Del polo a los trópicos
"Éramos ricos en recuerdos. Habíamos traspasado el barniz de las apariencias. Habíamos visto a Dios en todo su esplendor y escuchado el texto que traduce la naturaleza. Habíamos alcanzado el alma desnuda del hombre". Estas palabras de Shackleton -anotadas en su South, en el capítulo correspondiente a su llegada in extremis a Georgia del Sur, arrojado de la Antártida sin más que la ropa (y mojada), siempre me ponen al borde de las lágrimas. Se lo dije a Sara Wheeler. Me recordó con cierta sorna que Scott también tenía la lágrima fácil.
Estábamos hablando de exploradores polares. Sara (que ha viajado a Barcelona para participar en los Art Center Global Dialogs de ESADE y la escuela de diseño Art Center) sabe mucho del tema, no sólo porque ha escrito la biografía indispensable del que es mi favorito, el sentimental y frágil Apsley Cherry-Garrard (Cherry, RBA, 2004), sino porque ella misma es una aventurera de esas regiones extremas: en 1991 estuvo seis meses recorriendo la Antártida (a raíz de la experiencia escribió Terra incognita, un clásico ya de la literatura de viajes) y ahora anda visitando el Ártico, en viajes cortos, para su nuevo libro. "Soy bipolar", bromeó clavando unos ojos intensos y a la vez tirando de su sucinto vestido para cubrir algo más unas bonitas piernas.
"La Antártida es un lugar puro, virgen, me atraía su homogeneidad. El Ártico es muy diferente, fragmentario, con huella humana. El Ártico es un lugar para aprender, mientras que la Antártida era un lugar para escapar". Le pregunté si eso significa que los lugares dependen del viajero. "No sólo, hay algo intrínsico, pero encuentras lo que necesitas encontrar." Son lugares duros ¿por qué la atraen? "Porque son hermosos. No puedo imaginar nada más hermoso que la Antártida, su belleza te corta la respiración. Creo que para no amar la Antártida hay que tener un corazón de piedra". O de hielo. Sara Wheeler esbozó una sonrisa irónica ante la banalidad. ¿No cree que es un lugar muy masculino? "Por los exploradores. Se forjó la idea de un lugar rudo que debían ir conquistando hombres no menos duros y barbados que arrastraban trineos. Pero la verdad es que puedes estar en la Antártida sin ser un hombre grande y fuerte. Yo no lo soy". Me quedé ponderando la evidencia. Quizá esas regiones blancas tienen hasta algo de femenino, sugerí. "Es cierto, es un lugar de esperanza, potencial, positivo. Ningún paisaje es totalmente masculino o femenino". ¿No pasó miedo allí? "Da miedo cuando el frío cae de manera súbita, cuando te das cuenta de qué rápido puedes dejar de funcionar. Pero tengo más miedo a cosas que hay dentro de mi cabeza, la oscuridad interior es más terrorífica que la de la noche polar; mis cicatrices son de Londres, no de la Antártida". Como no encontraba qué añadir, volví a los exploradores. Cherry, ¿por qué lo eligió? "Nadie había escrito sobre él y lo merecía. Es alguien muy conmovedor. Tuvo remordimientos y crisis nerviosas, pero habría sido igual aunque no se le hubiera reprochado no haber salvado a Scott". ¿Tuvo culpa? "Seguramente hubiera podido hacer más. Pero otros en la misma situación no se habrían sentido culpables".
¿Por qué decidió escribir luego una biografía de Dennis Finch-Hatton, el cazador, guía de safarí y aviador amante de Karen Bliken? (la estupenda Too close to the sun, Vintage, 2007). "Tras dos libros sobre la Antártida tenía miedo a encasillarme. No quería ser 'la chica polar'. Y quería ir a África, que representaba el retumbar de los tambores". Le debió de ser difícil escapar al romanticismo de Memorias de África. Wheeler me miró como a un adolescente con granos. "No. Mi libro no traiciona la realidad como lo hicieron el libro de Isak Dinesen y la película. La historia verdadera es otra. Finch-Hatton escapó de Karen. Ella lo amaba y él no a ella, no lo suficiente en todo caso. Y ella lo sabía; deberíamos ser capaces de obrar en consecuencia cuando tenemos ese conocimiento". Me pareció que sabía de qué hablaba pero no me atreví a preguntarle. "Todo se descompone al final, él la deja... eso no se ve en la película. Eligió a otra con un lado salvaje, lo contrario de Karen, Beryl Markham". Recordamos a Beryl, el rostro a lo Garbo enmarcado por el gorro de piloto y las antiparras. Rememoramos seguidamente el trágico final de Finch-Hatton, al estrellarse con su avión en una gran llamarada entre las acacias.Me pareció que se tendía un tenue puente entre nosotros. Pero de nuevo volvió el frío: el tímido Cherry y el roce de felpa de las patas de los perros al surcar los trineos la nieve virgen.
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