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Columna
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Porto Alegre

Hay paradojas que sólo se explican por la ingratitud de la historia. Ésta, como decía Louis Althusser en la época en que el filósofo marxista oficiaba en la École Normale Supérieure de París (la élite de la Universidad francesa y santuario de pensadores y escritores destinados al más brillante porvenir), la historia, pues, es "un proceso sin sujeto". Entended que no obedece a ninguna regla predeterminada ni a ninguna forma de conciencia subjetiva, sino solamente a las limitaciones impuestas por sus propias estructuras objetivas.

Pero qué lejos queda ese vocabulario que podía expresar tantas cosas en tan pocas palabras. La ingratitud de la historia es que ese discurso crítico sobre la realidad capitalista ha muerto en el mismo momento en que la expansión desenfrenada de la globalización liberal le daba la razón. La ingratitud de la historia es que ningún sujeto histórico, ni la clase obrera mundial, ni el campesinado, ni las clases medias, y menos aún los Estados, han provocado la crisis de ese capitalismo globalizado, sino que más bien son sus propias estructuras internas, sus propias limitaciones, sus propias "contradicciones" las que lo han hecho naufragar. Althusser se ríe en su tumba...

Hacer rutinario el Foro Social parece confirmar la impotencia de la izquierda para modificar el mundo

No hay evidentemente nada sorprendente en que esta situación desagrade tanto a los defensores de la globalización liberal como a los socialistas liberales que tan ávidamente han mamado de sus pechos. Pero, en cambio, que se produzca esta crisis tan profetizada por la corriente antiglobalizadora sin que ésta saque provecho alguno, sí que añade a la ingratitud la maldad de la injusticia. Y, sin embargo, eso es lo que efectivamente ocurrió en 2009: tendríamos que haber oído en todas partes, desfilando contra los despidos masivos, esos largos cortejos que se celebraron exitosamente entre 2000 y 2005, pero no hemos visto en realidad más que desempleados angustiados, ahorradores preocupados por su dinero (¿hay algo más legítimo que eso?), y la estupefacción generalizada ante la cara horrenda de la crisis.

¿Por qué el movimiento altermundialista no se ha aprovechado políticamente de esta crisis? ¿Por qué da la impresión de haberse apagado en el preciso momento en que se encendía el fuego? Tantas preguntas a las que no es fácil responder, pero que no son menos esenciales...

Portador de una gran esperanza de emancipación, el movimiento contra la globalización sabía desmenuzar de maravilla el presente opresivo, la mercantilización del mundo, aunque rechazaba las formas de organización (partidos o sindicatos) que podían dar una fuerza propulsiva a sus críticas. No quería y sigue sin querer repetir la decepcionante historia de los partidos de izquierda, ya fueran revolucionarios o reformistas. Aún así, poseía un crisol, un partido que lo guiaba, aunque no estuviera subordinado a él: el Partido de los Trabajadores brasileños de Lula, entonces en la oposición.

Pero este partido ganó las elecciones y se convirtió en un partido de gobierno. El balance del presidente Lula, quien encarnó al inicio de su mandato una cierta forma de antiglobalización aliada al pragmatismo gubernamental, está aún por hacer. Y temerario aquel que se atreviera aquí a dar lecciones, de tan exigente que es la prueba del poder (en términos, justamente, de peso de las estructuras). Hoy, sin embargo, al final de su segundo mandato, Lula acude al Congreso del Foro Social Mundial de Porto Alegre para hablar con los antiglobalizadores y, de allí, tenía previsto ir al Foro económico mundial de Davos, donde se reúne, después del temporal de 2009, la crema de las finanzas internacionales. Viaje cancelado por razones de salud.

¿Qué discurso sostiene en el Foro Social? Habla de los éxitos (relativos) de la lucha contra el hambre en Brasil, de sus éxitos internacionales y exhorta a los participantes a pasar a la acción (poniéndoles en guardia contra "resoluciones que meteríamos en un cajón"). ¿Qué hubiera podido decir en Davos? Podemos imaginarlo fácilmente: alabar la buena salud capitalista y financiera de Brasil (¿no acaba de prestarle 10 millones de dólares al FMI, que tanto temía a este metalúrgico cuando obtuvo su primera victoria electoral?), criticar la irresponsabilidad del sistema financiero resaltando el papel estabilizador de su país en la crisis y la necesidad de inventar otro "modelo de desarrollo", etcétera.

Pero nada ha cambiado en el fondo de las cosas. Y convertir en rutina el Foro Social Mundial parece confirmar, en la persona misma de Lula, la impotencia de la izquierda para modificar el orden del mundo. La crisis provocada por la especulación financiera privada, ¿no se ha pagado con dinero público? La ingratitud de la historia, una vez más...

Traducción de M. Sampons.

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