Un aguado inspector Clouseau y un deprimente Wajda
En los estertores de una Berlinale que no pasará a la historia, con abrumador protagonismo de la discreción, la irrelevancia o la mediocridad en la selección de películas a concurso y con las agradables aunque no esplendorosas excepciones de The messenger, Gigante y London river, la Sección Oficial ha tenido el agradecible detalle de intentar hacer reír un poquito al muy alicaído público con la presunta comicidad de La pantera rosa 2. Lo del 2 es engañoso, se refiere a que es la segunda vez que Steve Martin interpreta al legendariamente tonto Inspector Clouseau. Por supuesto, es inexistente el parentesco a nivel de calidad entre lo que nos ofrecen aquí y aquella divertida, inteligente y sofisticada comedia que dirigió el gran Blake Edwards, interpretó con enorme gracia aquel actor camaleónico y superdotado llamado Peter Sellers y en la que Henry Mancini se inventó un tema musical que ya pertenece al clasicismo.
El parecido entre el gran Peter Sellers y Steve Martin es inexistente
El director polaco cerró la sección oficial con la espesa 'Tatarak'
Ésta la dirige de forma rutinaria Harald Zwart, confiando en la eficacia de la acumulación de gags esperpénticos, caricatura demasiado evidente que se empeña en despertar las continuas carcajadas del público, pero que en mi caso sólo me hace sonreír en dos o tres ocasiones. El muy popular Steve Martin se esfuerza con histrionismo por hacer hilarantes los continuos disparates que son la marca de fábrica de Clouseau, pero no logra jamás que nos olvidemos del modelo original, del surrealista y demencial personaje que encarnó genialmente el añorado Peter Sellers. El cupo de la risa en medio de tanto funeral ha estado débilmente cubierto.
Para restablecer la certidumbre absoluta de los festivales en que el mundo es un valle de lágrimas, le han ofrecido al siempre trágico Andrzej Wajda que clausure la Sección Oficial con la espesa Tatarak. Al igual que su colega del Parnaso Theo Angelopoulos en su última obra, Wajda también aborda en Tatarak esa temática tan intelectual del cine dentro del cine. Alterna el rodaje de una película en la que la protagonista es una mujer mayor con un cáncer terminal obsesionada con la vitalidad y la belleza de un joven descerebrado que está en crisis consigo mismo y con su novia, con los recuerdos de la actriz que interpreta a la cancerosa respecto a la agonía en la vida real de su marido, mientras que ella representaba ese dolor en la ficción. Todo es tan intenso como embarullado, con planos abusivos de 10 minutos en los que la viuda se suelta monólogos atormentados y líricos sobre el insoportable quebrantamiento físico y moral que padeció su marido en la última fase de su enfermedad.
Cualquier espectador mínimamente aprensivo terminará saturado de la sádica insistencia de esta película en detallar el nacimiento, desarrollo, metástasis y devastación del puto cáncer. Tema tan desagradable tampoco está compensado por la fuerza expresiva, la sensibilidad o el talento con el que lo trata el director. Es una sucesión de secuencias mortalmente aburridas, una chapucera reflexión sobre los que se despiden de la vida en medio de terribles sufrimientos. Te puede asustar el enfermizo argumento pero su desarrollo artístico te deja como un témpano. Me parece legítimo que los ancianos maestros del cine europeo (así los define la infalible Academia, no yo) sigan en activo, pero no voy a soltar trascendentes lágrimas de cocodrilo el día que decidan retirarse del cine.
Babelia
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