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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Espert y Bosch a toda mecha, Lavaudant a medio gas

Media hora sensacional, media hora insuficiente y una abúlica estocada, salvada in extremis por la actriz, gloriosamente vulgar, y el actor, un rey de la comedia, que con dos frases recogen oreja y rabo en Hay que purgar a Totó, de Feydeau

Marcos Ordóñez

La Espert haciendo un vodevil? ¿Y en un teatro público como el Español?". Sí, a mucha gente le ha extrañado que escogiera Hay que purgar a Totó (On purge Bebé), de Feydeau. La verdad es que no es exactamente un vodevil. Totó/Bebé podría ser el prólogo, el entremés, de un programa doble completado por Play Strindberg, de Dürrenmatt, su anterior trabajo, también a las órdenes de Lavaudant. No están tan lejos: la desintegración de un matrimonio, allí en clave de helada comedia negra, aquí de farsa áspera, escatológica, casi pesadillesca. En sus últimos años, los años de On purge Bebé (1910), después de los exitazos de La Puce à l'oreille y Occupe-toi d'Amèlie, Feydeau sigue una ruta muy strindbergiana: divorcio, misoginia, pesimismo radical, sifilazo, locura. Sin camino de Damasco ni iluminaciones espirituales, lástima. No me sorprende, pues, la elección, sino, de entrada, el perfil de las zambullidas "humorísticas" de la Espert. Para mi gusto, esta dama está hecha (por elegancia, por aura, por temperamento) para Coward y Wilde, para la alta comedia, pero le encanta, cosa de retarse, saltar al otro lado, al Callejón del Gato, a la payasada feroz, a la Gorgona que sonríe mostrando hasta el último colmillo. Claro que eso también está en su temperamento, desde La Tuta i la Ramoneta. En Play Strindberg era una bicha enjaulada y aquí una marujona sueltísima, con bata y rulos, gloriosamente vulgar, paseando un cubo con sus eaux sales a guisa de estandarte, enamorada de su Totó, un crío tan tiránico y monstruoso como ella, empeñados ambos en arruinar la vida del señor Rebollo (Follavoine, en el original), pobre marido y padre, que quiere vender orinales al ejército en vez de limitarse a fabricar porcelana. Rebollo es un burgués fatuo e ignorante, pero un santísimo varón al lado de esa parejita. Como la Espert es una augusta de campeonato y Jordi Bosch (el pobre Rebollo) un rey de la comedia, y ambos tienen un timing a prueba de bombas, durante la primera parte se deslizan como patinadores por un texto magistral, que viaja de las Hébridas (¿con hache, con ese?) al desentendimiento absoluto, y que revela a Feydeau como el abuelo de Ionesco, de Ayckbourn, de las pièces grinçantes de Anouilh. Más tarde, cuando irrumpa el niño estreñido, anticipará, cómo no, a Vitrac.

De la obra me sigue faltando un desparpajo general, un director que se atreva a reírse sin complejos, con toda la boca y no sólo con la comisura

El primer problema del espectáculo llega con Gonzalo de Castro, que interpreta a Chitín/Chouilloux, el estricto funcionario, el mirlo blanco en el negocio de los orinales. Para que esta espiral gire y vuele como un derviche se requiere un triángulo equilátero: tres grandes actores. De Castro está sobrio, digno, pero apenas coloca sus réplicas porque, misteriosamente, no se las han marcado. Michel Serrault hizo una verdadera creación de ese cornudo seráfico. En su escena cumbre, al descubrir de golpe su testa coronada, Serrault tragaba el purgante como si apurase una copa de cicuta. El soufflé negro de la función ha de subir hasta llegar, pienso, a ese gesto fatal, que aquí pasa tan inadvertido como si Gonzalo de Castro se tomase un finito. Quizás, simplemente, no le va ese papel. Chitín/Chouilloux pide cómicos de la talla de Capri, o de Rafael Alonso, y me temo que ya no hay de ese percal, o cuesta mucho encontrarlo. Pero sí podrían haber pillado dos actores mejores (o mejor dirigidos) que Carmen Arévalo y Manuel Millán, la adúltera y su amante. De acuerdo que tienen cuatro frases, pero rematan la comedia. En el peor sentido: hacen una parodia barata, como si Lavaudant se hubiera desentendido ya de su material. La función debería acabar con una cadena de explosiones y culmina con un petardeo. Media hora sensacional, media hora insuficiente, y una abúlica estocada, salvada in extremis por Espert y Bosch, que con dos frases recogen oreja y rabo. Hora y cuarto, pues, que sabe a poco. La clave de este texto es apretarle al máximo las tuercas para luego lanzar el coche a toda máquina, y me temo que Lavaudant es un director demasiado "intelectual" y autoconsciente para esa operación. Ya mosquea el decorado de Vergier, con esas rosas gineceicas y esas perspectivas dislocadas, "un director-creador no puede permitirse un decorado normal". Y el niño tampoco es un niño sino un actor, digamos, bajito, Tomás Pozzi, que está bien y arranca una instantánea carcajada, pero es lo mismo: tampoco hace falta dislocar eso, con un niño actor (que los hay) bastaría. Reconozco que la elección de Pozzi es un saludable gramo de locura, pero me sigue faltando un desparpajo general, un director que se atreva a reírse sin complejos, con toda la boca y no sólo con la comisura.

Yo es que casi nunca estoy contento. Y además hoy tengo el día patriótico. Vale, Feydeau, muy bien, ya le veo los méritos y los intríngulis y los ecos, pero no puedo dejar de preguntarme: ¿hubiera colado una función de esa guisa en el Español de venir firmada, pongamos, por García Álvarez? ¿O El sombrero de copa de Vital Aza? Lo dudo, como dirían Los Panchos. ¿No nos estamos poniendo un poco esnobs, un poco estupendos? Hablando en plata: tenemos en nuestro repertorio un puñado de funciones que le dan sopas con honda a On purge Bebé. Y no las vemos, o las vemos mal montadas. A mí me hubiera encantado que Lady Espert le hubiera dicho a Lavaudant y a Mario Gas: "Hagamos algo de Mihura. O de Jardiel. O de Carlos Llopis. O de Neville". Ah, es una vieja batalla, tan vieja como la etiqueta de "teatro de la derecha". Pero yo no cejo. Hará unas semanas hablé con Àlex Rigola. "¿Habría narices de montar un Jardiel en el Lliure?". "No veo por qué no", me dijo, para mi sorpresa. "Ya hicimos una versión del Dúo de la Africana, con buen éxito", añadió. Me embalé: "Montad Eloísa y llenaréis. O Cuatro corazones, que apenas se repone. Es un material perfecto para Xavier Albertí". Albertí, que no tiene complejos, me dijo que Jardiel es uno de sus autores de cabecera. Que antes ha de hacer un Valle, pero luego, quizás... -

Hay que purgar a Totó. Teatro Español. Madrid. Hasta el 27 de enero.

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