Se buscan maestros
Desde que las utopías de izquierda se revelasen a la mayoría de la población como situaciones privativas de libertad, hemos descuidado el crecimiento colectivo. Y hemos apostado, en muchos ámbitos -de la arquitectura a la educación- por el desarrollo del talento individual. Esta opción ha dejado huella en todos los campos: de los niños artistas al respeto por costumbres vejatorias o a la pluralidad de nuestras renovadas ciudades, tan nuevas y tan... ajenas. Todo ha valido. Hemos traducido la libertad en opciones y el abrumador resultado ha sido el eclecticismo, un término efectivamente permisivo, pero de tan amplio, sumamente débil, aunque el que mejor define las épocas de bonanza desorientada.
Más allá del urbanismo, lo que identifica las ciudades memorables, incluso los pueblos sin trazado urbanístico, es justamente lo contrario: más el peso de la comunidad que el talento de un individuo. Piensen en el Londres georgiano o en los pueblos encalados del Mediterráneo: son por lo que suman, por el conjunto, no por la excepción.
Los líderes creativos de los últimos tiempos han despuntado con osadías inauditas. En arquitectura, han construido en el desierto y han alcanzado alturas de vértigo, pero no han abierto caminos. Han actuado más como eucaliptos, que no permiten que nada crezca a su alrededor, que como maestros capaces de anticipar usos y necesidades. ¿Qué ha ocurrido? ¿Pueden las ciudades absorber tanto talento individual? El triunfo del individualismo arquitectónico es tan ilusorio como pensar que un colectivo de vecinos pueda diseñar una plaza a gusto de todos. ¿Qué hacer entonces? ¿Quién apuntará caminos? Se buscan maestros que quieran cambiar las cosas. Aun a riesgo de tener que ceder su protagonismo a la ciudad.
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