ejército...
P. ¿Cómo era esa guerra?
R. Nuestras tropas tenían un equipamiento moderno. Eran fuerzas motivadas, veteranas y expertas. Gente curtida, entre ellos, muchos tagalos. El enemigo era numeroso y mostraba coraje -muchas posiciones eran defendidas hasta el último hombre-, pero no podía rivalizar con un ejército europeo. El clima y las enfermedades eran terribles.
P. ¿Fue una contienda cruel?
R. Todas las guerras tienen crueldades. Cochinchina era de cultura china, se sentía invadida y algunos mandarines eran unos verdaderos cabrones. Se defendían a su manera: mutilaciones, decapitaciones. Paseaban cabezas en picas, esas cosas.
P. ¿Hubo atrocidades españolas? ¿Algún My Lay español?
R. No sale en los documentos. No creo que formara parte de la cultura de guerra de nuestro contingente. Nuestras fuerzas eran muy reducidas y no podían indisponerse con la población local.
P. Usted se identifica mucho con el coronel Palanca, "nuestro hombre en Cochinchina", un tipo al estilo del capitán Alatriste.
R. Sí, sobre todo con el primer Palanca. Se entendió muy bien con los franceses y pudo defender ante ellos los intereses de España. Consiguió que siempre se le tuviera en cuenta en la campaña, lo que, si se piensa que al final contaba sólo con 200 hombres, tiene su mérito. Lo hizo poniéndose siempre en vanguardia, donde lo alcanzaron varias veces. Incluso envió un parte de novedades desde la ambulancia. Era un verdadero jefe. El Palanca que está en zona es un hombre muy entero. Tienes a la fuerza que estar a su lado.
P. Hay otro Palanca, quejoso.
R. El que pide que le hagan caso al volver. Se vuelve áspero. Pero un militar nunca ha de esperar que reconozcan su mérito. Los envidiosos, los enanos, como yo les llamo, se ensañaron aún más con él por eso. Un hombre como Palanca se crea muchos enemigos. Su caso no es nada inusual en la historia del Ejército.
P. ¿Por qué ha resucitado la guerra de Cochinchina?
R. Quise explicar que ahora hay salidas de nuestras tropas, pero que ya las hubo antes. No es la primera vez que vamos por ahí. Hay que estar orgullosos de lo que hicieron nuestros antepasados, como Palanca y sus hombres.
P. Bueno, no sé si era una guerra muy justa, invadir a cañonazos un país...
R. Asumámoslo, era una guerra colonial. Pero también trajo cosas buenas, abrió el comercio, produjo un intercambio cultural.
P. No se puede negar que fue una gran aventura, como Los últimos de Filipinas, pero al revés, los primeros de Cochinchina.
R. ¡Lo que habrían hecho los británicos con una historia como ésa! Pero los españoles somos inveteradamente incapaces de valorar nuestra historia. La palabra heroísmo ha perdido su sentido épico. Nuestro sentimiento de unidad y orgullo se reduce a la selección de fútbol.
P. ¿Hay algo en nuestras misiones internacionales actuales que recuerde el espíritu Palanca?
R. La capacidad de adaptación al terreno y a las circunstancias, y la imaginación, superiores a las de otros contingentes. Cuando tocamos un teatro serio, como Bosnia, damos la talla.
En la tarde de plomo del verano menorquín, el general suda estoicamente como si estuviéramos en los miasmáticos pantanos del Vinh-Luong. Como Napoleón en Santa Helena, el militar se ha entregado con entusiasmo a un proyecto en el que volcar su experiencia de mando y sus inagotables energías: la recuperación del antiguo hospital naval de la Isla del Rey, en la entrada del puerto de Mahón. Acabada la entrevista, hacia allí envía a su interlocutor, en zodiac, de descubierta, y con lo que está cayendo. ¡Ar!
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