Palladio aterriza en el planeta Ikea
Juan Navarro Baldeweg y Andrés Jaque hablan de cómo ha cambiado la arquitectura
Si es cierto que el orden de una mesa es directamente proporcional al poder de quien la usa, Juan Navarro Baldeweg, uno de los arquitectos más respetados del momento, está lejos de ser poderoso. Su despacho en Madrid está lleno de maquetas, planos que corrige a lápiz, pequeñas esculturas, un juego del Mikado y docenas de libros.
En 1998, Navarro obtuvo la prestigiosa Medalla Tessenow, que permite que el galardonado beque en Alemania, durante un año, a un arquitecto joven. El elegido fue el madrileño Andrés Jaque, que entonces colaboraba en su estudio. Aunque les separan más de 40 años, ambos plantean cuestiones a las que sus colegas suelen contestar: "Eso no es arquitectura".
"Estamos en un momento muy formalista, pero la arquitectura no se agota en los edificios", explica Navarro Baldeweg. No es, pues, extraño que la futura tesis doctoral de Jaque, dirigida por el propio Navarro, analice los aspectos físicos de la prestidigitación: "La atención se fija en un punto, y la magia sucede en otro", explica Jaque. "En un espacio complementario", abunda Navarro. "La arquitectura crea emociones a partir no de cosas extraordinarias, sino cotidianas". El maestro pone un ejemplo: la luz durante el barroco. El discípulo, otro: la organización de un supermercado. Los dos creen en un "funcionalismo ampliado" que supere el predicado por la Bauhaus. "Jamás se consideró una obligación del funcionalismo atender a lo invisible, pero lo es", explica el arquitecto cántabro. "Pensar en los contenidos repercute en la forma. Son cosas de las que se ocupaban la sociología o el marketing, pero que determinan la organización de un edificio".
Aunque ahora una tendencia devora a la anterior poco antes de ser devorada por la siguiente, Navarro recuerda que las construcciones físicas siempre incorporan construcciones imaginarias condenadas a caducar: "Pero hay cosas esenciales que no cambian. Cuando la arquitectura es buena, tenemos con ella la misma relación que con nuestra propia naturaleza. Todos viviríamos en una casa de Palladio, en la Villa Rotonda, claro, aunque sea fruto de una organización mental que tiene poco que ver con la nuestra".
De la Villa Rotonda a los apartamentos de 30 metros, Jaque afirma que se puede hacer buena arquitectura en poco espacio: "Nuestro trabajo tiene que ser un filtro de alegría para lo que ya existe". Y recuerda su proyecto de Casa Tupperware, de 25 metros: "Era una casa enana, pero tenía todo lo necesario y, además, realzado con colores y pequeños gestos. Un arquitecto es el anfitrión de una fiesta: no juzga a sus invitados, intenta que todos se sientan bien".
Siguiendo por el camino más prosaico, resulta imposible no preguntarse cómo se habla de lo invisible con un alcalde. "Mi experiencia", explica Navarro Baldeweg, "es que lo mejor que he podido hacer en arquitectura ha pasado sin que se den cuenta. Si no, piensan que les va a costar dinero. ¡Y es gratis! No puedes hablar a la gente de la arquitectura como prestidigitación porque sale corriendo. Lo que sí debes hacer es poner en práctica tu discurso, como si fuera un plus. A la larga se interpreta bien".
Navarro siempre ha optado por la discreción frente a la pompa. ¿Nunca le han pedido un edificio emblemático? "Lo emblemático", responde, "no es un objetivo, sino un resultado. Si no, alguien como Barragán no se habría comido una rosca, pero hoy es un héroe nacional en México. Hay buenos arquitectos que por la pretensión de ser siempre emblemáticos pierden toda su fuerza. Ahora, en algunos concursos, hay cuestionarios para el jurado sobre el carácter más o menos emblemático de una propuesta. Es un disparate".
Juan Navarro Baldeweg se graduó como arquitecto en pleno siglo XX. Andrés Jaque, al filo del XXI. ¿Cómo ha cambiado la profesión? "Cuando yo estudiaba", recuerda el primero, "consistía en pensar las posibilidades del acero o del vidrio y en crear objetos a partir de ahí. Había que construir ex novo. Ahora todo está construido y la arquitectura es un trabajo de metamorfosis". Para Jaque, las grandes renovaciones de nuestro entorno son anónimas o colectivas: "Las casas de Europa las ha transformado Ikea". En su opinión, YouTube ha cumplido el sueño de hacer de cada ser humano un artista: "Internet ha permitido que individuos que están en su casa en pijama cooperen con otros que están al otro lado del mundo. Así pueden colocar en la esfera pública los aspectos más raros de su vida: ser aficionados a los sellos de flores, yo qué sé... En las ciudades, además, se convocan con el móvil encuentros masivos. Antes las cosas que contaban estaban en el mainstream. Ahora, gente con una visión marginal del mundo puede colocar sus productos junto a los más prestigiosos. Ahí están los Arctic Monkeys: sin un solo disco eran ya un fenómeno gracias a Internet. El espacio público ha cambiado radicalmente".
Andrés Jaque
A la edad en que se jubilan los porteros de fútbol, empiezan a trabajar los arquitectos. El suyo es un oficio lento en el que un cuarentón, diga lo que diga la Unesco, todavía es joven. Por eso, con 35 años y estudio propio desde hace siete, el madrileño Andrés Jaque es un caso extremo de precocidad. Acaba de proyectar una casa en Ibiza, pero sus trabajos más celebrados son, por ahora, de interiorismo: el restaurante Ojalá, en Madrid, y una casa sacerdotal en Plasencia (Cáceres) que él mismo define como "el primer chill out católico".
Juan Navarro Baldeweg
Santanderino, de 1939, arquitecto y pintor, académico y premio Nacional de Artes Plásticas en 1990, Juan Navarro Baldeweg debe de ser el hombre tranquilo más ocupado del mundo. En primavera publicó un libro de ensayos -Una caja de resonancia (Pre-Textos)-; este verano trabaja en una exposición de pintura para la temporada que viene, y en otoño inaugurará en Madrid el Teatro del Canal. Ha construido en Altamira y Princeton, pero sigue investigando al margen de los encargos. Y leyendo poesía china.
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