"Mi marido era el de en medio"
La viuda de El Chino declara que su marido es uno de los tres terroristas del vídeo de reivindicación de los atentados - "Lo reconocí por la voz y por las manos"
Hay una joven dando tumbos por la ciudad. Se llama Rosa y tiene 15 años. Se ha fugado del reformatorio para volver a su paraíso de papel de plata y cucharillas de café, de portales oscuros y picotazos de caballo. El policía de un patrullero la rescata y la devuelve a su madre. Es 1992 y la escena se repite en varias ocasiones, siempre con los mismos protagonistas, la joven que huye, el policía comprensivo y la madre coraje. Uno de aquellos días entra alguien más en el reparto y lo hace para quedarse. Se trata de un joven marroquí, enclenque y feo. Ve a la muchacha llorando en una plaza de El Rastro y se sienta a su lado.
-¿Por qué lloras?
Ya han pasado 15 años. Rosa está a punto de cumplir los 30 y su vida no ha sido fácil. Aquel muchacho que se convirtió en su único amor y en el padre de su único hijo fue también uno de los siete suicidas de Leganés, Jamal Ahmidan, más conocido por El Chino. La llamó por teléfono justo antes de saltar por los aires. Le dijo que era mejor morirse, que no se iba a entregar. Rosa quiere huir. Dentro de unos segundos tendrá que entrar en la sala del juicio, rememorar el final tan trágico de un hombre del que, pese a todos los pesares, sigue enamorada. Lleva unos pantalones vaqueros y una sudadera azul, el pelo recogido en una coleta baja. A su lado, como siempre, su madre, un muro muy firme para una enredadera tan frágil. El círculo se cierra de una manera muy curiosa. El destino, a veces tan caprichoso, ha querido que aquel policía del patrullero, hoy destinado en la Audiencia Nacional, sea quien esta tarde le abra la puerta de entrada al juicio.
Rosa tiene la convicción de que Jamal Ahmidan nunca se llegó a montar en los trenes
La llamó por teléfono justo antes de saltar por los aires. Le dijo que era mejor morirse
-¿Vio usted el vídeo en el que se reivindicaban los atentados?
-Sí.
-¿Y reconoció a alguien?
-A Jamal. Mi marido era el de en medio.
-¿Y cómo lo reconoció?
-Por la voz y por las manos.
Rosa se pone a hablar de las manos del terrorista y se ve que aún lo hace como si esas manos no hubieran matado. "Eran unas manos finas, delicadas, muy suaves, las manos de un hombre que no ha dado un palo al agua en su vida; Jamal nunca trabajó". Rosa tiene la convicción de que El Chino nunca se llegó a montar en los trenes que explotaron, aunque sí se imagina a su marido en el papel de organizador. "Él siempre tuvo la capacidad del líder. Todo el mundo lo escuchaba, todo el mundo lo respetaba". La mujer del terrorista traza el perfil de un hombre que nunca estuvo en casa, que se iba de viaje sin dar explicaciones, que nunca tuvo un duro para la casa pero sí para coches de lujo y malas compañías, que guardada su pasaporte legal y se iba de viaje con uno falso. A pesar de que en el banquillo de los testigos está sentada la mujer que compartió su vida con uno de los supuestos instigadores de la matanza, el interrogatorio es rápido y superficial. De hecho, nadie le pregunta qué pasó la tarde del 3 de abril, cuando el teléfono móvil de Rosa volvió a sonar después de unos angustiosos días en silencio y al otro lado escuchó la voz de Jamal ahogada por cánticos y rezos.
-Jamal, ¿eres tú? Por favor entrégate.
-Si me entrego, os arruino la vida a ti y al niño.
Tampoco le preguntan por ese niño. Un chaval que hoy tiene 12 años y que fue testigo de las últimas correrías de su padre. La única persona que convivió con sus devotos amigos, que se plantó ante El Tunecino cuando le pidió que rezara y que hablara en árabe. El hijo del suicida. Un chaval alegre y fuerte al que se le abren los ojos de par en par cuando, todavía hoy, algún chalado se arrodilla ante él por las calles del barrio y le dedica aspavientos de adoración en memoria de su padre... Sí le preguntan por el momento en que Jamal dejó el hachís y se pasó a los rezos. Rosa dice que no fue justo después de volver de Marruecos, donde cumplió unos meses de cárcel por un delito de sangre, sino algo más tarde, alrededor de octubre de 2003. "Al principio, todo seguía normal. Íbamos agarrados por la calle y nos besábamos como siempre, pero a partir de octubre ya empecé a verlo rarito. No me dejaba vestir como antes y él también empezó a vestirse de otra forma. Además, quería cambiar al niño del colegio, sacarlo de las monjas, llevarlo a la mezquita".
-¿Qué pasa, qué te has vuelto fraile?
La pregunta es de la madre de Rosa. Se la lanzó a la cara a su yerno cuando, a finales de 2003, en pleno proceso de radicalización, lo vio vestido de blanco en una plaza del barrio. El Chino le respondió que iba a sacar a su hijo del colegio de las monjas y que lo iba a matricular en la madrasa de la mezquita de la M-30, pero la madre coraje convertida en abuela coraje se plantó. Le dijo que, a pesar del cariño repentino que mostraba por su hijo, la tutela la seguía teniendo ella y el niño seguiría yendo al colegio de monjas.
-¿Se iba de casa su marido cuando lo llamaban por teléfono?
-No, porque nunca estaba en casa...
De las preguntas de los abogados se va deduciendo que, a pesar de haberlo querido tanto, Jamal sigue siendo un gran desconocido para Rosa. Sus zonas de sombra son tantas que Rosa se va enfadando conforme avanza el interrogatorio.
-¿Sabe usted quién era su imán preferido?
-¡Pues no!
La víspera del 11-M, Jamal tampoco durmió con Rosa. "Pero el día de los atentados yo recibí una llamada desde mi casa y era él. Yo había ido a llevar al niño al colegio y ya me quedé en casa de mi madre. Me preguntó dónde estaba y si estábamos bien. Le dije que sí y que iría a encontrarme con él. Me dijo: no te puedo esperar. Cuando llegué, ya no estaba". Al día siguiente vino y me dijo que se iba a Francia. Yo le dije que era una locura, pero se fue. Ya no hablé más con él. Tenía el teléfono apagado o fuera de cobertura. Conseguí hablar con él cuando volví de la manifestación. Me dijo que había cambiado de opinión, que estaba en el norte y que no se iría para Francia".
Rosa se va del juicio temblando. A un lado, el policía del patrullero; al otro, su madre, un muro igual de firme para una enredadera igual frágil. Han pasado 15 años.
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