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Reportaje:

La ciudad al otro lado del cristal

Una ruta por las vidrieras de estilo modernista y 'art déco', de trasunto civil o sacro, que decoran decenas de edificios

La luz del cielo de Madrid penetra estos días de manera muy especial por las vidrieras que jalonan los techos y muros más singulares de la ciudad. Su destello dibuja una senda cuyo rastro vale la pena recorrer. Podemos comenzar el itinerario en el paseo del Prado, en el Banco de España, que cuenta con la cristalera exterior más visible de la urbe: flanqueada por columnas y tulipas decimonónicas, esta pantalla transparente mira hacia la plaza de Cibeles y configura un chaflán único, esquinero entre Alcalá y el paseo del Prado. En el interior del banco, varias decenas de vidrieras -entre las que deslumbra por su belleza Retablo de la sabiduría- inundan de luz las estancias silenciosas y confortables del primer banco del país. "De las de edificios civiles madrileños, son las más antiguas y figuran entre las mejor conservadas", explica Víctor Nieto Alcaide, académico de la Real de Bellas Artes de San Fernando y autor de Vidrieras de Madrid, del Modernismo al Art déco, editado en 1996 por el Gobierno regional.

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Dibujo al trasluz, cera, diamante y plomo

La ruta puede proseguir hacia la plaza de Neptuno, donde el hotel Palace muestra dos cúpulas vidriadas únicas en Madrid por su hechura. Pertenecen a la época de esplendor de ambas corrientes artísticas, que llenaron Europa de vidrieras troqueladas en sendos estilos: teatros como el Calderón, en la calle de Atocha, 18, y el Infanta Isabel, en Barquillo, 24, poseen vidrieras polícromas de gran belleza, al igual que las que ornamentan techados y ventanales del cercano el palacio de Longoria, en la calle de Fernando VI, sede de la Sociedad General de Autores y Editores.

En la Gran Vía, el cine Lope de Vega y también el Casino de Madrid, no lejos de sede del BBVA, ambos en la calle de Alcalá, también atesoran bellísimas labores emplomadas de vidrio, como el casi contiguo Círculo de Bellas Artes; Reales Academias como la de Medicina, en la calle de Arrieta, o la de la Lengua, en Felipe IV, donde luce con fuerza propia una gran vidriera dedicada a la Elocuencia, configuran la luminosa senda, que podría desembocar en las que alberga el antiguo edificio de la Real Compañía Asturiana de Minas, en la plaza de España.

Entre los templos, una de las principales joyas madrileñas se encuentra en la iglesia del hospital de Maudes, en la calle de Raimundo Fernández Villaverde, obra de Antonio Palacios, donde el canon es el número nueve; cuenta con excelentes vidrieras de trasunto campesino y urbano-industrial, de vivísima policromía y perfilado neorrenacentista. Algunas de las que decoran la cripta de la catedral de la Almudena, en la calle de Bailén, y otras de la iglesia de San Jerónimo el Real, enla de Moreto, pertenecen al repertorio de las mejores vidrieras de Madrid y datan, como mucho, de fines del siglo XIX, de donde proceden los principales talleres de vidrieros y cristaleros que operaron en la ciudad. Uno de esos talleres sobrevive en la Costanilla de los Ángeles. La Casa Maumejean fue la autora de la mayor parte de las vidrieras madrileñas entre 1890 y 1980, señala el académico Víctor Nieto. También trabajó con excelencia la Casa Mayer, de Múnich.

Mediado el siglo XIX, el Romanticismo evocó el gótico de la Edad Media, época en la que el arte de los pintores de vidrio alcanzó su cota más alta. En Madrid, apenas quedan vidrios originales del gótico, por la usura del tiempo y también por la extrema vulnerabilidad de las vidrieras a las aves, tormentas, vendavales y nevadas. Las vidrieras más veteranas de Madrid se encuentran en el selectivo Museo de Valencia de Don Juan, en la calle de Fortuny, y en el Museo Arqueológico Nacional, de Serrano, 13, que cuenta con una espléndida Lactancia de San Bernardo; data de 1520 y conserva, espléndida, su policromía.

Vidriera de la Fortuna.
Vidriera de la Fortuna.B. E.

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